CAPÍTULO 12: La causa del efecto (Final)

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Era extraño. La noche lo envolvía todo, sin embargo, la incesante lluvia que caía desde las nubes negras que ocultaban el firmamento emborronaba la lejanía mucho más que la oscuridad. Un fango denso se había formado en torno a los troncos de los árboles, mezclándose con las raíces y las hojas secas que el otoño había desprendido. El rumor de la tormenta se alejaba, trasladándose con el viento más allá de donde ellos se habían detenido, debilitando poco a poco la precipitación.

Su aliento se convirtió en una nubecilla de vaho blanco cuando respiró de aquel aire frío. La lluvia lo empapaba todo y a todos, enmascarando tras un tenue rumor constante todos los demás sonidos que llenaban la noche. El agua helada adherida a las ramas que pendían sobre sus cabezas formaba grandes goterones que se precipitaban al suelo con un ritmo irregular. Notaba la humedad en la piel, resbalándole por el pelo y la cara hacia abajo, pues estaba mirando al barro. La humedad era tan espesa que debería extinguir cualquier otro efluvio que flotara en el aire, sin embargo no lo hacía, no del todo. Resultaba muy extraño. En aquella noche cargada de tormenta, en ese aire preñado de lluvia, todavía percibía con total nitidez el sutil olor de la sangre.

Ladeó la cabeza, la mirada prendida de aquel reducto orgánico indescriptible, que sería directamente imposible identificar con ninguna criatura en concreto, pero cuya naturaleza estaba meridianamente clara solo por el inconfundible olor que manaba de ello. El aroma de lo que nunca había conocido y que, aun así, le era extraordinariamente familiar. Le dio un toque con el pie a ese amasijo inconexo de acero, piel, cuero y huesos. Un herverí.

- Tarde para más – la voz chirriante de Nalx no lo perturbó, pues una cacofonía de gruñidos y chillidos imperaba a su alrededor. Levantó la cabeza con calma y se volvió hacia él, llevaba lo que daba la sensación de ser una extremidad amputada entre manos – Todo está roto ahora – Nalx le tendió el trozo de carne que le había pedido.

Arash no discutió la acertada conclusión a la que había llegado y recogió su ofrenda. Chillón, que había estado husmeando y rapiñando los múltiples despojos que había abandonados por el suelo enfangado, emitió un sonido quedo y se acercó a sus pies, interesado en el intercambio de carne más o menos fresca, solo que ninguno le prestó especial atención.

Tal y como Arash había pensado, un grupo de los mélcotros que los había precedido en su travesía al sur había estado haciendo frente a los herveríes no demasiado lejos del puente que ellos mismos acababan de cruzar. Había localizado hacía un rato al único jefe que había comandado al grupo, estaba moderadamente seguro de que era uno de los de Yawë, aunque el detalle no era demasiado relevante. Independientemente de cuál fuera su lealtad, la presencia de herveríes habría precipitado su incorporación a la liza, o, más exactamente, la de los demás. Arash y los suyos, a despecho de que fueron de los primeros en percatarse de la presencia de buteri en el cielo, se quedaron atrás durante la posterior carrera a través del bosque. Los jefes de Yawë y sus menores manifestaron un entusiasmo que Arash, a pesar de entender, no podía llegar a compartir del todo. No tenía una razón concreta que justificara esa diferencia, simplemente no estaba en su naturaleza ceder, como parecían poder hacer los otros, a la sed de sangre que era común a todos ellos. No le pareció razonable hacerlo en el momento, es decir, entrar a la carrera en una disputa cuyo desarrollo desconocía, en un lugar que era nuevo para él, habiendo herveríes y buteri implicados, y sin tener ningún menor que usar de ariete se le antojó una necedad y, por esa razón, no lo hizo.

No estaba seguro de si Úscol o Efo se plantearon esas cuestiones antes de empezar a correr y, en consecuencia, contagiar su impulsividad a los menores, pero lo dudaba. La sangre le hacía difícil concentrarse, era posible que a ellos les imposibilitara pensar con claridad. En cualquier caso, el matiz carecía de importancia entonces.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora