CAPÍTULO 19: Un asunto escabroso (Final)

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Suspiró por lo bajo, la vista gacha, y dejó caer al suelo el trozo de porcelana que había encontrado y que, realmente, no tenía ni idea de si correspondía a una taza o a cualquier otra cosa. El fragmento, que era más grande que otros que habían crujido bajo sus pies al adentrarse en la sala, cayó blandamente sobre el montón de tela revuelta que había en el suelo, arrugado y enmarañado como si alguien se hubiese esmerado en revolverlo a conciencia, de la misma manera habían hecho con cada rincón de la casa.

Los muebles estaban torcidos, volcados o directamente machacados a base de golpes. Cualquier objeto que fuese de vidrio o cerámica estaba hecho añicos. Nada estaba en su lugar hasta tal punto que le costaba reconocer su propia casa. Todas las puertas y ventanas estaban abiertas, muchas las habían arrancado de los goznes, y habían convertido cada habitación en un absoluto caos en su implacable búsqueda de algo de valor. Incluso el sótano.

Había creído que sería seguro, pero, si llegaron a esconderse ahí como les dijo que hicieran... Negó con la cabeza, queriendo deshacerse del temor que lo había perseguido sin tregua toda la jornada anterior. Si las hubiesen encontrado abajo, no habrían podido salir, seguirían estando allí. Así que debían de haber conseguido escapar antes de que ellos las atraparan. O, al menos, eso quería creer.

La verdad era que la posibilidad de que se hubiesen cruzado con esa turba lo atormentaba, sin embargo, hasta donde sabía, estaban fuera de su alcance. A salvo. Al menos, por el momento. Al menos, Saira.

Tulio era consciente de haber cometido muchos errores recientemente, no obstante, no sería tan estúpido como para volver a infravalorar lo que la gente de Véndel podía hacer. Ya le habían informado de que el nietlavo estaba en algún punto de la linde del Eoin y ese detalle era más que suficiente para justificar una batida. Todas las personas que encontraran en su compañía serían consideradas enemigos de la revolución, y era de todos sabido lo que harían con ellas.

Asintió para sí, asustado por la perspectiva que llevaba rumiando desde que sabía que Saira y, por extensión, también su madre, estaban en esos bosques, y regresó al exterior.

El cruce de calles sería demasiado angosto para poder calificarlo de plaza, sin embargo, había acaparado las atenciones del tumulto como si lo hubiese sido. Las puertas y ventanas de las cercanías habían sido forzadas a fin de sacar al exterior cualquier objeto que se considerara digno de ser saqueado o de arder en la hoguera que habían encendido en el centro del lugar y que, a esas alturas, solo era un montón de madera negra y cenizas. Había telas rasgadas, cortinas, ropajes y piezas de madera que habían pretendido ser combustible para las llamas, pero que no habían llegado a consumirse del todo, convirtiéndose en meras evidencias de lo que había ocurrido.

Sikayn estaba allí, mirando el suelo sin verdadera intención de observar el escenario lóbrego y silencioso al que había quedado reducido esa y cualquier otra calle de la zona. Esa quietud, la ausencia de cualquier sonido, resultaba sobrecogedora. Especialmente entonces que el sol se estaba poniendo y el frío se hacía más notable.

- Creo... - la palabra retumbó en la plazuela, pese a que no había hablado muy alto. Sikayn se volvió hacia él – Creo que es un error quedarse aquí.

El otro negó, disconforme con el argumento que, sabía, estaba a punto de formular, pues no era la primera vez que hablaba al respecto. La verdad era que cada una de las pocas palabras que Tulio había dicho las últimas horas había rondado alrededor de la misma idea.

- No lo has pensado bien – adujo Sikayn, circunspecto.

Entonces fue Tulio quien negó, aunque no porque estuviera en desacuerdo con él, sino porque le daba la sensación de que debería estarlo.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora