Verdades y mentiras. Parte I

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Me hundí hacia el fondo. El agua me envolvió en cuestión de un segundo y la gravedad tiró de mí como si una piedra me arrastrara. La superficie, ahí arriba, se alejaba, alborotada y borrosa, mientras yo me introducía, poco apoco y contra mi voluntad, en la aparente calma y silencio de las profundidades. Vi el fuego parpadeante, proyectado sobre el agua, un mástil cayendo, el barco comenzando a hundirse y varias personas pedaleando para mantenerse fuera... Pero yo seguía cayendo. 

De pronto, algo pasó por mi lado, como una exhalación, en dirección a la superficie. No fue más que un borrón blanquecino que subió y volvió a desaparecer en cuestión de segundos rumbo al fondo arrastrando algún objeto caído al agua. Pensé en algún tipo de pez o, tal vez, algún tiburón. Había sangre en el agua. Un poco más lejos, otro borrón ascendió y descendió en un parpadeo. Y, al otro lado, un tercero. Pero la forma del animal no parecía la de un tiburón. No se parecía a nada que conociera. Empecé a nadar hacia la superficie. 

No quería seguir cayendo hasta el fondo. Entonces, bajé la vista hacia mis pies y, entre la oscuridad, empecé a distinguir ojos, centenares de ojos, abiertos e inmóviles, que observaban. Los cuerpos aún permanecían ocultos por las profundidades. Esos ojos blancos no eran, desde luego, de un animal y saber que me dirigía hacia ellos consiguió que reaccionara. Abrí los brazos y me impulsé con fuerza hacia arriba, frenando el descenso. En mi camino, varias de esas figuras volvieron a ascender ignorándome, pero eso no evitó que sintiera miedo. Intenté no hacer movimientos bruscos para no llamar su atención. Sin embargo, de pronto, una pasó tan cerca que rozó mi cuerpo. Al volver a bajar, algo me agarró de la pierna y me arrastró con ella. Miré hacia abajo y vi a un humano. No eran objetos, sino humanos lo quese estaban llevando. En el momento en que descubrí eso, el humano me soltó y le vi desaparecer a gran velocidad hacia el fondo. Entonces, el pánico me sacudió con violencia. Nadé, luché con desesperación contra la corriente y el cansancio y, de algún modo, conseguí sacar la cabeza a la superficie. El mar embravecido me recibió con una ola que me impulsó de nuevo hacia abajo durante unos segundos. Salí y otra ola me envolvió. Nadé de nuevo e intenté mantenerme fuera. 

Necesitaba salir del agua. 

—¡Jerome! —grité intentando subirme, sin éxito, a un barril de madera—. ¡Jerome! —volví a gritar. 

A pesar del sonido del mar y del viento, varios gritos amortiguados ascendían hacia la noche. Nadé con fuerza. Sin embargo, el cansancio se extendía por mi cuerpo en cuestión de segundos como una descarga eléctrica mucho antes de lo que Hernan había vaticinado, y la misión de mantenerse en la superficie se convirtió de pronto en una encarnizada batalla. 

No habría podido creer nunca que un muerto pudiera sentir que se asfixiaba hasta ese momento. Mis pulmones no necesitaban aire, pero me ahogaba. Tal vez fuera el miedo a las historias de Hernan, o la claustrofóbica sensación de encierro que produce el hecho de que olas de varios metros intenten engullirte. 

El barco se hundiría en cuestión de minutos. No había rastro de Christian... ni de Jerome. Solo decenas de humanos... ahogándose... Giré a mi alrededor buscando aúna Jerome, sin éxito. Cerca de mí, un hombre gritaba con toda la fuerza de sus pulmones, presa del pánico. Parecía una película de terror. Una bocanada de agua llegó hasta mi garganta, haciéndola arder. El cansancio cada vez era mayor. Sentía los músculos agarrotados de moverse desesperados para mantenerme a flote. ¿Dónde narices estaba Jerome? 

Chapoteé hasta llegar al hombre que aún gritaba, aunque con menos fuerza, para ayudarle, pero parpadeé y, de repente, desapareció, como si algo lo hubiera absorbido. Me detuve, no solo porque se hubiese esfumado sino porque yo misma había sentido una corriente fría moverse bajo mis pies. Giré de nuevo sobre mí misma y nadé lejos contra las olas, aunque eran tan fuertes que dudaba haber avanzado algo. 

