No es malo pedir ayuda, ¿verdad? Parte 1

2.9K 388 13
                                    

Confiaba en encontrar a Jerome en clase al día siguiente, pero no fue así.

Aguardé todo el día con la esperanza de que apareciera sin previo aviso por la puerta de algún aula, sonriente y despreocupado, pero no lo hizo. No podía quitarme esas fotografías de la cabeza pero ¿qué esperaba que hiciera? No podía cambiar el pasado de Christian, ¡ni siquiera el presente!

¡Y matarle no era una opción! Pero él no lo entendía. En mi desesperación, incluso entré de nuevo en esa casa que él ocupaba frente a la mía pero, cuando llegué allí, la encontré completamente vacía, como si nunca la hubieran ocupado. Incluso el olor y las manchas de sangre habían desaparecido.

No volví a cruzarme con él hasta el siguiente entrenamiento con Hernan, y no quiso dirigirme ni una sola pala- bra, de hecho, evitaba incluso mirarme y, de repente, empecé a sentirme muy sola sin él. Apenas me alimentaba, no era capaz de recordar cuándo había sido la última vez, ni siquiera de cómo me sentía al hacerlo. Tal vez, en el fondo, quisiera sentirme miserable en todos los aspectos.

Las noches con Hernan eran cada vez más duras, o al menos así lo sentía yo. Cada vez me costaba más esfuerzo seguir el ritmo y soportar los golpes. Sabía que Jerome se había dado cuenta de eso, porque veía en sus ojos reflejado mi propio sufrimiento. Sabía que él odiaba tener que hacer eso y, sin embargo, continuaba asistiendo, así que deduje que lo hacía por mí. En Hernan, sin embargo, había una extraña complacencia. No sé si por mi dolor o por la creciente debilidad.

—No estás concentrada. —Jerome acababa de darme un golpe, pero estaba tan ensimismada en mis pensamientos y en todas aquellas fotografías, que no había sido lo bastante ágil como para esquivarlo.

—Me duele muchísimo el pecho —alegué como excusa. Era cierto, la sensación aumentaba cada día.

—Debe doler, ahora vuelve ahí. —Me puse en pie con dificultad y volví a tomar posiciones—. Aguarda. —Me detuvo. Se acercó a mí, cogió mi muñeca y la alzó hasta la altura de su rostro—. ¿Qué es esto? —No contesté, era perfectamente consciente de que él sabía la respuesta a esa pregunta—. No vuelvas a venir si no te has alimentado —advirtió, soltándome sin ningún cuidado—. Espero que no me estés haciendo perder el tiempo.

—He estado ocupada, pero no tiene nada que ver. Es solo este dolor...

—Bien. Entonces, adelante, termina con tu labor. — Entrelazó los brazos por delante de su cuerpo y sonrió.

—¿Cuál? —vacilé.

—Acaba con él.

Noté a Jerome ponerse tenso a mi lado. Lo miré aterrada y retrocedí.

—No.

—Es un guardián, Lena —dijo junto a mi oído—. Si quieres sobrevivir, no puedes mostrar compasión.

—Él no me ha hecho nada.

—¿En serio? ¿Vas a esperar a comprobarlo?

—Está deseando hacerlo —comentó Jerome, ahora enfadado.

—¡No es cierto! No lo haré.

En ese momento, Hernan estrelló una silla contra el suelo.

—¡No has avanzado nada! ¡Hazlo!

—¡No! —Tiré la daga al suelo—. Se acabó, me largo. Fui a darme la vuelta, pero con un movimiento, me cogió del cuello y me apretó contra la pared.

—¿Nunca te han enseñado que no se le da la espalda a un gran predador? Debería acabar con tu molesta presencia de una vez. Solo eres una vulgar cazadora —dijo entre dientes.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora