[32] Las vaginas no se compran.

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Capítulo 32. Las vaginas no se compran.

Malcom escupió el hueso de la aceituna que se estaba comiendo cuando entré en su puticlub.

Apagué la música y todos me miraron.

–Te me escapaste hace una hora, pero ahora ya no podrás volver a hacerlo. Van a caerte muchos años por haber matado a dos personas y por prostituir forzosamente a otras veinte, pedazo perro sarnoso –le escupí al ser tras sacar las esposas del bolsillo.

Él permaneció inmóvil y me vi obligada a liberar mi furia con él. Lo agarré por la nuca y estampé con fuerza su rostro en la barra.

–Si no quieres tener que ir al dentista antes de tiempo, más te vale que colabores.

Le quité el taburete de debajo del culo y tiré de sus brazos para ponerle las esposas tras su espalda. Después de volver a amenazarlo, eché a todos los hombres necesitados de una vagina pública para poder vivir, y les dije a las mujeres que bajaran de eses putos bloques de cemento en los que se tenían que contornear para ganar un dinero que iba a parar al cocho que acababa de detener.

–Si sabéis que hay más prostíbulos por la ciudad tenéis que decírmelo –les dije–. Hay muchas mujeres que están obligadas a follar a viejos a cambio de un dinero que va para el proxeneta. No podemos permitir que esto siga así.

Ellas asintieron y me miraron con los ojos brillantes.

–Ahora sois libres, y si no tenéis dinero llamadme –les di mi número de mala manera en una servilleta que pillé.

–Muchas gracias –dijeron todas al unísono.

–¿Gracias por qué? ¿Por hacer mi trabajo?

Agarré al delincuente/cabrón/asesino/proxeneta/animal por las esposas y se las apreté bien fuerte, lo que hizo que soltase un gritillo de dolor.

–Anda, animal –mascullé empujándolo hacia la salida.

Las mujeres me siguieron y la última cerró la puerta. Cuando metí al animal en el coche, saqué una cinta de la guantera y precinté la entrada. «FBI — PROHIBIDO EL PASO»

Había acabado de cerrar un caso y ya supe que había abierto otro: el de la prostitución. Y tenía muy claro que quería acabar con gran parte de ella. Porque una vagina no se compra.

Como las veinte mujeres no cogían –evidentemente– en el coche, llamé a una amiga para que trajera su autobús: una conductora del instituto. Ella era la propietaria de los autobuses, así que podía coger uno perfectamente.

Las vino a buscar –aunque fuesen las diez de la noche– y le dije que las llevase al hotel en el que ya íbamos a parar todos.

El animal iba a dormir, como se merecía, en el suelo. Si podía dormir, porque le iba a permitir a las mujeres que lo maltrataran todo lo que quisieran. Sabía que yo no podía permitir eso, que por muchas personas a las que le hiciese daño no debía autorizar que se violasen sus derechos, pero esa clase de personas me daban un asco increíble.

Cuando me lo llevara todo machacado a Washington diría que se lo hice yo porque puso resistencia a ser detenido. Era la palabra de un delincuente contra la agente favorita de la jefa.

El recepcionista me miró como si estuviera loca al entrar en el hall del hotel. Y era normal, porque había visto marchar a una persona –que lo había amenazado si no la dejaba salir, ya que el hotel estaba cerrado– y veía volver a veintiuna, porque el animal no contaba.

Me despedí de la conductora y le dije que le debía una. Ella me dijo que mientras lograse traer a mi madre para que se volviesen a ver –eran muy amigas antes de que ella se suicidara–, que no me preocupara.

Pagué las habitaciones de las chicas con mi súpertarjeta de crédito y dije al recepcionista que el delincuente ya iba a dormir conmigo. Sí sí, conmigo –pensé divertida para mis adentros.

Creí que iba a llegar a la habitación y encontrarme con la pequeña salita vacía, a Aaron durmiendo en su compartimento y a Simon en el mío. Pero no, los dos estaban sentados en el sofá. Bebiendo cervezas y hablando.

–¿Así de cómodo es el FBI por dentro? –masculló Malcolm con asco, y le di lo que estaba deseando darle desde la primera vez que lo vi: una buena hostia en el cogote.

¿No estaban a matar? –me pregunté a mí misma.

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Hola hola creyentes...

Sé que este capítulo ha sido un poco "seco", solo pretendía recalcar la detención de un puto cerdo por nuestra querida Arianna Edwards. La mitad de esta tercera temporada se ha enfocado más en los sentimientos de Anna que en el caso porque aunque me gusta –y mucho– el género policíaco, no quería que la esencia de la saga se perdiese. Espero que no os haya decepcionado ;)

Interrogatorio:

1. ¿Te gusta la versión policíaca de Arianna Edwards?

2. ¿En la primera temporada de PDLR te esperabas que llegara hasta el FBI?

3. ¿De qué crees que hablaron Simon y Aaron?

4. ¿Te ha gustado el capítulo?

5. ¿Quieres más?

Te amo ❤ Os amo ❤

Besotes,
Diosa Azul xx

Playboy, Devuélveme La Ropa © [#1, #2 y #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora