La historia de Lisange. Parte II

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Alzó la cabeza hacia el techo. Parecía meditarlo, como si aún no estuviese completamente segura de querer explicármelo. Cruzó las piernas sobre el sillón y se echó hacia delante, apoyada contra sus rodillas. Luego, me miró.

—¿Quieres escucharlo? —Asentí lentamente. Ella pasó una mano por su cabeza, inquieta—. En vida, pertenecí a una familia que tiempo atrás había sido una de las más acaudaladas de toda Francia, pero en mi época las cosas eran diferentes. No éramos pobres, aún poseíamos un buen apellido y tierras, pero nada comparado con lo que había sido. —Hizo una breve pausa—. Yo era una de esas mucha- chitas que no tenían nada mejor que hacer que soñar con caballeros de capa y espada montados en grandes corceles blancos. Era inocente... —Me miró y avanzó un poco más la cabeza—. Demasiado inocente. Un día creí que había encontrado al mío. Era uno de los hijos de una familia asentada al otro lado de la capital. ¡Me dijo que se había enamorado de mí en el mismo instante en que me vio y yo le creí! Es lo que toda chica desea escuchar —soltó con una risa amarga poniendo los ojos en blanco—. Comencé a verle en secreto. Mi padre no quería que me relacionara con hombres hasta que no hubiera casado a mi hermana mayor. ¡Pero era una injusticia! Temí que él no quisiera esperar, así que le desobedecí y continué encontrándome con él.

—¿Os descubrió? —aventuré.

—No —negó moviendo la cabeza—, pero no eran bue- nos tiempos y caí enferma. Él me aseguró que continuaría estando a mi lado y que cuando me recuperara nos casaríamos y compraríamos una casita lejos de nuestras familias.

—Pero eso era bueno, ¿no? —interrumpí de nuevo.

—Sí, claro. Sin embargo, comenzó a no presentarse a nuestros encuentros. Me mandaba notas excusándose de formas cada vez más absurdas y yo cada día estaba más enferma. Un día, me envió un libro junto a una nota que hablaba de una maravillosa historia de amor en la que los amantes deciden quitarse la vida para poder vivir juntos en el más allá.

—Romeo y Julieta...

Ella asintió con la cabeza. Se sacó la daga del cinturón y jugueteó con ella mientras volvía a hablar.

—Me enamoré de cada palabra escrita en ella. — Respiró hondo—. Pocos días después, me propuso hacer lo mismo que los protagonistas. Me dijo que temía que no recuperara la salud y que no podía seguir viviendo así; incluso traía consigo un frasco con veneno. —Rió una vez más—. Me vendió una muerte dulce e indolora, como un sueño.

Apretaba cada vez con más fuerza el puño de la daga. Sentí algo pesado en el estómago, como el anuncio de que algo malo iba a ocurrir. 

—Accediste...

Juntó sus labios en una delgada línea, con los ojos cerrados, y tomó aire para intentar relajarse.

—Había tanto poder en su mirada, Lena. —Su voz titubeaba—. Sonaba tan sincero... Tal vez era yo la que veía esos rasgos en él, cegada por mi enamoramiento, pero sí — dijo abriendo los ojos para mirarme—, lo hice. Era romántico morir junto a la persona amada y ver que él se sacrificaba por mí. ¿Cómo podía negárselo?

—¿Qué ocurrió después?

Lisange se revolvió incómoda y ladeó la cabeza hacia otro lado.

—Él no bebió. No entendí qué estaba ocurriendo, por qué razón él no lo hacía, pero ya era tarde para mí. Alegó que mi vida ya había terminado de todas formas, pero que él no podía acabar así, que merecía continuar.

No fui capaz de articular palabra en ese momento. Ella se cubrió la cara con las manos, me senté a su lado e intenté reconfortarla, pero no sabía qué podía hacer o decir para mitigar el dolor de algo que había ocurrido siglos atrás.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now