Noche de muertos vivientes

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Cuando entré, escuché ruidos en la casa. Me asusté pero enseguida comprendí que esos sonidos venían de la parte trasera. Despacio, me dirigí hacia allí y me acerqué a una de las ventanas. Toda la casa estaba a oscuras, así que era imposible que nadie descubriera que yo estaba ahí.

Me asomé a través de las cortinas de visillo y descubrí de qué se trataba. Eran Reidar y Lisange. Ella estaba apoyada contra la pared con el rostro contraído por el dolor, parecía débil, sin fuerzas. Justo frente a ella, arrodillado, estaba Reidar con la cabeza apoyada contra el ombligo de ella.

Me llevé una mano a la boca y aspiré aire con fuerza. Era la imagen más incómoda, desagradable y espeluznante que había visto en toda mi vida.

—Lena... —musitó de pronto Lisange, mirando en mi dirección.

La cabeza de Reidar se volvió hacia mí, con los labios manchados de sangre. Pegué un bote y salí de allí corriendo. Subí veloz a la habitación y cerré la puerta, apartándome tanto como pude de ella. Corrí al baño mientras unas horribles arcadas sacudían mi cuerpo. Un segundo más tarde, sentí alguien al otro lado.

—¿Lena? —era la voz de Lisange.

Me pegué contra la pared, incapaz de abrirla, pero olvidé echar el seguro y ella entró de todas formas. Estaba aún más pálida y cansada de lo que la había visto hacía apenas un minuto.

—¿Qué era eso? —tartamudeé, señalando con el brazo estirado en dirección al pasillo.

—Déjame entrar —pidió.

No dije nada, pero ella avanzó hasta la cama y se dejó caer, no sin cierta elegancia, sobre ella.

—Lisange... —corrí a reunirme con ella.

—Estoy bien, Lena. Esto es normal.

—¿Normal? —solté como si de repente se hubiera vuelto loca—. ¿Qué te estaba haciendo?

—Te dije que Reidar estaba encerrado aquí. No tiene otra forma de alimentarse.

—¿Él estaba... alimentándose de ti? —Asintió levemente—. ¿Cómo?

Ella hizo un leve gesto de dolor y alzó un poco la tela de su preciosa camiseta dejando al descubierto la piel de su vientre. Ahí vi, enrojecido y aún cubierto por algo de sangre, su ombligo. Alcé la mirada hacia ella con expresión horrorizada y asqueada.

—Es lo que nos conecta a la vida desde que somos engendrados —explicó—. La sangre concentrada ahí es el alimento de los guardianes. Al parecer, la única pura en nosotros.

—Eso no tiene sentido.

—Lo tiene, créeme —respondió cubriéndoselo de nuevo.

—¿Estás bien?

—Sí, solo necesito dormir. —Se echó hacia atrás y se acurrucó en la cama.

—Creía que no podíamos amar, y que Christian y yo éramos un extraño error.

—Y así es. —Me miró desde la almohada y esbozó una pequeña sonrisa.

—Pero Reidar y tú...

—Amar no siempre es un sentimiento, sino una actitud. Yo no le amo, vivo del recuerdo de lo que una vez sentí. Pero ese recuerdo no viene del corazón, sino de la mente. Y lo prefiero. Amar es algo hermoso pero tremendamente doloroso. Ya he experimentado ese dolor en vida, y tuve la suerte de que duró poco. No voy a arriesgarme con una eternidad por delante. —Soltó una pequeña carcajada de frustración—. Lo único a lo que de verdad temo, como todos, supongo.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Onde histórias criam vida. Descubra agora