CAPÍTULO 8: Pase lo que pase (Parte 2)

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Sabía que el sol estaba descendiendo poco a poco, pero el cielo borrascoso de un invierno anticipado apenas le permitía verlo en absoluto. A pesar de que no daba la sensación de que fuese a haber lluvias próximamente, el otoño les estaba dejando un clima más crudo de lo que sería habitual. La promesa de un invierno brutal que, sin duda, volvería a ponerlos a prueba, como tantas otras cosas. Gruñó de mala gana, recorriendo con expresión furibunda la fortificación que se alzaba en la distancia, sobre unas colinas, al norte del pueblo. No importaba dónde fueras, el Muro era bien visible desde cualquier lugar de Tesdes y el detalle resultaba muy molesto.

- ¿Está ya lo bastante oscuro? – inquirió Elgun con un asomo de impaciencia en su tono, oteando la lejanía, nervioso. Él no le respondió en un primer momento.

Noyan Fovos era muy consciente de lo que se estaban jugando esa noche, sabía bien que el éxito o fracaso de la empresa que se habían propuesto podría costarles pasar el resto de sus vidas en un calabozo o incluso algo peor, pero, como le ocurría a su amigo, no podía evitar que la emoción lo embargara. Después de tantas veces pensándolo y diciéndolo, por fin iban a hacerlo.

- No, aún no – contestó por lo bajo, fruncido el ceño, al tiempo que se rascaba la barba – Es mejor esperar más. Solo tenemos una oportunidad, no podemos cagarla.

Elgun asintió para sí, coincidiendo con esa apreciación que, probablemente, era la principal causa de su nerviosismo. El Muro era una fortaleza considerablemente grande, se extendía de este a oeste, en paralelo al pueblo, y su longitud total excedía varias veces la distancia que había de un extremo a otro de Tesdes. En definitiva, era enorme y su ubicación en lo alto de las colinas solo servía para acrecentar esa sensación, sin embargo no albergaba tantos soldados como podría parecer a simple vista. Si jugaban bien sus cartas, deberían ser capaces de superarlos sin problemas, pero no podían cometer el error de apresurarse. O eso les había advertido lord Jaun.

Noyan no había tenido previsto compartir con el noble el contenido de las numerosas conversaciones que había mantenido con Elgun y otros sobre lo insostenible de la situación del pueblo. Habían despotricado mucho al respecto, a menudo se habían desahogado tirando piedras contra el Muro, habían puesto a bajar de un burro al sargento Delambre y, por supuesto, se habían imaginado cómo estarían si las cosas fuesen un poco diferentes. No había creído que lord Jaun fuese a estar de acuerdo con ellos en sus planteamientos, siempre lo había tenido por un hombre conservador, tradicionalista, sin embargo, el noble, al contrario de lo que sería esperable en alguien de su clase, no había tratado de aplacar los ánimos, más bien todo lo contrario. En cuanto lord Jaun supo de la existencia de un grupo de disidentes, como él quiso denominarlos, llamó a Noyan y le pidió los detalles, cuántos eran, quiénes eran y, especialmente, qué pensaban hacer. A Noyan le sorprendieron tanto sus preguntas como su abierto interés, es decir, lo único que habían hecho era lamentar la miseria que los asolaba con más o menos vehemencia, manifestar su rabia por las familias que pasaban hambre y su indignación por la falta de respuesta en los que deberían estar haciendo algo al respecto. En ningún momento habían llegado a plantearse emprender ninguna acción, no habían creído que hubiese nada que pudieran hacer ellos, no en vano, solo eran gente corriente, pero fue en ese punto en el que lord Jaun lo corrigió. ¿Qué les impedía realmente tomar partido? Cierto que Delambre y los suyos representaban al ejército imperial, pero, aun así, claramente, les habían fallado. Corría el rumor de que el sargento, jefe del Muro, estaba comprado por los landeros y, en consecuencia, hacía oídos sordos a la necesidad que pasaba la gente. Otras habladurías aseguraban que estaba conchabado con Nietlav y que, por cada parcela de Tesdes que caía en las garras de un nietlavo, él se llevaba una cuantiosa comisión. Había quien decía que ambas cosas eran verdad y, francamente, llegados a aquel punto, a Noyan no le sorprendería que así fuera. El caso era que Tesdes se estaba hundiendo lentamente, cada vez había más gente pasando hambre, más huérfanos en las calles, más vecinos que vendían lo poco que les quedaba y se iban para no volver, a probar suerte en otra parte. Se habían pasado mucho tiempo quietos, soportando todas aquellas injusticias, pero ya habían tenido suficiente. Todos sabían que el sargento Delambre nunca había tenido autoridad para proclamarse regidor de la región, aquel cargo lo había usurpado hacía años y ya era hora de derrocarlo. Dependía de ellos y por eso estaban allí. Ellos no eran solo "disidentes", como los había llamado lord Jaun, ellos eran los Patrios, porque iban a cambiar la patria que les había fallado. Empezando esa misma noche.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora