Capítulo 2 I

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¿Una vida normal?

Y ahí estaba yo, de nuevo en el mundo. Parpadeé intentando borrar de mi mente toda aquella maraña de emociones y sentimientos que me invadían de pies a cabeza.

Todo estaba siendo muy surrealista y hasta el más mínimo detalle era nuevo para mí. Sabía hacer lo mismo que cualquier persona corriente, la diferencia era que no tenía recuerdos relacionados con mi vida; era como un robot recién formateado y programado. Al principio parecía sumergida en una bruma, sin enterarme de qué era lo que estaba ocurriendo, pero poco a poco esa bruma comenzó a disiparse para dejar paso a la impotencia de una mente sin pasado.

Sacudí la cabeza, no quería volver a pensar en ello. Ahora estaba en la calle, o más bien en el carísimo coche beis de Lisange. Acabábamos de aparcar en frente de un gran edificio antiguo, la biblioteca. Lisange se estaba preparando para hacer un examen de acceso a la universidad, así que acudía allí cada mañana para estudiar por su cuenta. Ella fue el primer miembro de los De Cote que conocí. Había ido a visitarme a mi habitación cuando desperté, aunque en esa ocasión no pronuncié ni una palabra. También me presentó al resto de la familia y me habló por primera vez del accidente.

Cuando dije que no quería quedarme todo el día en casa, Lisange insistió en que la acompañara a la biblioteca. A mí, sinceramente, no me producía especial emoción, pero accedí porque suponía que ese podría ser el primer paso para readaptarme al mundo; por eso y porque decirle que no a Lisange podía convertirse en «uno de los mayores errores de tu existencia» (palabras textuales de Flavio). De todas formas, por algún lugar había que empezar y, ya que no podía recordar ninguno, lo mejor era hacerlo por un sitio donde se pudiese respirar paz y tranquilidad, y donde la gente es- tuviese más concentrada en los libros que en cualquier otra cosa. O eso creía.

En cuanto entramos, todas las cabezas se volvieron en nuestra dirección. Me tambaleé e intenté retroceder, pero Lisange me tomó de la mano infundiéndome ánimos.

—Tendrás que hacerlo tarde o temprano —me susurró al oído.

No les culpaba, yo también me habría quedado mirando si de repente apareciera alguien como ella: rostros así no se ven todos los días. Tenía el aspecto de una muñeca de porcelana, con la tez blanca e inmaculada, los ojos grandes y negros, y el cabello de un rojo intenso que brillaba de forma casi sobrenatural. Pero si había algo que la caracterizaba, incluso por encima de su belleza, era precisamente su sonrisa y su mirada de eterna ensoñación. Nada más verla, podía decirse que era una de esas pocas personas que parecen felices.

También se fijaban en mí, pero imaginaba el porqué. No había tenido ocasión de mirarme en un espejo porque no había encontrado ninguno por casa, pero yo, al lado de ella, debía de tener el aspecto de un monstruo. La verdad es que había conseguido verme a duras penas en el reflejo del coche, y lo que había descubierto tampoco era algo sorprendente. Dentro de lo que cabe, mis facciones eran más o menos normales, pero a juzgar por el color de piel que veía en mis manos y el rubio oscuro apagado de mi pelo, en contraste con Lisange se me veía probablemente demacrada... Suspiré.

—¿Cómo te encuentras?

Buena pregunta. Simple, si te conoces a ti misma o algo a tu alrededor, pero complicada si de repente te despiertas sin tener ni idea de quién eres.

—He abandonado la cama con todo lo que eso implica —susurré—. Voy a enfrentarme de nuevo al mundo, así que no sé qué decirte.

—Lena, ¿prefieres que volvamos a casa? —me preguntó en tono preocupado.

Ver que en su rostro comenzaba a dibujarse un atisbo de desilusión hizo que me sintiera terriblemente culpable.

—No, no —mentí—. Vamos.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon