CAPÍTULO 7: Cuando se oyen pasos (Final)

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Abrió la puerta con mucha delicadeza y se asomó fuera. El pasillo estaba iluminado por varias lámparas colgadas en la pared a intervalos regulares, sin embargo, no parecía haber nadie. Miró al otro lado, a la ventana que se situaba en el extremo sin salida del corredor, solo para confirmar lo que ya había podido ver desde el interior de sus dependencias: había anochecido. Había acertado al suponer que el detalle supondría una diferencia en cuando al número de lacayos que habían estado yendo y viniendo, aunque no había esperado una tan drástica. Después de un momento de vacilación, salió al exterior y cerró la puerta tras de sí, sin hacer ruido, para, a continuación, encaminarse hacia las escaleras sin prisa, pero sin pausa.

Katherine tenía la sensación de haber pasado horas enclaustrada en sus habitaciones y, aunque el hecho era verdad, no creía que fuese apropiado atribuirle tanta gravedad, no en vano, no le había apetecido hacer nada en concreto o hablar con nadie. Roland ya había demostrado ser una compañía poco grata esos días, dado el tema de conversación que siempre salía colación cuando coincidían. Suspiró con pesadumbre, rebajando inconscientemente el paso hasta casi detenerse al final del pasillo. Se temía que no entendía a su hermano. No entendía cómo una persona inteligente como él no fuese capaz de ver el enorme problema que se estaba fraguando a su alrededor, ¿cómo no se daba cuenta de las nefastas consecuencias que el accidente en las estribaciones podía traer consigo? ¿Es que no se había percatado de que la Guerra del Tilar empezó por mucho menos? Allan Keuck había muerto y el hecho tiraba por tierra todo lo pactado porque ¿a quién iba a culpar su tío, el rey de Gromta, de lo sucedido sino a ellos? Finalmente, se detuvo con la desagradable sensación de que todo se estaba desmoronando sin remedio. Katherine pensaba, es decir, su madre le dijo en su momento, que era su responsabilidad asegurarse de que las relaciones entre Gromta y Almont fluyeran, evitar que se volviera a caer en cualquier clase de conflicto, ese había sido el único propósito de su matrimonio, pero entonces Allan ... Y no sabía qué hacer, ¿qué debería hacer? Sentía que no podía hacer nada, ni tan siquiera podía pedirle consejo a su madre, porque no estaba. Volvió a suspirar, alicaída, sintiéndose inútil.

Lo de Allan había sido un espantoso accidente, es decir, se había caído del caballo, no había sido culpa de nadie, sin embargo, en lugar de aferrarse a esa explicación, a esa verdad, para apaciguar los ánimos, lo único que hacía Roland era insistir en la búsqueda de pruebas incriminatorias contra el propio Allan. Katherine sabía que habían disparado a su hermano, sabía que su herida podría haber sido mucho más grave de lo que era, pero eso no le daba derecho a comportarse de ese modo. Su conducta solo contribuía a levantar más asperezas, a sembrar discrepancias y avivar el enfrentamiento. Estaba más que convencida de que, si su padre estuviese allí, lo reprobaría, pero se temía que no estaba. La ausencia de los reyes estaba justificada, según le habían comunicado, porque el rey de Gromta los había convocado no tenía muy claro en qué lugar o con qué motivo, en cualquier caso, el origen de ese llamamiento, volvía más incierta su situación si cabía. Obligaba a Roland a tomar las riendas y Katherine no sabía con certeza qué rumbo iba a elegir su hermano. Dada su firme creencia en la existencia de una conspiración en su contra, le asustaba un poco pensar en ello, por otro lado, suponía que debería tener confianza en el buen juicio de su hermano, ¿verdad? Roland no era malo, ni tampoco estúpido, solo cabezota, al final tomaría la decisión correcta. Por el contrario, ella ...

Los últimos días había estado acompañando a Allan. Roland le había dicho que no era necesario que lo visitara tan a menudo o que pasara allí tanto tiempo, al fin y al cabo, en ningún momento había dado señal de ser consciente de lo que pasaba a su alrededor o de las personas que estaban con él, en cualquier caso, Katherine quiso pensar que lo había sido. Igual que, de modo egoísta, quiso pensar que se recuperaría, pues sabía de los males que traería su muerte. Estaba bastante segura de que ese pensamiento la convertía en una mala persona, no había sido capaz de sentirse triste por la pérdida de Allan, por la evidencia de que un accidente se hubiese llevado a un buen hombre, en su lugar, se había frustrado por los problemas que conllevaría su irreversible ausencia. No era justo, Allan había sido bueno con ella, sin duda, la habría tratado bien, pero, entonces que no estaba, no podía decir que fuese a echarlo de menos a él, como hombre, solo sentía preocupación y miedo y una enorme incertidumbre por lo que podría estar a punto de pasar. Le dolía no experimentar tristeza, creía que era una suerte de deslealtad hacia quien se habría convertido en su esposo si las cosas hubiesen sucedido de un modo diferente, no obstante, no podía cambiar sus sentimientos hacia él, a su pesar, solo podía aceptar la frialdad con la que había asumido la noticia y seguir adelante. Se había dicho a sí misma que Allan hubiese preferido que lo hiciera y, aunque no tenía nada claro si tal cosa era verdad, necesitaba pensar que así era. Por eso, aprovechando que Roland se había tomado la molestia de mandarle una legión de criados para que no tuviera que salir de sus aposentos para nada a lo largo de la tarde, Katherine había pasado aquellas últimas horas pensando en la mejor manera de evitar que su hermano convirtiera el fallecimiento de Allan en el inicio de otra guerra, pero no había llegado a ninguna conclusión al respecto. Ni tan siquiera estaba segura de que Roland fuese a querer escucharla.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora