Un Silencio vale más que mil palabras. Parte II.

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No me dio opción a preguntar nada más. Se giró, dando por cerrada la conversación. Mitad frustrada, mitad furiosa, salí de allí abriendo la puerta con demasiada fuerza y corrí hacia la cubierta en busca de Jerome. Pude escuchar la madera rebotar contra la jamba cuando le vi. 

—¡Jerome! —Lancé los tacones hacia un lado y avancé corriendo hacia él para lanzarme a sus brazos. —¡Estás bien! 

—¡Lena!¿Qué haces aquí? ¿Por qué no has escapado? —increpó enfadado mientras apretaba mi cabeza contra su hombro—. ¿Qué ha pasado? 

—¡Lo he visto! —exploté y me aparté con brusquedad La presión subía por mi pecho. 

—¿Qué has visto? Me llevé los brazos al estómago. Me sentía mal, tremendamente mal. 

—¡A Christian! —exclamé—. ¡Estaba allí! 

—¿Está en este barco? —Su expresión había cambiado por completo. 

—No, creo que no. Creo que le han dejado allí. Él apretó la mandíbula con fuerza. 

—De acuerdo, eso no importa ahora. ¿Por qué no has escapado? 

—Los De Cote no estaban allí. Todo se torció. Corrí pero... 

Me tomó de los hombros y me zarandeó. 

—Deberías haber escapado, ¿no te das cuenta? ¿Cuántas ocasiones crees que vas a tener como esa? 

Estaba enfadado, sin ninguna duda. Su rostro era severo y sus ojos se clavaban en mí como cuchillos, fríos y directos, pero no había podido hacer otra cosa. Me aparté de él y me dejé caer con la espalda pegada a la pared hasta que quedé sentada en el suelo. 

—¡Le odio! —Hundí la cabeza entre mis brazos—. Le odio, le odio. 

—No puedo seguir protegiéndote —le oí decir por encima del sonido del mar. 

Alcé de nuevo la cabeza y le miré. Los ojos me ardían. 

—No pude reaccionar, ¡estaba ahí! ¡Mirándome! ¿Lo entiendes? —tartamudeé. 

—Solo es un gran predador. 

Negué con la cabeza y aparté la mirada. Esperar que él lo entendiera era ridículo. 

—Tú también podrías haber escapado —le dije—. ¿Cuál es tu excusa? 

Él respiró hondo y miró al horizonte, más tranquilo. Su silueta bailaba arriba y abajo por el oleaje. 

—No iba a irme sin comprobar que lo habías conseguido. —Volvió la cabeza para mirarme, de nuevo serenado—. No eres la única masoquista del barco. 

—Eres todo lo que me queda, Jerome. Aunque Christian no hubiera aparecido, no te habría dejado. 

Volvió su mirada hacia mí, pero esta vez larga e intensamente. Cogió aire y lo expulsó despacio. Entonces, se agachó junto a mí, aún clavándome los ojos y, entonces, le abracé. Sin ninguna palabra más de por medio. Él cerró sus brazos en torno a mí con fuerza y me sentí tan bien en ese momento, tan reconfortada, que quise llorar. Era como sentir que de verdad no estaba sola, que aún quedaba alguien... Me aferré a su cuello con fuerza y hundí la cara en su hombro. Su olor me invadió, tan humano y característico... 

—Yo tampoco habría acabado contigo la otra noche. No habría sido capaz. 

Me miré a mí misma y recordé que no me había cambiado. 

—No te vas a creer lo qu... 

—Shhhh. Espera, luego me lo cuentas —me interrumpió, apartándose repentinamente—. Mira. —Tiró de mí y ambos nos escondimos detrás de varios baúles. 

Seguí la dirección de sus ojos y vi varias figuras. Eran humanos. Decenas de ellos. Embarcando... No eran solo los de la fiesta, sino también pueblerinos. Muchísimos hombres, mujeres y niños que, sin duda, pertenecían a la clase más baja de la sociedad. Estaban encadenados unos a otros por grilletes de metal. 

—Mientras estuvisteis fuera, no han dejado de mover cosas aquí abajo y ahora sabemos por qué. 

—No te sigo —reconocí. 

—Esto huele mal —decía para sí. 

—Deben de ser reservas para alimentarse. Seguramente estarán planeando un viaje largo. 

Jerome avanzó un poco más, escondiéndose un paso por delante de mí, para ver mejor. 

—No, Lena, creo que su intención es otra. Fíjate bien. ¿Por qué unos llevan grilletes y otros no? —Me uní con él tras la barandilla—. Imaginaba que intentaría convertir a uno o dos pero, ¿todos estos? —Su voz fue queda—. No son solo los de aquella iglesia. Esto es a gran escala. Se está cargando el equilibrio. 

—¿A gran escala? ¿Crees que...? —le recordé. 

—El Ente debe saber esto. 

—Ellos ya lo saben. El Ente todo lo ve, ¿no dijiste tú eso? 

Me miró con intensidad. 

—Sí, exactamente eso. —Se puso en pie y comenzó a sacudir sus cadenas con ímpetu—. Ayúdame a deshacerme de esto. 

—Pero, ¿qué pretend...? 

—Lena, ayúdame. 

Comenzó a sacudirlas con muchas más fuerza. Tardé un segundo en reaccionar, pero aferré la cadena e intenté partirla. Sin éxito. 

—Parecen a prueba de cazadores —señalé. Él miró alrededor, nervioso. —¿Qué ocurre, Jerome? —siseé. 

—¿Necesitáis ayuda? 

Ambos nos giramos hacia Silvana, que parecía divertirse con toda aquella situación. Jerome soltó el metal, se estiró adoptando toda su altura, alzó la barbilla y, de pronto, escupió a sus pies. 

—Eres una deshonra —le dijo. 

—Y tú un pegdedorg, me temo. Pego disfguto con tu decepción. 

—El Ente acabará contigo. 

—No me impogta si así ha de seg. Esto es mucho mayog. Aún puedes gectificag. Conozco tu secgreto pego no se lo he contado a nadie. Égamos un equipo, Jegome

—Esa no es la Orden, Silvana. Tú lo sabes. 

Llegagemos pgonto. Hagías bien en revisag tus pgiogidades. —Se acercó hasta él, se inclinó un poco y le dio un pequeño eso en la mejilla—. Descansa. Necesitagás fuegzas

Dicho esto, se unió al grupo que aún entraba por la rampa de acceso. Yo miré a Jerome, confundida. 

—¿De qué secreto hablaba? 

—¿Qué importa eso? —Soltó las cadenas con un golpe seco y volvió a arrodillarse contra un barril, con la cabeza oculta entre sus manos—. A saber de qué está hablando... 

Me mordí el labio con fuerza y me senté a su lado. 

—¿Y ahora qué? —murmuré. 

Jerome alzó la cabeza y su vista se perdió entre la gente. 

—Debiste haber escapado...

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora