Ira. Parte I

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Era absurdo. ¿Obligada a quererle? ¿En serio? Di una patada a una rama. ¡Y una mierda! ¿De verdad se pensaba que me iba a creer semejante estupidez? Podía ser novata en todo eso e incluso una cobarde con mayúsculas, pero lo que yo sentía solo lo sabía yo misma. Ni el Ente, ni él. Por supuesto que no. 

—¡Liam! —corrí detrás de él. Se detuvo en cuanto me escuchó llamarle—. LIAM. —Llegué hasta él y me planté frente a él—. ¿De verdad vas a dejar que se quede? —solté. 

—Tampoco es de mi agrado, Lena, pero me temo que no podemos negar la realidad y es que él sabe muchas cosas. Conoce a Hernan mejor que todos nosotros. 

—¡No! ¡Por supuesto que no! Lisange... Lisange conoce a Hernan. ¡Ella le creó! No le necesitamos. 

Mi aspecto debía ser el de alguien que ha perdido totalmente la cabeza porque vi que su postura se suavizaba, como si quisiera evitar que algo dentro de mí explotara. 

—Ella conoce al gran predador que creó —dijo con relativa suavidad. Él también estaba enfadado, pero él era el correctísimo William De Cote, ¿no?—, conoce al humano, no al animal, no al gran predador sediento que es ahora. 

—¡Pero si él te atacó! ¿Ya se te ha olvidado cómo te encontré en La Ciudad? —Me llevé las manos a la cabeza, exasperada—. Tienes... tienes que estar de acuerdo conmigo en no dejar que se quede. Seguro que hay otra manera. 

Apartó sus ojos de los míos y miró al frente. 

—No es sencillo, y no creáis que no tengo en cuenta vuestra opinión ni vuestro dolor, incluso mi propia contradicción, pero no puedo ignorar lo que nos ha mostrado. Si eso es cierto, estamos en guerra, y una guerra contra grandes predadores solo puede significar que todos estamos en peligro. 

—¿Por qué no me lo contaste a mí? ¿Por qué no me contaste todo lo que le dijiste a él? 

Sabía que le estaba mirando desesperada, ansiosa y suplicante. Quería escucharle, quería sus razones, pero no podía permitirlo. 

—Porque tendría que haberos revelado cómo llegasteis a este mundo. Sabéis que eso no está permitido. 

Una parte de mí, muy, muy pequeña, no quería perder a Christian de vista, pero ahora que la otra parte, la racional, parecía tan grande y fuerte, debía aprovecharlo y no ceder, por miedo a que lo que sentía por él ganara terreno. 

—Siempre la misma escusa... —me lamenté—. Melo debes. Liam, no puedo quedarme si él está aquí. —La sinceridad y profundidad de mis palabras me sorprendieron incluso a mí—. Menos aún después de lo que acaba de decir. 

Él se pasó el dorso del dedo índice por el mentón, pensativo, angustiado y preocupado y, finalmente, me miró. Extendió una mano hacia mí y cubrió la mía con la suya. 

—Esperemos a mañana. Tal vez la noche nos aclare las ideas, a ambos. 

—Dime al menos qué le contaste —reclamé de pronto. 

—¿A qué os referís? 

—Tú eras parte del Ente —dije sin apenas aliento—.¿Es cierto? ¿Soy... un castigo? 

—¿Os consideráis de esa manera? 

Sentí que mis ojos se hinchaban de dolor. 

—No lo sé. —reconocí. 

—El corazón es rebelde, Lena. Se le puede educar pero nunca dominar, ¿no es así? Le amáis, y lo que os ha dicho es cierto, pero amor y razón no van siempre de la mano. 

—No sé qué quieres decir. 

—Mejor así. ¿En qué os ayudaría tener una respuesta clara a esa pregunta? Solo creeréis lo que de verdad deseéis creer y deciros lo contrario solo os dañará más. 

Él sonrió, pero su sonrisa delató tristeza. 

—No quiero que se quede. 

—Tampoco es mi deseo que os marchéis. Pensad con calma. 

Me crucé de brazos y negué enérgicamente con la cabeza. 

—Eso es imposible. 

—En realidad, Lena, hay algo de lo que me gustaría hablar con vos. 

Mi cuerpo se tensó. 

—¿Sobre qué? —quise saber. 

—Lisange y yo desaparecimos de aquel lugar. Os dejamos a su merced. No me siento orgulloso de ello y no hay día que no lo lamente. —Hizo una breve pausa—. Necesito que me reveléis qué ha ocurrido este tiempo. 

Por alguna razón esa pregunta me pareció demasiado directa e incómoda. 

—¿Qué quieres decir? 

—Todos vimos lo que ocurrió en aquel bosque y lo que intentó hacer. Deseo saber si culminó lo que empezó. 

Miré para otro lado. 

—No lo hizo. Ni siquiera ha hecho latir mi corazón. Lo cual es raro en él. 

—Me alegra saber eso. 

—¿Qué hacíais vosotros aquí? Esperaba veros en la fiesta de los Lavisier pero... 

—Encontramos el rastro en cuanto tocasteis tierra. Es mucho más difícil cuando es por mar. Ningún cazador en su sano juicio acudiría a esa fiesta sabiendo lo que ahora se sabe sobre Adam Lavisier. 

—Yo vi a uno, pero no creo que esté en su sano juicio. Me dio recuerdos para ti. Cánovas. 

—Su existencia en este mundo deja patente la riqueza y el capricho de la Naturaleza y el sentido del humor por esta especie. —Sonrió—. En realidad, me preocupa vuestra integridad. Conozco a ese gran predador e imagino que lo que recordasteis debió de ser duro. 

—No me he pasado a su bando, si es lo que te preocupa. Creo que me necesita para algo, pero no sé para qué. 

—Tarde o temprano descubriremos qué es. Mientras tanto, necesito pediros algo. 

—¿El qué? —respondí de nuevo demasiado deprisa. La sorpresa de que él necesitara algo de mí se tornó en intriga en un solo paso. 

—Hablad con Lisange. Ambas encontraréis la calma si lo hacéis. Me consta que ella desea explicaros todo y, si me lo permitís, no es justo juzgarla por algo ocurrido hace tanto tiempo. 

—No fue por lo que hizo, fue por lo que no me contó. 

—¿Qué otra cosa pudo hacer más que persuadiros para que os olvidarais de él? 

Aparté la mirada. Sabía que tenía razón. Lo sabía. Ella se había enfurecido al saber que me veía con Christian. Había hecho lo imposible por recordarme que no era bueno para mí... pero no era fácil admitirlo. Supongo que necesitaba culpar a alguien y, tal vez, solo tal vez, me estuviera equivocando de persona a quien culpar. 

Liam se detuvo y yo con él, aunque aún tenía la mirada perdida en mis pensamientos. Él se acercó y besó mi frente. 

—Sé que haréis lo correcto —siseó—. Se avecinan tiempos difíciles y tal vez lo único que nos salve sea la unidad. Con vuestro permiso, he de retirarme. Os ruego que os mantengáis cerca del grupo. 

Él se alejó, mientras que yo me quedé ahí, en el mismo lugar. Para ser sincera, no tenía ni idea de si la conversación había conseguido algún fruto. Seguía sin tener la certeza de que fuera a pedirle que se marchara y eso me preocupaba. No podía quitarme de la cabeza lo que él me había dicho. Yo era dueña de mis sentimientos. Nadie me los había impuesto. Estaba absolutamente segura de ello y la sola idea de que alguien lo pusiera en duda me molestaba. 

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now