CAPÍTULO 20: Decisiones difíciles (Final)

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Las horas difícilmente podrían haber pasado con mayor lentitud. El paisaje no daba la sensación de variar, el terreno escabroso, lleno de socavones y altibajos, se sucedía en todas direcciones de la misma forma, asaeteado por esos árboles que eran igual de altos, anchos y ligeramente retorcidos en sus nudos. Las ramas bajas se alargaban hacia las cabezas, enredándose en el pelo o arañando los hombros. El sotobosque afilado cubría el suelo de manera desigual, ocultando los agujeros lodosos, las piedras sueltas y los escalones imprevistos que creaban las raíces levantadas.

El sol se había alzado y descendido. Su declive había alargado las sombras e intensificado el frío punzante que medraba bajo ese denso dosel de hojas oscuras, bajo la apariencia de una niebla blanca que escalaba por los pies. El viento no soplaba en aquel lugar, sin embargo, su murmullo sonaba en las alturas, allá donde la vista no alcanzaba.

A pesar de que imperaba el silencio en su travesía, había sonidos que no podían evitar: la trápala de los cascos del caballo, el crujido de sus pasos sobre las piedras sueltas y las ramas caídas, el roce de la vegetación y el susurro inconstante de las voces que se quejaban.

Peeter era consciente de que la situación no era muy halagüeña, no habían parado ni una sola vez en todo el día, no obstante, encontraba remarcable que hubiesen encontrado tantas maneras de manifestar su incomodidad por el frío, su cansancio por la travesía y su preocupación por la falta de provisiones y todo lo demás sin llegar a decirlas abiertamente. Resultaba llamativo que la extenuación que, lógicamente, los atenazaba a todos, no los minara en ese sentido.

Se habían puesto en marcha con las primeras luces, si su orientación no le fallaba, iban en dirección sur, algo desviados hacia el este, con la idea de buscar cobijo en la espesura al tiempo que se acercaban a la frontera, aunque resultaba difícil estar seguro de que iban por buen camino cuando los árboles le habían impedido ver el cielo durante todo el día y el terreno los obligaba constantemente a dar rodeos. Llegados a aquel punto, con la luz menguante del crepúsculo, apenas si se veía el suelo y el detalle había contribuido a acrecentar más si cabía el descontento general.

Él también estaba cansado, le dolía la cabeza donde le habían dado un puñetazo esa mañana, le picaban los brazos allá donde lo habían cortado con horcas y lanzas, y tenía hambre, dado que las raciones habían sido escasas. Pero también era consciente de que los venían siguiendo de cerca y, en caso de que dieran con ellos, tendrían un encuentro muy poco agradable. O, al menos, así había sido al principio de la jornada.

El día había transcurrido sin ningún incidente digno de mención, no creía que hubiesen avanzado tan rápido como habría sido conveniente, sin embargo, la ventaja que habían sacado a sus perseguidores daba la impresión de haber sido suficiente para despistarlos. Cabía la posibilidad de que hubiesen renunciado a seguirlos a las entrañas de ese "bosque maldito", estaba moderadamente seguro de que esa sería la conclusión general, pero Peeter no pensaba bajar la guardia tan deprisa. De todos modos, suponía que ya iba siendo hora de parar.

Dio un último paso, frunciendo los ojos para distinguir lo que las sombras pretendían ocultar. El terreno era enormemente irregular, había ido empeorando conforme se adentraban más en la foresta y dudaba mucho que fuese a mejorar próximamente, lo cual había ralentizado el ritmo de la marcha. El lado positivo era que, entonces, contaban con bastantes buenos lugares donde podrían resguardarse de miradas indiscretas, incluso a despecho de ser un grupo numeroso.

Se detuvo donde estaba, frenando al caballo, y se volvió para mirar atrás, al resto del grupo, que continuaba caminando en una fila de una o dos personas de grosor que se extendía mucho más terreno del que sería estrictamente necesario, si se dignaran a caminar solo un poco más deprisa. La distancia prudencial que guardaban quienes iban inmediatamente detrás de él daba una pista acerca de su escasa popularidad. Una consecuencia inesperada después de las molestias que se estaba tomando en la que no quería pensar demasiado.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now