CAPÍTULO 4: Pese a la oscuridad (Parte 4)

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A pesar de las muchas inquietudes que le rondaban la cabeza, la oscuridad que había traído consigo la noche sumada al reiterado traqueteo de las ruedas y la prolongada soledad habían terminado por cerrarle los ojos. No tenía muy claro cuánto tiempo pasó sumida en aquel duermevela, mecida por el incesante vaivén del carruaje, en un silencio solo roto por el crujido de la madera, la trápala de los cascos y sus propios pensamientos, sin embargo, en cierto momento, aquella relativa tranquilidad se interrumpió. Abrió los ojos, sin haber sido consciente de que hubiesen estado cerrados en primer lugar, alertada por unas voces en el exterior que no estaba segura si habían sido fruto de su imaginación.

Katherine, adormilada, revisó el pequeño espacio limitado por cuatro paredes donde estaba recluida. No tenía ninguna luz en el interior, de modo que la poca claridad que le hacía posible distinguir aproximadamente las aristas de los asientos y los confines del techo o el suelo provenían exclusivamente de fuera, en forma de haces anaranjados muy estrechos que se colaban por los goznes de las portezuelas a ambos lados. Los ventanucos que había en cada una de ellas tenían las cortinas echadas. La ausencia de un cambio en su entorno más inmediato le hizo considerar que, o bien había oído mal, o bien había sobrevalorado la importancia de esas voces que, entonces se percataba, persistían en el exterior. Corrigió su postura, que había descuidado durante el trayecto, intentando discernir algo de lo que se estaba diciendo ahí fuera, tratando de decidir si era o no relevante. Fue entonces cuando el carruaje se detuvo. Aquello le pareció una mala señal.

El cese de los sonidos derivados del movimiento, le permitió escuchar con mayor nitidez la creciente barahúnda que se orquestaba fuera. Oyó gritos, relinchos y golpes, pasos acelerados de personas corriendo de un lado a otro. Los estaban atacando. La conclusión llegó tan rápidamente como las terribles perspectivas que traía consigo. Santo Griam, los estaban atacando y su hermano y Keuck estaban ahí fuera. Se le formó un nudo en el estómago, no quería detenerse a pensar en lo que podría estar pasando, pero una parte de su mente empezó a elaborar oscuras posibilidades. ¿Qué debería hacer? Se aproximó un tanto a la puerta que estaba en el lado derecho del carruaje. Salir se antojaba como una pésima idea, ella solo sería un estorbo para los guardias, un bulto del que preocuparse y que los distraería de la pelea que parecía estar desarrollándose en el exterior, a juzgar por el ruido. Apartó una esquina del cortinaje y echó un vistazo fuera. Vio la nuca de un soldado que vigilaba su carruaje, el bosque que había estado flanqueando el camino todo el rato y que, a esas horas, estaba negro como la boca del lobo, y un movimiento en las sombras que arrojaban las luces que delataba la presencia de más personas. Muchas personas. Giró la cabeza para examinar lo que quedaba justo detrás del carruaje y lo que llegó a vislumbrar no le gustó nada. Soltó la cortina de nuevo. Salir era mala idea, lo más sensato era permanecer dentro, pero esa certeza no contribuía a calmarla nada. Le asustaba lo que podría estar pasando, lo que podría llegar a pasar, al fin y al cabo, el objetivo último de todo cuanto había dicho o hecho hasta el momento, esa concordia que tan difícil se hacía de conquistar, parecía estar siendo comprometida de la peor manera posible. Todo por lo que tanto se había esforzado bien podría echarse a perder entonces y el hecho le causaba inquietud, pero no tanta como la perspectiva de que alguien consiguiera entrar en lo que se había convertido en su pequeño refugio. El ruido sonaba muy cerca, debían de estar al lado, solo separados de ella por la delgada pared de madera del carruaje. Oía golpeteos desde el exterior de tanto en cuanto, pero todavía nadie había intentado entrar. Pensando en esa eventualidad, Katherine decidió apartarse de ambas puertas y situarse justo en el centro del asiento, de tal modo que, si entraba alguien por una puerta, ella podría marcharse por la otra. Aunque, si entraban por ambas a la vez ... Bueno, eso no iba a pasar. Se quedó allí sentada, tensa, mirando alternativamente a ambos lados, atenta a los sonidos que le llegaban desde fuera, respingando en el asiento cada vez que algo o alguien golpeaba o chocaba con las paredes de madera, preparada para saltar en cualquier dirección y tratando de convencerse de que todo estaba bien, de que no iba a pasar nada, de que esas precauciones serían innecesarias al final. El carruaje se mecía levemente adelante y atrás, no sabía si por la comprensible inquietud de los animales del tiro o por los golpes del exterior. Sonaban cerca de la puerta.

Un nuevo golpe impactó contra la madera de la puerta. Unos caballos relincharon y varias personas gritaron palabras que no alcanzó a entender del todo. Katherine saltó hacia la manilla para mantener la puerta cerrada, sin saber si habían tratado de abrirla realmente. El carruaje se mecía adelante y atrás, haciéndole difícil mantener el equilibrio o la calma. El inconfundible sonido de algo cayendo al suelo provocó más relinchos e intensificó el movimiento del vehículo que, enseguida, reanudó la marcha que antes había interrumpido. Pasaron sobre un bache notable que crujió bajo las ruedas y emprendieron el camino a tanta velocidad que salió despedida contra el asiento de nuevo. Oyó voces, pero las dejaron atrás muy deprisa. Demasiado deprisa.

Katherine tardó un instante en reaccionar, pero, a juzgar por la violenta trepidación que agitaba el vehículo, diría que recorrió una buena distancia en tan corto periodo de tiempo. El chirrido de las ruedas se mezclaba con la trápala acelerada de los cascos de los caballos, que no daban la sensación de ir a frenar próximamente. Se soltó del asiento al que se había agarrado instintivamente con cuidado, pues el bamboleo del vehículo la zarandeaba de un lado para otro, y se acercó a una de las portezuelas de nuevo, esa vez, para abrirla. En el exterior, una confusión de árboles y rocas envueltos en la penumbra inquieta que se gestaba a su paso se sucedía a tal velocidad que apenas se distinguía nada. El camino por el que avanzaban era tan estrecho que una rama golpeó la puerta y volvió a cerrarla con estrépito en sus narices. Si no hubiese tenido un nudo en la garganta, Katherine habría tragado saliva. Iba demasiado rápido. 

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now