CAPÍTULO 14: Enderezar lo que está torcido (Parte 3)

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Los últimos días habían sido muy ajetreados, sin embargo, todavía faltaban muchas cosas por hacer. Las horas transcurrían extraordinariamente deprisa cuando uno estaba ocupado.

- Entonces – el veterano general tomó la palabra de nuevo, mirándolo con una expresión a medio camino entre su diligencia característica y el cansancio propio de una reunión que no parecía tener fin –, da su aprobación a la propuesta de los oficiales – señaló el manuscrito con un gesto.

Sabía que con esa cuestión pretendía zanjar el asunto de una vez por todas y, dadas las circunstancias, no podía reprocharle esa intención. Probablemente ya habían perdido más tiempo del que sería razonable discutiendo aquel tema. Asintió con un gesto de cabeza.

- Confío en que hayan propuesto a candidatos adecuados a la importancia del trabajo – respondió porque, en realidad, no conocía a los hombres cuyos nombres aparecían en aquella lista – No querría correr más riesgos de los necesarios.

El otro convino con un cabeceo, agravando su gesto serio.

- No se cometerán más errores, mi señor – le aseguró con toda convicción.

Roland no creía que "error" fuese la mejor palabra para definir lo que sucedió en las estribaciones e, incluso aunque lo fuera, dudaba mucho que fuese justo atribuirle la responsabilidad al general Darem Guisdo. A pesar de ello, el veterano militar parecía decidido a cargar sobre sus espaldas la culpa por esos acontecimientos y, claramente, buscaba la ocasión para resarcirse. Aunque Roland no podía saber con certeza si esa actitud se debía al atentado de las estribaciones o, más bien, a la ausencia del rey.

- En ese caso – adujo Roland, tomando la lista y echándole un vistazo somero –, se puede formalizar el documento.

Sin esperar ningún beneplácito del militar, dejó el manuscrito con esos tantos otros que, posteriormente, serían ratificados para su definitiva publicación. La burocracia resultaba incluso más cansina en situaciones complejas como la que se encontraban, no obstante, por inconvenientes que se antojaran esos formalismos, muy a su pesar, no estaban en posición de alterar los canales de actuación convencionales. Roland no era ajeno a la precariedad de su situación, justamente por eso había querido tomar todas las medidas de prevención que estaban a su alcance, incluso aunque se antojaran exageradas y alarmistas.

En ausencia de su padre, él se había convertido en el rey en funciones y, a la vista de los últimos sucesos, había bastantes posibilidades de que la eventualidad se tornara permanente, al fin y al cabo, su padre parecía haber ido a meterse en la boca del lobo. Ignoraba cómo había podido cometer semejante error, el propio Guisdo había tratado de disuadirlo para que no acudiera a esa estúpida, improcedente y muy sospechosa convocatoria, pero no lo había conseguido. Llegados a aquel punto, a la vista de la preocupante falta de noticias sobre su paradero, daba la sensación de que solo un milagro bastaría para traer al rey de vuelta, sano y salvo. Así que debía tomar las riendas. Los Keuck se habían tomado demasiadas molestias para truncar la sucesión como para que fuese razonable postergar en demasía su coronación: era necesario responder.

El general Guisdo, sentado al otro lado de la mesa de despacho, en el asiento que había ocupado desde que comenzara su reunión, carraspeó y Roland le dedicó una ojeada.

- ¿Lady Katherine no querrá opinar al respecto? – inquirió el oficial con tiento.

Hacía unos días, había dictaminado unilateralmente ponerla bajo la custodia permanente de una guardia personal que garantizara su seguridad dentro y fuera de esos muros, así que, sí, probablemente su hermana tendría algo que opinar al respecto, pero no quería oírlo. Seguramente, Katherine despreciaría su sana intención de mantenerla a salvo y lo acusaría de estar paranoico en lugar de agradecerle la preocupación por su seguridad, como debería hacer.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now