Hogar, ¿dulce? hogar

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Llegué a la zona que tanto conocía. Todo estaba tan vacío, como desierto, incluso el bosque parecía abandonado. Había luna en el cielo y la noche estaba plagada de sonidos, así que no había guardianes cerca. Me detuve junto a la verja de hierro forjado de la entrada, pero la encontré cerrada, algo extraño porque no recordaba haberla tenido que abrir nunca. Las bisagras chirriaron y la hojarasca se arremolinó a mis pies, ofreciendo resistencia. La mansión de los De Cote nunca había presentado ese aspecto tan desaliñado. Todas las ventanas se mantenían tapiadas y no se oía ningún sonido procedente del interior.

Subí la pequeña escalinata de piedra y empujé el pesado portón, pero ya estaba abierto. ¿Por qué mantener todas las ventanas cerradas y dejar la puerta abierta? Entré con sigilo y cerré detrás de mí. La oscuridad y un inquietante silencio me envolvieron al instante. Decenas de olores familiares llegaron a mi cerebro seguidos de recuerdos. Era como si el tiempo no hubiera pasado, como si me hubiese ido ayer.

A pesar de la poca luz, pude distinguir las cosas a mi alrededor. Todo tenía un aire fantasmagórico. Aún se palpaban los nervios y las prisas de aquel día en que habíamos salido corriendo en dirección a la casa de los Lavisier todo estaba igual a como lo habíamos dejado; incluido el destrozo del recibidor. La pintada seguía en la pared y la sangre de Caín, ahora reseca, aún manchaba el suelo, como si solo se tratase de pintura. A oscuras y sola, esas palabras imponían aún más que la primera vez. Me estremecí e, irremediablemente, pensé en Jerome.

Entré en la salita donde tantas veces me había reunido con los De Cote y una oleada de nostalgia me recorrió de arriba abajo. Había venido por una razón pero era imposible pensar que hubiera alguien viviendo ahí. Volví al recibidor y me dirigí a las escaleras, evitando en todo lo posible volver a mirar hacia la pared. Al poner una mano en la barandilla, noté que todo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo.

Subí, pasé por delante de la puerta de mi antigua habitación y seguí de largo, no iba a encontrar nada útil allí. Continué por el pasillo y torcí a la derecha, recorriendo el mismo camino que aquella vez que buscaba la procedencia de las notas de un violín melancólico. Parecía que habían transcurrido siglos desde entonces, pero aún era capaz de oírlas, tan nítidas como entonces. Y así, me planté junto a la puerta que estaba buscando, pero no se oía nada ahí dentro. Giré el pomo con cautela y empujé la madera, que chirrió al abrirse. En su interior, encontré una habitación a oscuras.

—¿Liam? —pregunté.

Intenté encender la luz, pero los plomos estaban desconectados. Di un paso y tropecé con algo enorme, no caí porque esa cosa era lo bastante alta y pesada como para impedirlo. Confundida, la tanteé con las manos, intentando averiguar de qué se trataba. La superficie era lisa, pulida y al inspirar noté un hedor horrible; no sabría decir qué era pero no se parecía a nada que hubiera olido antes. Noté que de esa mole salía una gruesa barra de madera tallada y, entonces, deduje, preocupada, que esa era la cama de Liam.

La rodeé y me adentré aún más en la habitación. Con cuidado de no volver a tropezar, me dirigí hacia la ventana, completamente tapiada por tablas de madera. Sin pensármelo dos veces fui arrancándo todas y cada una de ellas, de modo que la blanquecina luz de la luna comenzó a penetrar en la habitación.

—No hagáis eso —susurró, de pronto, una voz ahogada.

Me giré de golpe y ahogué un grito. La luz de la luna se apoderó de la habitación desvelando una horrible escena. En el lugar donde debería estar la cama, bajo esos doseles esmeralda, estaba él, pero no era el Liam que yo recordaba. No estaba sonriente, ni pulcro, ni hermoso. Colgaba del techo por las muñecas, de forma que sus pies no tocaban el suelo, y llevaba la misma ropa que la última vez que lo había visto, rota y sucia, llena de rastros de sangre.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now