El día en que un sueño perturbó mi mente

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SEGUNDA PARTE

El día en que un sueño perturbó mi mente 

No fue más que una sucesión incomprensible de imá- genes borrosas. Su rostro era lo único que distinguía con claridad. Él estaba ahí, sólo durante una fracción de segundo, pero su sonrisa caló en mi corazón de una forma casi dolorosa. En ese poco tiempo mi respiración se cortó, el mundo entero se detuvo y de pronto supe que todo había cambiado.

Me desperté muy agitada, extraña y confusa, con un inexplicable dolor en el pecho, pero no era una sensación física, era algo que me llenaba y acongojaba al mismo tiempo.
Su rostro..., sus manos..., su sonrisa, la tranquilidad que me transmitía, la dependencia que sentía de su aroma, de estar junto a él. Me dejé caer de nuevo sobre la almohada con el peso de mi nuevo descubrimiento oprimiéndome en el pecho.
—Estoy... —le susurré, incrédula, al techo de mi habitación. Casi me daba miedo lo que estaba a punto de pronunciar. Cogí aire y cerré los ojos con fuerza—, estoy enamorada de Christian Dubois.

Agité la cabeza, borrando esa idea de mi mente. No podía ser. Me gustaba, sí, me había sentido atraída por él, también, pero de ahí al amor hay un gran paso. Frené mis pensamientos bruscamente, su olor me llegaba muy nítido. Miré a mi alrededor, incluso fuera de la casa, pero él no estaba. En cambio, su esencia impregnaba cada prenda de mi ropa, cada célula de mi piel...,                        

¡Todo! No había sido consciente hasta ese momento de lo presente que estaba en todo lo que me rodeaba. Debía es- capar de allí antes de que mi cabeza se embotara tanto que me impidiera razonar.
Corrí a la ducha y me enjaboné a conciencia para quitar todo rastro de él de mi cuerpo. Saqué unos vaqueros y una camiseta del fondo del armario, me vestí y salí de la casa antes de que el aroma que desprendían mis cosas pudiese pegarse de nuevo a mí. Cogí la bicicleta, el aire fresco me ayudaría.

Desde la transformación, los De Cote me habían concedido más espacio para mí misma. No estaban siempre preocupados y yo se lo agradecía. Ahora podía pasear por la calle sin tener que pensar en la lluvia o el maquillaje. La gente continuaba mirándome, por supuesto, pero no de forma tan descarada como antes, y el modo de hacerlo también había cambiado.
Ahora que estaba más tranquila, hice un alto en el ca- mino para adentrarme entre la vida de la ciudad y encon- trar alguna persona con la que poder recobrar fuerzas. La verdad es que era mucho más fácil después de la primera vez. Cuidaba meticulosamente cada una de mis «víctimas» asegurándome de que fueran gente que hacía daño a otros. Eso me ayudó a dejar de sentirme tan mal y a dormir por las noches. Primero, porque al estar alimentada veía las cosas de mejor manera y, segundo, porque pensaba que en el fondo hacía bien.

Me habían explicado que no podía «utilizar» a la misma persona más de una vez hasta que hubiera transcurrido al menos una semana desde la anterior. Así que me vi obligada a mantener todos mis sentidos en alerta para encontrar al individuo adecuado; cosa que, en un lugar como aquel, no era muy difícil. En esta ocasión en particular, elegí a un jugador del equipo de fútbol de una universidad cercana. No me costó mucho llamar su atención. Parecía que cada vez lo hacía mejor; ese chico tenía un ego tan subido que en un par de segundos me encontré completamente satisfecha.                        

Cuando salí de la cafetería donde lo había encontrado, la calle estaba atestada de gente que iba y venía con prisa. Pedaleé sin rumbo fijo; no iba a ningún lugar en especial, solo quería alejarme lo máximo posible de todo rastro suyo. Era sorprendente la facilidad que tenía ahora para moverme. Mi cuerpo era mucho más libre y ligero, aunque tenía la sensación de que todo ese peso se había concentrado en mi cabeza, ahora obsesionada con Christian.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora