Gran Predador. Parte 2

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Cuando regresamos a nuestro "campamento" no me dirigí a la casa. 

No estaba de humor. Había visto unas cuantas cosas horribles hasta la fecha pero presenciar cómo Lisange acaba con un humano y se transformaba en gran predador había sido bastante traumático. Las risas de Hernan estaban clavadas en mi mente y sentía que no solo se reían de Lisange, sino también de mí. Mi encuentro con él me hacía sentir realmente culpable. Necesitaba deshacerme de su olor con vehemencia así que apreté el paso en dirección a la cueva que había encontrado al llegar allí. Las hierbas secas crujieron bajo mis pasos acelerados. No podría decir con seguridad por qué razón parecía que tenía prisa, pero sentía una necesidad imperiosa de estar sola. Aún recordaba a Hernan. Sentía su aliento sobre mi piel, retorciéndome con el frescor de su respiración. Su olor impregnado en mí y la enorme sensación de culpabilidad y suciedad recorrían como una corriente eléctrica todo mi cuerpo. 

Llegué a la cueva que había descubierto al llegar allí antes de lo que me había imaginado. De hecho, iba tan enfrascada en esas sensaciones que ni siquiera me di cuenta de que ya estaba allí hasta que las puntas de mis pies asomaron por las piedras que daban lugar a la caída al agua. Mi respiración estaba acelerada. Pero todo parecía oscuro y tranquilo a mi alrededor. La luna se filtraba por el agujero del techo de la cueva y su reflejo se dibujaba, perfecto y tranquilo, sobre la pulida superficie. Solo los animales y los sonidos de la noche perturbaban el silencio. Dirigí una ágil mirada hacia el camino por el que había llegado para asegurarme de que estaba sola, mientras me deshacía de las botas. 

Descendí por las rocas resbaladizas hasta llegar a la orilla. Un latigazo sacudió mi cuerpo en cuanto hundí los pies en el agua, pero la sensación fue agradable. Sin pensarlo dos veces, tiré de las mangas de mi ropa para liberar mis brazos y me deshice de los pantalones. La brisa recorrió mi cuerpo desnudo al instante, haciendo que mi pelo acariciara mis hombros y mi espalda con suavidad. Era la sensación más apacible que sentía en mucho tiempo. 

Avancé en el agua hasta que llegó por mi cintura y, finalmente, cubrió mi cuerpo. Dejé que el agua me envolviera. Floté y me hundí intentando poner mis emociones en paz. Poco después, cogí una piedra y la froté con insistencia contra la piel de mis brazos primero, y de todo mi cuerpo después. Desesperada. Quería, necesitaba, quitar todo rastro de él. 

Luego, me dejé llevar hasta una roca y me acurruqué allí, rodeando mis piernas con los brazos. Hundí la cabeza entre las rodillas y dejé que el aire secara mi piel. 

—No deberías estar aquí sola. 

Me cubrí de inmediato con los brazos. 

—¿Qué haces aquí? —increpé. El eco de mi voz se dispersó rápidamente por cada hueco de la cueva—.¡Márchate! 

—¿Qué ocurrió en el barco? —preguntó. 

—Nada que te importe. 

—Sé lo que he visto. ¿Qué ocurrió en ese barco, Lena? 

—Te he dicho que te vayas. No estoy vestida. 

—Conozco cada milímetro de tu piel. No voy a irme sin una respuesta. 

—Adivínalo tú, entonces. 

—¿Te alimentaste de él? 

No quería hablar de eso. No con él. No así... 

—¿Eso es lo único que te preocupa? 

—Esto no es un juego, Lena. 

—¿Por qué no puedes dejarme en paz? 

Él dio media vuelta y me dio la espalda. 

—Vístete. 

Lo hice. Volví a vestirme en décimas de segundo, enfadada, y salí de la cueva. Cualquier cosa con tal de alejarme de él.

Fuera había empezado a nevar de forma violenta y con un viento torrencial. Christian me siguió. 

—Te he hecho una pregunta. 

—Y yo a ti cientos y no respondes a ninguna. Disfruta con la frustración. 

—¿Por qué lo hiciste? —increpó. 

—¡No lo sé! —Me volví hacia él de golpe—. Pero me sentí bien. Tan bien que deseo volver a hacerlo cada instante. ¿Es eso lo que querías escuchar? 

—No te das cuenta de lo que has hecho. 

—Yo te he visto hacer lo mismo con Elora. 

—¡Yo soy un gran predador! ¡Tú no! 

—¿Quieres que te felicite? ¿Solo está bien si lo haces tú? 

—Sí, a no ser que quieras ser como yo. 

Me detuve y me volví hacia él. 

—Eso no es cierto. No he dañado a ningún humano. 

—Por el momento... 

Las palabras flotaron en el aire durante un par de segundos. 

—Aún te conozco mejor que tú misma y sé que estás aterrada —dijo de pronto, cambiando radicalmente el tono de voz—. Dime qué te hizo. 

Le miré con dureza. No iba a intercambiar ni una palabra más con él. Ni una más. Si lo hacía, recaería, y ya no era la misma estúpida de antes. 

—No hemos terminado —siguió Christian detrás de mí en cuanto intenté alejarme—. ¡Reidar! —llamó él sin apartar la vista de mí. 

—Por supuesto que sí. 

—¡Reidar! 

—¡Deja a Reidar en paz! ¿Qué tiene que ver con esto? 

—No estoy de humor, Dubois —anunció el guardián apareciendo de entre los árboles. 

—Ahora —le dijo Christian. 

—Esto no funciona así. 

—Sí esta vez. 

—¡Basta ya! —Me volví y pasé la mirada de uno al otro— ¿De qué estáis hablando? 

—Me odiarás más después de esto —me respondió Christian—, pero no me dejas otra opción. 

Me tomó del brazo, cogió a Reidar y de pronto sentí que algo tiraba de mi ombligo. Cuando el mundo dejó de girar, descubrí que ya no estábamos en aquel bosque, sino en un lugar lejano. Mis pies estaban ahora enterrados por unos veinte centímetros de nieve blanda. Sin embargo, no pude ver qué me rodeaba porque mis ojos seguían fijos en lo primero que había visto nada más llegar allí. 

—¿Qué es esto? —balbuceé. Todo rastro del furor dela pelea había sido sorbido repentinamente por aquella roca pálida frente a nosotros—. ¿Por qué me has traído aquí? 

Christian no dijo nada. Mi corazón había subido a mi garganta. Me volví hacia él, que miraba fijamente el mismo trozo de piedra que yo contemplaba instantes antes. Giré la vista hacia Reidar, que se había quedado repentinamente serio también, mirando en la misma dirección. Cuando volví la vista de nuevo hacia la piedra, sentí que algo sobrecogía mi corazón. Algo dentro de mí pareció descubrir de qué se trataba por el extraño presentimiento que me recorría el cuerpo, como una vibración incómoda y desconcertante, y las inmensas ganas de llorar que mis ojos estaban experimentando. Me arrodillé sobre la nieve. Alcé el brazo y, con una mano temblorosa, intenté retirar los copos que la cubrían. 

La roca estaba incompleta. De hecho, faltaba un buen trozo, pero las letras no tardaron en aparecer. 

Helena 

1991—2008 

Tu familia que...

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now