CAPÍTULO 6: Interpretaciones (Parte 3)

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El primer día no pudo haber empezado de mejor manera. El viento, el sol y la completa ausencia de nubes invitaban a hacerse ilusiones con respecto al excelente clima al sur de Shalon Tore y, sin duda, las expectativas que se había formado a consecuencia de su buen humor no se vieron en absoluto defraudadas. Una vez corrigió el asunto de la falta de abrigo, pues lo despejado de la mañana le había hecho infravalorar lo gélido del viento que soplaba sin pausa, iniciaron su travesía al sur. El lado bueno era que esa incesante brisa los empujaba casi sin que Zereth tuviese que hacer ningún esfuerzo, un detalle digno de agradecer, como averiguaría más adelante.

Rhö había pecado de iluso al dar por sentado que el pueblo de Ethel estaba cerca de donde la había encontrado. No, el refugio de los herveríes quedaba mucho más lejos, aunque suponía que debía de estar bien escondido. No tenía muy claro cómo tomarse todo el asunto de la existencia de los enanitos, si bien era cierto que Ethel le había pedido varias veces que no se refiriera a ellos de ese modo. El caso era que la existencia de los herveríes, a pesar de ser inesperada, como poco, no suponía una gran diferencia para Zereth y él en cuanto a sus planes más inmediatos. Ethel no paraba de repetir cada vez que tenía ocasión que él no debía ver, mucho menos, entrar en Henmark, la ciudad de los herveríes cuyo nombre, en sus propias palabras, no debería haber mencionado, sin embargo, en su humilde opinión, Rhö pensaba que estaba exagerando. Le parecía perfecto que los herveríes quisiesen ocultarse de los sureños, es decir, en Tirgia tampoco se tenía muy buen concepto de ellos, se los consideraba poco de fiar, ahora bien, él no lo era. Él, gracias a la siempre inestimable intervención de Zereth, había rescatado a Ethel y se había tomado la molestia de devolverla de una pieza, ¿tanto les costaría a los de Henmark darle provisiones para el camino y luego despedirlo con un apretón de manos? No creía estar pidiendo tanto. Sea como fuere, al margen de su opinión, Ethel había elaborado otra estrategia. Dado que, con arreglo a las normas del Aislamiento, una legislación que tampoco debería haber sacado a colación en su presencia, no podía mostrarle la ciudad en sí, Ethel se había comprometido a llevarle ella misma, personalmente, los suministros que necesitaba, como pago por su ayuda. Ante ese ofrecimiento que, sin duda, parecía justo, Rhö no pudo evitar preguntar cómo iba a hacer eso exactamente. Si lo dejaba fuera de Henmark y entraba ella sola, ¿cómo iba a justificar la salida de víveres? Ethel no le dio ninguna respuesta a esa cuestión, probando de ese modo que su plan distaba de ser tan infalible como había dado a entender en un primer momento.

El infructuoso intercambio con respecto a cómo deberían proceder una vez llegaran a Henmark se convirtió en el ruido de fondo de su viaje. Rhö siempre abogaba por entrar a la ciudad, pues no tenía nada que esconder y no creía que los pequeños herveríes supusieran ninguna amenaza, en cambio, Ethel parecía dar por sentado que iban a lincharlo nada más pusiera un pie dentro solo para preservar el Aislamiento. Le costaba un poco creerse la advertencia porque, tomándola a ella como referencia de lo que podía esperar de un herverí ... En fin, no parecía probable que fuesen a molestarse tanto como Ethel daba por sentado. A pesar de eso, dado que ella no había dejado de insistir en todo lo relacionado con la importancia del Aislamiento, no sabía qué de una guerra que tampoco debería haberle mencionado y blablablá, Rhö había decidido optar por la prudencia. No era ningún loco, escucharía el aparentemente desproporcionado consejo de Ethel y no entraría en la ciudad de Henmark, a pesar de que le había terminado picando mucho la curiosidad respecto a cómo sería. Zereth emitió un gorgoteo, como si aprobara su resolución. Rhö le agradeció el gesto con unas palmaditas en el cuello.

Entonces era el tercer día de viaje y el sol empezaba a caer raudo hacia poniente. La travesía se había hecho más larga de lo esperado, sí, pero, a decir de Ethel, Henmark seguía siendo la ciudad más cercana a las ruinas, de manera que no habrían podido librarse de ese viaje ni aunque se hubiesen decantado por otro destino que no guardase relación con los herveríes. El tiempo los había respetado hasta el momento y el viento los había impulsado en gran medida, sin embargo, el paisaje no había cambiado significativamente. Después de que a Ethel se le escapara, otra vez, que Henmark estaba en algún punto en los páramos de Mereth, habían modificado su rumbo un poco hacia el oeste, con objeto de visualizar la ciudad antes de estar demasiado cerca de ella. A partir de entonces, habiéndose alejado del bosque de Volg, solo habían visto piedras. Piedras enteras, piedras partidas formando fallas y piedras apiladas en forma de pequeñas colinas. Hacia el sur, el páramo terminaba en algún momento, según le informó Ethel, sin embargo, ese confín escapaba de su visión. Ellos solo habían tenido piedras a la vista en un buen tiempo y lo poco estimulante del paisaje, sumado al hecho de que Ethel se había acostumbrado a eso de volar a lomos de un dalar, había animado su conversación hacia otros temas, aparte del recurrente asunto de Henmark. La herverí que tan decidida estaba a respetar lo más posible el Aislamiento parecía completamente incapaz de no soltar algún dato indebido cada vez que abría la boca. Rhö no daba mucha importancia al hecho, es decir, si el Aislamiento prohibía que un humano los viera, diría que estaba más que roto a esas alturas, no obstante, claramente, todo eso era importante para Ethel, por eso se enfurruñaba cada vez que nombraba a los Noscem, el Círculo o el Mágnesis. Él le había dicho que no se preocupara, que tenía mala memoria y se terminaría olvidando de todo eso. Su propia consideración le había sorprendido hasta a él, aunque suponía que estaba tratando con una criatura de cuento, así que, no estaba de más ser educado, ¿no? Además, seguía siendo como una niña. Torció el gesto ante su propio razonamiento, dado que distaba considerablemente de su modo de proceder habitual, no obstante, algo lo distrajo de esa certeza.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now