Regreso al instituto. Parte 2.

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—Esta semana... esta..., esta...

Sentí miedo, su miedo, escondido bajo un frágil armazón de autoridad. Ahí había inseguridad, soledad, tristeza. Los susurros me sacaron de mi ensimismamiento. La gente murmuraba y se reía por lo bajo. Él parecía desconcertado, ya no hablaba. Entonces, avergonzada y asustada al mismo tiempo, agaché la vista hacia mi pupitre. El profesor continuó con su charla, aún un poco perturbado, pero no volvió a mirarme en todo lo que duró ese interminable día...

Al salir, crucé la calle para regresar a la casa cuando vi algo que me obligó a detenerme. Era Valentine; ese pequeño monstruo hablaba al oído a una mujer que también conocía: Elora. Ambas sonreían y parecían disfrutar del relato de la niña. No me costaba ningún trabajo adivinar de qué estaban hablando. Estaba segura de le contaba su visión. No sabía si creerla. Tal vez fueran ciertos sus celos, pero parecía demasiado feliz como para ser solo una invención. En cualquier caso, vi a Lester al otro lado de la calle, vigilándome, y supe que era hora de marchar. Lo último que quería era tres grandes predadores ansiosos por acabar conmigo merodeando cerca de mí. Aunque Christian les hubiera dejado ahí para protegerme, yo no pensaba caer en el error de creerlo.

Cuando regresé a la casa me quedé en el pequeño jardín a hacer el balance del primer día: Valentine había predicho mi muerte (dolorosa, por cierto), me había ganado el primer puesto en el podio de los más raritos y había «atacado» a mi profesor. Tomé aire despacio y cerré los ojos, deseando estar en cualquier otro lugar.

Sin embargo, había algo en lo que luchaba por no pensar estos dos últimos días, desde que Christian se había ido: la propuesta de Hernan. Esa propuesta estaba directamente relacionada con las palabras de Valentine y esas sí que no podía quitármelas de la cabeza. Temía que Christian muriera por protegerme, ese era mi mayor miedo, y aunque me producía cierto pánico y un extraño sentimiento de culpabilidad solo de considerar la oferta, tenía que reconocer que lo que me proponía era justo lo que yo estaba buscando. Tal vez por esa razón intentaba evitar el tema, por eso o porque mi instinto suicida parecía entusiasmado con la idea. No podía eludir el hecho de que por fin alguien se ofrecía a ayudarme de esa manera. A él no le importaría dotar al entrenamiento de un realismo que ninguno de los De Cote, Christian o los Johnson ofrecería nunca. A él no le molestaría hacerme daño, de hecho, el peligro que él aportaba aumentaba de forma considerable las posibilidades de que, al final, aprendiese a enfrentarme a una amenaza real. Aunque claro, el otro lado, al que solo le daba por aparecer de vez en cuando, ese al que solía llamar instinto de supervivencia, no era muy partidario de que aceptara, sin más, la ayuda del «hermano» de Christian, y no dudaba en gritar o en agitar todas mis entrañas para hacerme ver la locura de semejante idea. Era incapaz de culpar a esa diminuta parte razonable de mí misma, pero debía reconocer que era demasiado pequeña como para ejercer suficiente influencia en mi capacidad de decisión.

—Le dije a Gaelle que era inútil poner bancos.

Me giré de inmediato, como si me hubieran sorprendido haciendo algo que no debía. Era Gareth, y traía un gran vaso de agua con hielos.

—Lo siento —dije, poniéndome en pie y limpiando de forma nerviosa con las manos mis vaqueros.

Él se sentó junto al lugar que poco antes ocupaba yo, a mi lado, así que me relajé un poco y volví a sentarme.

—¿Qué tal tu primer día? ¿Cómo te sientes?

Era increíble que una persona que se pasaba la mayor parte del día trabajando en el campo tuviera ese aspecto tan cuidado y a la vez elegante. ¿Cómo era posible que no llamara la atención de nadie?

—No muy normal —reconocí alzando las cejas a modo de resignación—. Es demasiado pronto.

—Te costará, eso es algo que debes tener presente, pero, tarde o temprano, lo agradecerás.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now