Entonces, vi cómo otro humano desaparecía, y otro, y otro... 

—Ayúdame —siseó un humano cerca de mí. Llevaba puesto el salvavidas y temblaba descontroladamente, fruto del pánico—. ¡Ayúdame! 

¡Llevaba un salvavidas! ¿Qué podía hacer yo para ayudarle?

 —¡Ayúdame! —volvía a decirme el hombre—. Hay algo aquí abajo. 

Me giré y le miré, intentando mantenerme a flote. Su chaleco se me antojó de pronto tremendamente necesario. Intentaba mantener la barbilla sobre el agua para asegurarme de que no me estaba hundiendo, a la vez que escupía toda el agua salada que entraba en mi boca, Mi fuerza no duraría mucho... 

—Tiene que salir de agua... —intenté decir—. Salga...del agua. —Estaba agotada de bracear y pedalear—. ¿Me ha oído? 

—¡Ayúdeme! ¡Socorro! 

Entonces, su rostro se contorsionó en una mueca de espanto y, en apenas una décima de segundo, noté el agua removerse a mis pies y algo tiró fuertemente de él, hundiéndolo hacia abajo. 

—¡Eh!—exclamé. 

Un instante después, salió de nuevo a la superficie, gritando, y se aferró a mi pelo. Ese algo volvió a tirar de él y nos hundió a ambos hacia abajo.

El agua me tragó y el humano tiró de mí hacia el fondo. El miedo me impidió ayudarle. Pataleé y braceé con fuerza pero se aferraba a mí como si yo pudiese salvarle la vida. 

Miré hacia la superficie cada vez más lejana. Varios borrones blanquecinos ascendían y descendían a gran velocidad. La oscuridad era cada vez más penetrante y la presión del agua comenzaba a machacar cada uno de mis sentidos. No podía ayudar a ese humano. 

Entonces, sentí que aflojaba la fuerza con la que se aferraba a mí y empecé a patear al agua aún más y más fuerte. Más y más y más hasta que, por fin, me soltó. Durante un instante de confusión, me quedé flotando ahí abajo. Entonces, empezaron a rodearme. Me quedé inmóvil de nuevo. Uno de ellos metió unas largas zarpas por mi boca y mi garganta hasta llegar a la tráquea. Al instante, sentí que todo mi cuerpo se inundaba de agua. Me retorcí, pero la bestia seguía con sus dedos dentro de mi cuerpo. Me impulsé con los brazos y las piernas frenéticamente. Ni siquiera sentía que estuviera ascendiendo. Mi visión se borraba, el frío se calaba en mis huesos... Me arrastraba, así que hice lo único que se me ocurrió en ese momento: clavar mis pulgares en sus membranosos ojos. 

Apreté con fuerza hasta que la sangre ascendió como humillo rojo por el agua. La bestia liberó mi garganta y mi cuerpo y yo me impulsé de nuevo, motivada por el terror, la angustia y el pánico. 

—¡JEROME! —grité en cuanto salí a la superficie, ahora desesperada. 

Había tragado mucha agua y mi cuerpo se retorcía para expulsarla de mi organismo. Las pocas fuerzas que me quedaban se redujeron hasta casi desaparecer. 

Pero nadé, presa del pánico. Podía oír los gritos de auxilio, de desesperación... y yo no podía hacer otra cosa más que nadar hasta que poco a poco se fueron amortiguando. No quise mirar, no quise descubrir si sus voces se callaban porque me alejaba o porque habían acabado con todos... 

Estaba tan cansada... tan, tan cansada... 

El cuerpo dejaba de responderme, pero las palabras de Hernan seguían golpeando mi cabeza, llenando de pavor cada milímetro de mi mente y de mi ser...Agotada, intenté flotar con las fuerzas que me quedaban, que no eran muchas. 

El mundo comenzó a dar vueltas y vueltas y vueltas... Cerré los ojos y dejé que el incesante oleaje me llevara donde quisiera... 

Y, ahí, me abandoné.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now