Cinturón negro de kárate

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Cinturón negro de kárate

—¿Se ha marchado ya Lisange?

Bajé corriendo las escaleras intentando calzarme las zapatillas en condiciones. Estuve a punto de tropezar con Caín... O Goliat. Al gato no se le había ocurrido mejor idea que aovillarse en mitad de las escaleras.

—Sí, tenía que hacer unas cosas antes. Me ha dicho que te vería allí a las nueve en punto —me dijo Flavio, con un pequeño cubito de hielo en la boca.

Miré el reloj y suspiré, no iba tan mal de tiempo. Me detuve frente al espejo que había junto a la puerta intentando encontrar una solución de última hora para mi pelo, pero el reflejo me recordó que ahora lo lucía brillante y peinado.

Sonreí y me volví hacia Flavio.

—Bueno, me voy, te veo luego.

Salí veloz de casa. Por suerte estaba nublado y el sol no llegaba a La Ciudad, pero el calor que sentía era como de cuarenta grados a la sombra. Me resultó terriblemente tentador regresar y pedirle a Flavio que me acercara, pero deseché la idea; si me daba prisa, no tardaría mucho en llegar. No estaba muy lejos y, a pesar de la temperatura, yo seguía prefiriendo ir al aire libre, en especial desde que podía apreciar los matices con tanta claridad.

Llegué a una de las calles principales, prácticamente vacía. Casi todo el mundo estaba ya trabajando y los que no, arrancaban los últimos minutos a sus despertadores antes de levantarse. Lo peor de esos días en los que La Ciudad parecía desierta era que, si en las avenidas principales apenas había gente, en las pequeñas y estrechas callejuelas que serpentean por el interior ya no encontraba ni un alma y ese era, cómo no, el camino que yo debía tomar. Me adentré un poco más. La proximidad de unos edificios con otros impedía la entrada de la luz del sol. Solo había atravesado esa zona un par de veces en el tiempo que llevaba allí, y había sido antes de transformarme. La rodeaba una atmósfera de inquietud, algo que me ponía bastante nerviosa. Nunca había visto a nadie en ellas, pero era como si cientos de ojos estuvieran puestos en cada uno de mis movimientos. Por mucho que ahora fuera lo que era, ese lugar me intimidaba. De haber sido un poco más lista, habría pensado en dar un rodeo; sin embargo, ese era el único camino que conocía.

Me detuve. Mi oído sobrenatural captó unos pasos que se acercaban a mí, nerviosos y pesados; alguien me seguía. Continué andando, ahora más despacio, pendiente de cada pisada que llegaba a mis oídos. Eran lentas y resonaban en la acera y en los pequeños charcos de agua del suelo. Un segundo más tarde, se hicieron más rápidas y, después, corrían. Entonces,yo también eché a correr.

Algo pasó por mi lado a toda velocidad aferrando la correa de mi bolso. No le vi ni siquiera la cara. Como acto reflejo, yo también la sujeté y tiré de ella. Mi movimiento fue tan fuerte, que el extraño se elevó en el aire y fue a dar contra la pared del edificio opuesto, cayendo al suelo, inconsciente, entre dos contenedores de reciclaje. No podía haber imaginado que pasaría eso.

Miré en su dirección, asustada, pero no me atreví a acercarme a ver si se encontraba bien. Huí de allí veloz, zigzagueando entre las callejuelas, con la sensación de que alguien me seguía de cerca. Miré hacia atrás, pero no había nadie. Continué corriendo sin parar hasta que salí de nuevo a la avenida principal. Allí choqué contra algo y caí al suelo.

—¿Estás bien?

—¡Flavio! —jadeé.

Me tendió una mano para ayudarme a ponerme en pie.

—¿Qué ha ocurrido?

—Un hombre ha intentado robarme —dije tratando de que mi respiración volviera a normalizarse.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now