CAPÍTULO 17: La lejana luz del amanecer (Final)

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Debía de estar próximo el mediodía, sin embargo, al contrario de lo que había sucedido en las jornadas precedentes, el cielo había amanecido encapotado y no permitía ver el sol con la claridad habitual. A medida que transcurrían las horas, las nubes se habían opacado, oscureciendo el paisaje ajardinado que se extendía más allá de la ventana, abierta de par en par, bajo una penumbra homogénea. En el ambiente flotaba el inconfundible olor de la lluvia inminente, pero todavía no había empezado a llover. No tenía claro si llegaría a hacerlo propiamente.

Era una evidencia que el otoño, por fin, había hecho acto de presencia, aunque mentiría si dijera que los rigores de la estación golpeaban esas tierras con la intensidad a la que ella estaba acostumbrada. Su experiencia le había hecho aparejar el otoño con el frío gélido, la lluvia y la nieve, y el invierno con una versión más incisiva de todo ello, sin embargo, ya había podido comprobar que el clima funcionaba de un modo muy diferente por esos lares.

Alison Berthold no llevaba tanto tiempo viviendo en Velana, poco más de un año, pero debía admitir que esos inviernos tan amables compensaban sobradamente la excesiva calidez que, para su gusto, traía consigo el verano. Sabía con toda certeza que, a esas alturas del año, en Almont ya habrían comenzado las heladas y, hablando con sinceridad, no las echaba de menos en absoluto. Poder estar con la ventana abierta se le antojaba un verdadero lujo.

Apartando la vista del jardín y de esa lluvia que no empezaba, volvió a centrar su atención en la hoja de papel que tenía delante y que, por el momento, estaba trágicamente en blanco. Había tanto que quería decir que había necesitado ordenar sus ideas antes de empezar a escribirlas.

Desde que se trasladó a vivir a Velana, había intercambiado correspondencia de manera habitual con su hermana menor, Katherine, en parte para no perder el contacto con ella, pero, sobre todo, para que la pusiera al corriente de lo que ocurría en Almont en su ausencia. 

La partida de Alison, al fin y al cabo, había sido repentina, resultado de un arreglo de última hora que no tenía nada que ver con el original, puesto que este no había sido del agrado de suficientes personas. Dadas las circunstancias, su atención e interés por el desarrollo de acontecimientos había sido procedente y justificado, incluso aunque la distancia convirtiera la pretensión de permanecer informada en una tarea difícil de cumplir y que no tenía visos de suponer ningún cambio real, dada su imposibilidad para interceder de ninguna forma.

Incluso sabiendo esto, Alison no había sido capaz de desentenderse pues, aunque el tiempo y la distancia hubiesen terminado desvinculándola de la situación, en aquel momento, no había podido evitar sentirse responsable del fracaso. Le advirtieron de que su nombre había sonado en las conversaciones acerca del tratado, le informaron de que ella había sido propuesta por el rey de Gromta para formalizar esa pretensión de paz por medio de un enlace que garantizara su durabilidad más allá de la presente generación. Es decir, el hombre sugirió un matrimonio entre ella y su hijo y heredero Andrew Landar, aduciendo que ese era el paso natural para darle continuidad a los acuerdos que pudieran alcanzar entre ellos. 

Sin embargo, ese principio de acuerdo se liquidó tan rápidamente como surgió en primer lugar. Y Alison tuvo que asumir la responsabilidad de ese fracaso, a despecho de que ni tan siquiera estaba tomando parte activa en la elaboración del tratado.

El cambio de parecer se argumentó en base a la disconformidad de la corte, no obstante, Alison dudaba mucho que su padre hubiese estado conforme con el arreglo original, a despecho de que no lo hubiese expresado abiertamente. Su eventual enlace con Andrew Landar situaría a este demasiado cerca de la corona almontesa como para que pudiera resultar cómodo para nadie. Cierto era que Alison habría renunciado a todos sus derechos sobre el trono en el momento de aceptar el arreglo que había estado sobre la mesa, de tal manera que, estrictamente hablando, Andrew Landar nunca habría obtenido ninguna legitimidad para reclamar la corona almontesa por medio de ese enlace, no obstante, era de todos sabido que las cosas no eran tan simples.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now