Monstruos

7.7K 1K 95
                                    

Monstruos

No regresamos a casa. Christian me llevó a una zona verde, un gran parque alejado del centro. Todo era nuevo para mí, igual que si llevara años encerrada sin contacto con el mundo exterior y, de repente, saliera y sintiera todo por primera vez. Era maravilloso, aunque un poco agotador también, sobre todo en medio del campo, rodeada de tantas y tantas fragancias, colores y texturas.

—¿Qué ha ocurrido? —le pregunté a Christian.

No entendía cómo aquellos pequeños detalles podían hacerme sentir tan bien.

—Has vuelto a nacer.

—Sí... —susurré para mí misma—, exactamente eso. Ahora sí. Me sonrió radiante y, por primera vez, creí ver que la alegría llegaba a sus ojos impenetrables. No duró mucho, por supuesto, pero bastó para ponerme aún más contenta.

—Christian —dije caminando a su lado—, gracias, de verdad.

—Me comprometí a asegurarme de que te convirtieras por completo.

Me separé un poco de él y adopté una postura un poco más seria.

—¿Por qué? —empecé y él me miró extrañado—. ¿Por qué te has quedado toda la noche junto a mi ventana?

Guardó silencio, parecía incómodo y confuso.

—No lo sé. —Su voz era sincera.

—¿Y a qué se debe el cambio de humor? Ser de pronto tan amable, ¿es solo una forma de proteger a tu presa? ¿De hacer de mi muerte algo más divertido para ti?

Esta vez capté toda su atención. Se detuvo y me miró a los ojos.

—No debes confiar en mí —me advirtió con total seriedad. Todo rastro de alegría y jovialidad desapareció de su rostro.

—Respóndeme, por favor.

—No quieres que lo haga.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Tienes miedo de lo que pueda decir, no es difícil verlo en tus ojos.

—Respóndeme a otra pregunta entonces. ¿Cabe la posibilidad de que lleguemos a ser... amigos? —le dije apartando la mirada.

Su risa me tomó por sorpresa.

—No, de ninguna manera.

Alcé la vista confundida.

—¿Qué somos entonces?
—Dos almas torturadas que se necesitan desesperadamente la una a la otra.

Ladeé la vista hacia el horizonte para impedir que viera la sonrisa triste que había aparecido en mi cara.

—Es una gran definición —reconocí.
—No sería bueno como amigo; no se me da bien interesarme por los demás —dijo para sí mismo—. Los grandes predadores somos las criaturas más egoístas de la faz de la tierra.

Me volví hacia él. 

—Tú te has preocupado por mí. —Mi voz fue apenas un susurro.

—Solo he protegido mis propios intereses, Lena. No veas en mí un rastro de humanidad, porque no existe.

Caminamos en silencio. Registré cada pequeño aroma y cada textura en mi mente; todo era increíblemente real ahora. Mientras, comencé a darle vueltas en la cabeza a una idea que me aterraba. Se detuvo junto a un banco y nos sentamos.

—Justo antes de que Lisange me sacara de la bibliote- ca leí algo que me preocupó.

—¿De qué se trata?

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora