[11] Él es mi Elegido.

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Capítulo 11. Él es mi Elegido.

{ PRIMERA PARTE }

Amar es destruir, y ser amado es ser destruido ❞ —Jace, de CDS.

Arianna

Después de pisar el acelerador como una desquiciada recorrí las calles con un aire superior, se sentía como si todos los Playboys del mundo me escupiesen su maldito ego.

Miré de reojo a Dallas, que tenía la mitad de la cara tapada por su mano, mientras intentaba no ahogarse con su propia risa.

— Arianna –dijo, y yo giré mi cara hacia él, mirándolo con una ceja elevada–. Se te está subiendo demasiado el ego –agregó, y su pecho subía y bajaba con las carcajadas.

Inspiré fuerte, como si fuera mi último respiro, y con algo de valentía sacada de mi repentino egocentrismo, volví a pisar el acelerador y el coche, casi literalmente voló.

— ¡Estás loca! –gritó Dallas mirándome con el rostro rojo del miedo y la ira.

Apoyé mi codo en la ventanilla del coche, y mirando al frente, metí la uña de mi índice entre los dientes mientras sonreía.

— Te dije que me dijeras algo que no supiera, y te lo vuelvo a repetir –contesté graciosa, pero su cara no demostraba estar divirtiéndose–. Mira White, –dije empezando a frenar un poco, si seguía, la policía no tardaría en llegar– lo único que quiero es humillar a Connor. Es sólo por darle a entender que no puede jugar conmigo como si fuera una muñeca. Y aunque digas, y repitas que estoy loca... Loca lo estaré si no descargo toda mi ira en él inmediatamente –dije suavemente, y con una sonrisa falsa–. Sé que es tu hermano, que querrás protegerlo, que piensas que no es más que un trozo de pan. Crees que aquí, tú eres el peligroso, el White que se mete en problemas; pero sólo estás siendo una réplica falsa de lo que es tu hermano.

Él me miró fingiendo su sorpresa, pero como dije, aunque lo conozca de intercambiar frases, sé que está jodidamente sorprendido.

— Somos Angie y yo, contra tú y tu hermano –añadí dando suaves golpes en el volante, al compás de una canción que no paraba de rondar por mi cabeza–. En una pelea de humillaciones.

— No puedes hacerlo –dijo con la rabia clavada en cada sílaba de las palabras que salían por su boca–. Connor no te hizo nada, te las tomas con él porque es débil, y estás pasándote de la raya –amenazó.

— ¿Me tomas por tonta? Sé que él está detrás de todo esto. ¿Y piensas que no me hizo nada? Para empezar, quiere humillarme por formar parte de su vida hace tiempo –una carcajada salió de mi garganta–. Me enamoró. Y me destruyó –murmuré secamente, mi voz apenas se oía–. ¿Sabes? Amar es destruir, y ser amado es ser destruido –dije con un hilo de voz y mordiéndome la uña sin dejar de mirar al frente.

Ahora supe que no debí decirle todo eso. Se suponía que esto nunca saldría de mi mente y de la de Connor. O mejor dicho, de la antigüa mente de él.

Hace tres años fuimos Romeo y Julieta, pero sin muertes. Sólo destrucción.

Acabé dejándolo, cada día lo que se supone que te llena, me vaciaba y me destruía lentamente, como una droga interminable.

Connor era un chico del que nunca debí enamorarme, un chico problemático, un chico complicado, un chico increíble. Era el centro de mi mundo. Era el sol de mi día y la luna de mi noche. Lo era todo.

Pero pronto salimos de nuestra burbuja amorosa, mis padres querían que me alejase de él. Los padres de él querían que se alejase de mí.

Se rumoreaba que sus padres eran mafiosos. Y evidentemente, los míos eran federales.

Playboy, Devuélveme La Ropa © [#1, #2 y #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora