CAPÍTULO 3: Malos presagios (Final)

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El día había amanecido nublado y, tan cerca de las montañas, aquella circunstancia no invitaba a hacerse ilusiones con respecto a cómo se desarrollaría el resto de la jornada. No había estado lloviendo toda la noche, de hecho, la fina llovizna que los había empapado el día anterior no había sido capaz ni de generar charcos demasiado profundos, sin embargo, todo estaba mojado y, a consecuencia del punzante frío del otoño, se había formado escarcha en todas partes. A todas luces, parecía invierno, aunque Derek sabía que esa era una impresión errónea: los inviernos eran mucho más crudos por aquellos lares.

Se habían levantado al amanecer, aunque el sol estaba desaparecido tras el tupido manto de nubes grises que cubría el cielo. El pueblo comenzaba a despertar mientras ellos terminaban de preparar las cosas para reemprender el camino sin dilación. Derek había comprobado que la mercancía seguía en orden, que el carro no tenía ningún desperfecto y que los animales de tiro habían descansado mientras un perro ladraba en la distancia. Estaba moderadamente seguro de que se trataba del mismo animal que había estado haciendo ruido en momentos puntuales de la noche anterior. La llegada de un nuevo día no parecía haber contribuido a calmarlo nada.

Una vez dio por concluidas sus revisiones, volvieron a ponerse en marcha. En cuanto se subieron al carro, Edmond se hizo con las riendas, arguyendo que le tocaba conducir a él, apreciación con la que Derek no se mostró disconforme. El consabido traqueteo del vehículo sobre las torcidas calles de Colina de la Torre y el crujido de las ruedas sobre la escarcha se sobrepusieron al ladrido del perro en tanto que su hermano seguía sus indicaciones para regresar cuanto antes a la Carretera de las Estribaciones. Derek dedicó un momento a comprobar que el perro que ladraba era el mismo que les dio la bienvenida el día anterior y que permanecía atado al mismo poste, al fondo de la calle de la posada, casi en el límite del pueblo. No les estaba prestando atención a ellos, como habría sido de esperar, sino a la campiña de más allá.

- Ah, esa es, ¿no? – se volvió hacia su hermano, que miraba alternativamente la callejuela por la que se desplazaban y algo a su derecha.

Derek siguió su mirada para descubrir la torre que daba nombre al pueblo y que su hermano no había podido ver cuando llegaron, debido a la oscuridad. Siendo completamente precisos, la palabra "torre" era demasiado grandilocuente para describir la estructura de madera que se erigía sobre una base de piedra que debía de corresponder con los cimientos de un viejo molino. Aquellas ruinas, dada su posición elevada sobre el pueblo y, más importante aún, la Carretera de las Estribaciones, se remodelaron rápidamente durante la guerra a fin de convertirlas en un puesto de retaguardia. El propósito de la modesta plaza fue la vigilancia de la ruta y, en segunda instancia, servir como un cuartel provisional, dado que Colina de la Torre estaba, aproximadamente, a medio camino entre la capital y el paso de las Darlen. Su padre le contó que, desde allí, se coordinó la convocatoria de los lugareños para luchar en el frente mientras duró la guerra.

- Me la imaginaba más grande – concluyó Edmond, su aliento convertido en vaho, devolviendo toda su atención al camino que seguían.

A Derek también le decepcionó un poco la supuesta torre la primera vez que la vio, así que no le sorprendía en absoluto esa declaración. Se incorporaron una vez más a la Carretera de las Estribaciones. Las nubes grises parecían un anuncio certero de más lluvia. El ladrido del perro y lo que fuera que significara quedó atrás, acallado por la distancia.

- En Pica del Rey – alegó Derek en cuanto pasaron por al lado de la última casa del pueblo – hay otra torre, ¿sabes? Y es mucho mejor que esa.

La carreta crujía, aplastando la tierra mojada de escarcha en su camino hacia el oeste.

- Pues más motivos para ir a verla.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now