CAPÍTULO 19: Un asunto escabroso (Parte 2)

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El viento soplaba desde el norte, trayendo frío y humedad. Las nubes oscuras habían cruzado el cielo de norte a sur, dejando tras de sí cada vez más claros añiles, entonces que el sol había tomado altura sobre el horizonte. Pero el detalle no implicaba que el denso olor a quemado se hubiese atenuado algo. Aquello era una mierda.

Gruñó de mala gana, cruzándose de brazos en un gesto malhumorado y apretando los ojos para otear ese paisaje que llevaba contemplando toda la puñetera noche. Debía admitir que había subido allí para apartarse de los otros, sin embargo, la altura comparativamente mayor de esa colina había resultado ser suficiente para poder verlo con mucha claridad. Las llamas habían dado a la madrugada una claridad que habría resultado imposible de ignorar, pese a que tomaron la prudente decisión de alejarse de los límites de la ciudad aprovechando la distracción del enfrentamiento y el incendio, esa luz los persiguió. El fuego se extinguió con el alba, sin embargo, extramuros seguían lanzando humo al cielo como una chimenea. No pudieron huir del hollín.

Noyan empezaba a dudar si se libraría en algún momento de esa condenada peste a quemado, aunque, llegados a aquel punto, no era esa su principal preocupación. Tenía mil cosas rodándole la cabeza en esos momentos y, francamente, ninguna le gustaba.

En primer lugar, como no podría ser de otro modo, estaba la gran cagada de extramuros. Había intentado enterarse de qué coño había pasado ahí abajo, había preguntado a casi todo el mundo si había visto algo que permitiera entender cómo puñetas se había echado todo a perder de una forma tan condenadamente espectacular. Pero nadie sabía nada o nadie quería contar lo que sabía, así que estaba en las mismas. Noyan no tenía manera de saber quién empezó el incendio, mucho menos por qué lo había hecho, tanto era así que ni tan siquiera podía rechazar con rotundidad la posibilidad de que hubiese sido cosa de la propia guardia. Todo sería más fácil de asimilar si hubiese sido eso, una trampa desproporcionada para matarlos a todos, pero, a ver, ni siquiera él sería tan tonto para no darse cuenta de que eso era una memez.

Nadie estaría tan loco para quemar su propia ciudad, y el emperador no sería una excepción.

Conociendo sus antecedentes, parecía más sencillo dar por sentado que esos gilipollas que se hacían llamar Patrios, pero que no lo eran, hubiesen reiterado en Brenol lo que ya habían hecho en cada una de las aldeas y granjas con las que se habían cruzado en su camino hasta allí, es decir, saquear y quemar. Y, por supuesto, ser consciente de ello lo cabreaba muchísimo.

Noyan había estado negociando cuando todo empezó. No mantuvo un intercambio precisamente amistoso con esos soldados, lo admitía, pero, joder, por lo menos hablaron. Pensó que era un avance con respecto a la dinámica habitual de matarse unos a otros cada vez que se cruzaban, pero, de repente, toda esa gente bajó de la colina, empezó el fuego y todo se acabó de un plumazo. La conversación se truncó, retomaron su vieja costumbre de pelearse y el resto, como suele decirse, es historia. Una historia de mierda.

Las posibilidades de que el emperador hubiese estado dispuesto a recibirlos ya habían sido muy bajas antes, las acciones de esos imbéciles que se hacían llamar Patrios en su camino hasta la capital habían ido menguándolas cada día que pasaba, con cada aldea que saqueaban, con cada guarnición de soldados que liquidaban, y, después de lo que había pasado allí, la perspectiva de entenderse con alguien de la capital se había reducido a la estupidez que, probablemente, siempre había sido o ¿no había pronosticado el barón su fracaso desde el principio?

Gruñó otra vez, malhumorado. Detestaba cuando tenía razón.

- Noyan – la voz de Elgun lo sacó de su furibunda contemplación del paisaje.

Su amigo no se reunió con él en lo alto de la colina, en su lugar, se detuvo un poco más abajo. Ofrecía un aspecto semejante al que debía de tener él mismo, seguía lleno de hollín de pies a cabeza, tenía la ropa arrugada y ennegrecida, arañazos, quemaduras, moretones y una expresión a medio camino entre el enfado y el cansancio. Al fin y al cabo, no habían dormido nada.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now