Prólogo: Recuerdos (Parte 2)

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Una fría brisa invernal sopló desde el norte, trasladando al tranquilo pueblo de Bresinoff parte de la humedad gélida que imperaba en las cercanas montañas Darlen. Todavía era otoño, los árboles conservaban algunas hojas pintadas de marrón en sus ramas y la temporada de nieve no había empezado, sin embargo, entonces que el sol empezaba a ponerse, la gelidez del ambiente daba fe de la temprana partida del calor estival. Bresinoff no destacaba por tener un clima agradable: pasaban de las tormentas de verano a la nieve del invierno en un periodo muy corto de tiempo.

Rosalie Oderne se arrebujó su capa, sobreponiéndose a un escalofrío. A pesar de que había pasado toda su vida en el pueblo y, en consecuencia, estaba más que acostumbrada al frío, el cambio brusco de temperatura que siempre sucedía en aquella época del año solía pillarle de improviso. Se colocó detrás de la oreja un dorado bucle que la brisa había desordenado. Le resultaría más sencillo soslayar el frío si, por lo menos, estuviese haciendo algo para ocupar su tiempo más allá de estar ahí, de pie, esperando.

Los pastores traerían de vuelta los rebaños ese mismo día, después de haber pasado un par de jornadas fuera para aprovechar los últimos pastos verdes que quedaban y que estaban situados junto al río Merín, a medio día de camino hacia el este desde el pueblo. Rosalie nunca había visitado aquellos prados y no estaba segura si en algún momento de su vida lo haría, no porque no pudiese lidiar con la responsabilidad de encargarse del ganado – que podía, por supuesto –, sino porque su familia solo tenía tres cabras. No valdría la pena prescindir de ella o de cualquiera de sus hermanos dos o tres días enteros para vigilar tan pocas cabezas cuando estas podían integrarse en los rebaños más grandes de sus vecinos. Rosalie entendía el planteamiento, pero le molestaba un poco tener que depender de los pastores: la mayoría no eran muy de fiar. O, por lo menos, sus hermanos le habían advertido al respecto. No sería la primera vez que Derek le aconsejaba que no se juntara con ellos más de lo estrictamente necesario y, en cuanto a Edmond ... Bueno, estaba moderadamente segura de que Edmond había llegado a las manos con algunos de ellos en más de una ocasión, aunque no recientemente.

- ... y cuando el caballero abre, por fin, el portón – siguió Edmond, dando un nuevo golpe de hacha al tronco para partirlo por la mitad –, se encuentra en el castillo un feroz y cruel dragón – cogió el último tronco que le faltaba del montón – Era una bestia parda grande y maloliente. Con cuello largo, alas, garras y afilados dientes. Caballero alzó su espada muy valientemente ... Eh – Rosalie lo miró de reojo – ¿Por qué no cantas?

Hizo un mohín, pero su hermano hablaba muy en serio. Edmond terminó de cortar el tronco que le faltaba, completando así la tarea que le habían encomendado. Cuando los otoños eran tan breves y los inviernos tan fríos, nunca era pronto para empezar a cortar leña.

- Te dije que no pensaba cantar – le espetó a su hermano, sin levantarse del madero en el que estaba apoyada, pero cruzándose de brazos.

El camino que daba a los prados, aquel por el que volverían los pastores, pasaba justo entre un bosquecillo y la cerca que rodeaba su casa, así que Rosalie consideró una buena idea esperar allí su llegada. Creyó que Edmond, que estaba por allí, tendría a bien amenizar su espera con algo de conversación, pero su hermano había preferido ponerse a canturrear.

- Es tu canción favorita – adujo el otro, dejando el hacha en el suelo – Ah, ya sé lo que pasa. Se te ha olvidado la letra otra vez, ¿verdad?

En primer lugar, esa canción le gustaba cuando era pequeña, pero ya no era ninguna niñita, no perdía el tiempo con esas tonterías. Y, en segundo lugar:

- ¡Por supuesto que me acuerdo! – le soltó, tajante. Edmond hizo un gesto con ambas manos, animándola a demostrarlo – Caballero alzó su espada muy valientemente. El horrible monstruo saltó como una serpiente. El chocar de aceros retumbaba de repente y el buen guerrero se vio las caras con la muerte. Pero siempre tuvo en su mente, bien presente, el destino de su amada que, en lo alto de la torre, fervientemente, lo esperaba – tomó aire – Así la bestia cayó, derrotada, el caballero encontró a su dama y el amor demostró ser tan fuerte como la espada. Fin.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora