Plan. Parte III.

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—¿Qué ha sido eso? —Me volví, sobresaltada, hacia Lisange—. Os he oído a Christian y a ti. ¿Estás bien? No tienes buen aspecto.

—Estoy bien —me pasé una mano por la cara, intentando olvidar esa repentina sensación que se había apoderado momentáneamente de mi cuerpo. Hernan no estaba ahí. No había absolutamente nadie. Solo había sido fruto de mi imaginación, fértil y descontrolada. Lo de Christian parecía incluso parte de un pasado lejano.

—Ignoraba que volvieseis a hablaros.

—¿Hablarnos? —farfullé—. No creo que se le pueda llamar así. Solo quiero gritarle.

—No eres la primera a la que provoca esa reacción.

—¡Pues yo no quiero! No pienso volver a escuchar cómo me dice que no se arrepiente de lo que hizo. Que fui carne para nutrirle. Nada más. ¡Ni hablar! Y, sí, conocía su insensibilidad pero me molesta cuando se trata de mí...

—Lo que sienta o no, no lo podrás cambiar.

—Ni él cómo me siento yo.

Ella tomó aire de forma lenta y pesada.

—La verdad, Lena, es que tienes toda una eternidad para entenderlo.

La miré extrañada.

—¿Entenderlo? No hay nada que entender. Ni siquiera soy capaz de entender cómo has podido tú perdonar a Reidar.

—Para ser honesta, Lena, el perdón no es un don, es una elección. El recuerdo es el que permanece y solo tú decides en qué grado ha de afectarte. Tienes suerte, eres cazadora. Yo no creo que hubiera sido capaz de perdonar como gran predadora.

—La relación que tenías con Christian, ¿era solo de creador y creado? —solté de pronto, recordando las palabras que Christian acababa de pronunciar—. ¿No sintió por ti lo mismo que siento yo?

—¿A qué te refieres? —preguntó, sorprendida, no sé si por el giro en la conversación o por la pregunta en sí.

—Hernan me contó cosas —confesé—. No las he creído porque estoy segura de que solo pretendía que os odiara a todos, pero te lo pregunto a ti. ¿Qué tipo de relación teníais?

Lisange torció el gesto... con expresión incómoda. Eso no me gustó ni un pelo.

—Saber eso no te va a hacer ningún bien.

Me mordí el labio con fuerza.

—Entonces, ¿es cierto lo que dijo?

Me miró a los ojos, pero no pudo mantener el contacto visual mucho tiempo.

—Lena, ha pasado más de un siglo. Nada de lo que ocurriera en ese momento importa ahora. Ninguno de los dos es quien era entonces.

De pronto me sentí estúpida. Algo muy frágil dentro de mí se hizo añicos. Me pasé una mano por la cara, incómoda.

—Lena... —intentó decir ella. Pero no continuó. Imagino que no se le ocurrió qué decir. Me senté sobre una gran roca, clavé los codos sobre las rodillas y miré al frente.

—¿Duró mucho tiempo? —pregunté en un alarde masoquista muy propio en mí.

—¿Qué es mucho tiempo para ti? Lo que a mí me parece un segundo para ti es una eternidad. —No respondí. Ella tomó aire con pesadez y se sentó a mi lado—. Duró hasta que conocí a Liam y me hizo descubrir todos los errores que estaba cometiendo, y eso fue hace casi setenta años.

—¿Le querías?

—No de la manera en que tú entiendes ese sentimiento. Las relaciones entre grandes predadores son diferentes. Es necesidad física, no hay amor, ni siquiera una necesidad emocional o espiritual.

Eso no me consolaba en absoluto. La imagen de ellos dos entregándose el uno al otro sacudió mi mente e hizo estallar la terrible llama de los celos en mi interior.

—Se suponía que os odiabais —dije. Sonó más a un reproche que a un hecho. De pronto, Lisange no era el ser angelical que asociaba a ella. Es más, hasta su olor suave y dulzón me produjo un cierto rechazo.

—Y así es. Él me odió hasta que comenzó a amar esta vida. Yo misma se lo enseñé. Y volvió a odiarme cuando decidí dejar de ser lo que le había enseñado a amar. Tal vez no pudo entender que no quisiera la vida de privilegios y dolor que le había otorgado a él. Puede que quisiera demostrar la diferencia entre su poder y el tuyo o solo demostrar que las vidas humanas son simples y llanas y que no merecían el respeto que yo acababa de descubrir.. Pero cuando llevas siglos alejado de la vida humana, llega un punto en que es imposible ver o valorar la belleza de esa simplicidad. Es lo que Liam me enseñó a mí y lo que me hizo cambiar.

—Entonces, ¿insinúas que yo soy el resultado de eso? ¿Un daño colateral de tu propia transformación? —De pronto me faltaba el aire—. Eso no hace que me sienta mejor.

Si alguna vez había conseguido sentirme especial al lado de Christian, el recuerdo se esfumó como el vapor en una tarde cálida.

—No quiero decir que... —se detuvo—. En realidad, la única verdad es que desconozco por completo los motivos que le llevaron a ensañarse contigo de esa manera...

No hizo falta que continuara. En los últimos meses había desarrollado un instinto sobrenatural para interpretar los silencios. Y, en esa ocasión, ese silencio, fue como si me hubiera apuñalado...

—Gracias —fue lo único que dije—. Por contármelo.

—No creo que debas dármelas. He hablado con Reidar, por cierto. No será difícil llegar a la zona.

—De acuerdo —susurré sin prestar atención a sus palabras—. Creo... que voy a ir a dar un paseo.

Apreté las mandíbulas con fuerza y me incorporé despacio. Me ahogaba, me faltaba el aire. Mi mente y mi corazón intentaban entender demasiadas cosas en ese momento. Avancé despacio y me perdí por el bosque. Ella no me detuvo.

De pronto parecía ridículo todo lo que había vivido y sentido con él.

Nada parecía cierto...

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now