SEGUNDA PARTE - Nada, absolutamente nada, tiene sentido.

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—¡Gaelle! —llamé nada más entrar por la puerta.

—¿Qué ocurre? —dijo alarmada, saliendo a nuestro encuentro.

—¿Has visto a Christian? —pregunté impaciente, con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Ha venido por aquí?

—No, cariño —respondió, limpiándose las manos en un paño—. ¿Ya ha llegado?

—Cree que le ha visto —explicó Lisange.

—Tal vez se haya pasado por aquí mientras yo iba a buscar a Valentine a sus clases —sugirió—. ¿Quieres tomar algo?

¿Cómo podía pensar en eso en un momento así? Pero, entonces, algo llamó mi atención: Valentine. Estaba feliz, muy feliz, demasiado feliz; aunque a su macabra manera. Me quedé helada y, lentamente, me acerqué a ella.

—Tú también lo has visto, ¿verdad? —pregunté, acercándome y arrodillándome a su lado, junto a la mesa.

—Puede —canturreó. La niña dejó las pinturas y se giró hacia mí, sonriendo. Esta vez, sí que parecía una auténtica sonrisa—. Gaelle va a hacerme un vestido nuevo.

—No me importa el vestido —solté impaciente—. ¿Lo has visto?

—El vestido es para él. —Soltó una risita—. Me ha traído un regalito y quiere que me lo ponga para dármelo.

—¿Te ha dado algún mensaje para mí? —Mi emoción comenzaba a disiparse.

—Ni te mencionó —respondió ampliando aún más su sonrisa. Un mal presentimiento empezó a apoderarse de mí—. Siempre supe que seguía prefiriéndome a mí. —Se echó hacia delante y rodeó mi cuello con sus brazos, abrazándome. Sentí su olor intenso e infantil, mezclado con otro muy conocido. Ella rio y se apartó—. ¡Gaelle!

—Dime, cariño. —La mujer se acercó aprisa por la puerta.

—Llévame ya. Quiero el mejor vestido.

—Claro, cielo. Vamos. —Sonrió y se quitó el delantal. Valentine me dirigió una última sonrisa antes de salir a

la calle, guiada por Gaelle. Lisange se acercó a mí y puso un brazo en mi hombro.

—No la creas. Si Christian estuviese aquí, ya habría venido a verte.

—Ella no miente. Olía a él —dije mientras me dejaba caer en el sofá.

—¿Qué sentido tiene? ¿Por qué no iba a venir?

Iba a responder algo pero unos repentinos latidos me obligaron a ponerme en pie de un salto.

—¿Dubois ha regresado?

Me giré alarmada al escuchar esa voz desconocida.

—Tranquila, Lena —empezó Lisange, sonriendo—, es Reidar.

—¿Qué hace aquí? —pregunté apartándome.

El hombre se colocó junto a ella y besó su mano. Era cierto, él no se parecía en nada a la figura blanquecina y atemorizante de la otra noche. Era alto, corpulento y bastante atractivo. Tenía el cabello castaño, que le caía ordenado hacia atrás, y los ojos de un azul intenso. No era hermoso como Christian o como Lisange, pero poseía el tipo de belleza que a esas alturas podía considerar humana.

—Lisange habla constantemente de ti —dijo con voz grave. Había algo en su forma de sonreír que le confería cierta calidez—. No me tengas miedo, soy yo quien está en desventaja.

—¿De dónde ha salido? —le pregunté a ella.

—Reidar ha pasado esta noche en ese cuarto —señaló con los ojos una puerta cerrada cerca de la cocina.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now