CAPÍTULO 7: Cuando se oyen pasos (Parte 2)

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- No se llevaron nada – le comunicó con sequedad –, pero mostraron la intención de hacerlo mientras duró el enfrentamiento. No puede descartarse que fuera un asalto.

No respondió nada en un primer momento, a pesar de que, a su modo de ver, esa conclusión no podía estar más equivocada. Tomó aire y desvió su atención del oficial y su informe para centrarse un momento en la tercera persona que estaba en la sala, por lo demás, vacía. Se había sentado en una de las butacas que había cerca del centro de la estancia, adoptando una postura correcta, pero rígida. No los miraba a ninguno de los dos. La caída de la tarde empezaba a hacerse patente en la habitación conforme disminuía la luz diurna que entraba por las ventanas.

- No habría sido posible anticiparse a esto – contra pronóstico, tomó la palabra, aprovechando que él había guardado silencio. El oficial asintió con cierta reverencia, a pesar de que su interlocutora ni tan siquiera lo estaba mirando del todo.

- Así es, mi señora – le confirmó sin ninguna vacilación. Él discrepaba.

Podía estar de acuerdo en que el robo hubiese sido una de las motivaciones del ataque, sin embargo, no estaba dispuesto a aceptar que fuese la única, mucho menos la principal. Suspiró y movió el hombro izquierdo un poco, convenciéndose una vez más de que apenas le quedaban secuelas dignas de mención y de que, en unos días, podría prescindir del cabestrillo para no tener que usarlo nunca más. Era consciente de que el desenlace podría haber sido muy diferente para él, pero no estaba seguro si podía considerarse a sí mismo afortunado.

- Me cuesta creer – comentó entonces – que ninguno de los prisioneros haya dicho nada más. ¿Quién se hizo cargo de los interrogatorios? – oyó que ella suspiraba.

- El comandante Frojer, señor, y el capitán Guisdo – le respondió el otro enseguida.

Confiaba en ambos, sin embargo, seguía encontrando inverosímil que ni uno solo de los indeseables que habían podido capturar con vida hubiese delatado a quienquiera que fuese la mente confabuladora detrás de lo que, claramente, había sido un atentado en su contra.

- Es la décima vez que preguntas lo mismo, Roland – observó su hermana con tono apagado – Ya te han dado una copia de los informes del interrogatorio y nadie ha dicho nada, ¿has pensado que, tal vez, sea porque no hay nada que decir?

Intercambió una mirada con el oficial que, por supuesto, se abstuvo de hacer comentarios. Aquel día no había esperado que Katherine fuese a hacer ninguna aportación valiosa y, al parecer, no se había equivocado un ápice. Ni tan siquiera sabía por qué había querido permanecer allí mientras oía recitar el que prometía convertirse en el último informe que se redactaría respecto a lo acontecido en la Carretera de las Estribaciones. En su opinión, todavía no habían llegado al fondo del asunto, apenas habían raspado la superficie, sin embargo, debía admitir que el artífice intelectual de aquella intriga había sabido ocultar bien sus huellas. A su pesar.

Le dio permiso al oficial para que se retirara, dado que no parecía posible cambiar las conclusiones a las que habían llegado alargando esa conversación por más tiempo. El soldado se despidió con un gesto marcial y abandonó la estancia, dejándolos a ellos dos a solas.

- ¿En qué momento – empezó a preguntar Katherine nada más el oficial se hubo marchado, sin moverse de su sitio – vas a dejar de buscar fantasmas?

Aquella expresión difícilmente podría ser más acertada, dadas las circunstancias.

- Cuando encuentre lo que busco, dejarás de considerarlos como tal – le replicó.

Su hermana puso los ojos en blanco y negó con la cabeza, sin aparente intención de ceder al sentido común, pero con poco ánimo para discutir. Roland se la quedó mirando. Probablemente no era el mejor momento para mantener esa o ninguna otra conversación. Suspiró, volviendo a poner a prueba el brazo herido que casi había sanado completamente y dando un paso en su dirección, pero sin saber con certeza cómo hablarle en esas circunstancias.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora