CAPÍTULO 7: Cuando se oyen pasos (Parte 1)

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Ignoraba cuánto tiempo había pasado ahí, de pie, quieto y en completo silencio, pero no se le ocurría otra cosa que hacer más allá de permanecer donde estaba mientras el día avanzaba y su sombra se alargaba sobre el suelo embarrado. Un viento muy frío bajaba desde las montañas, convirtiendo en escarcha la humedad del ambiente a medida que el sol perdía fuerza. Probablemente deberían haber intentado dormir algo, sin embargo, el amanecer los había sorprendido y la luz del nuevo día había convertido en ridícula la sola expectativa de cerrar los ojos. Se dijeron a sí mismos que tenían mucho que hacer y estaba bastante seguro de que no había parado quieto hasta ese momento, hasta que se decidió a entrar en la casa. A pesar de que había sido consciente de la necesidad de revisar todas y cada una de las viviendas en busca de alguien que pudiera explicarles qué había ocurrido, lo cierto era que se arrepentía de haberse acercado a aquella casa. No había hallado en ella nada diferente a lo que había encontrado en cualquiera de las otras viviendas, muebles rotos, enseres desperdigados por el suelo, huellas de barro sobre los tablones y un silencio denso. Había tenido miedo de encontrar otro cuerpo entre esas cuatro paredes, otro cadáver abandonado con un rostro desfigurado que se pudiera reconocer, pero no había nadie. Solo restaba un caos semejante al que habría dejado un temporal tras de sí, una confusión destructiva que, sin embargo, no resultaba muy difícil de interpretar.

Antes de darse cuenta, miró por encima del hombro. La fachada de la casa que tenía adosada la leñera estaba justo a su espalda. La lluvia que a buen seguro había caído no hacía mucho no había sido capaz de borrar completamente las manchas de barro que se adivinaban en la madera, marcas de manos y de dedos que, en conjunto con las señales de haber arrastrado algo por el suelo hacia o desde la pared, daban una idea bastante desagradable de lo que podría haber ocurrido allí. De lo que, seguramente, habría ocurrido. Devolvió la vista al frente, lanzando un gruñido de frustración que el frío pintó de blanco. Rosalie apenas era una niña.

- Sigue aquí – la voz de su hermano sonó contenida conforme salía de la casa y se reunía con él – Parece que no se la han llevado – le anunció, enseñándole con un gesto la espada que había pertenecido a su padre –, supongo que no la encontraron.

Derek no dijo nada, se limitó a asentir con la cabeza, dado que tener el arma en su poder difícilmente podría considerarse como un lado positivo en aquellas circunstancias. Edmond no añadió nada más en un primer momento, probablemente falto de ánimo tras constatar por sí mismo el estado caótico de la que había sido su casa. Se agachó para dejar la espada enfundada sobre la sepultura que habían cavado entre ambos durante la madrugada, hasta la salida del sol. Después, se irguió y se quedó a su lado, observando la tumba en silencio. Derek no podía evitar preguntarse si su padre fue testigo de lo que ocurrió en aquel lugar antes de morir. ¿Lo obligaron a mirar?

- Al menos lo enterramos con su espada – comentó su hermano, al cabo.

El detalle se antojaba digno de alguien de renombre, sin embargo, no creía que cambiara nada. A su padre lo habían molido a palos como a un perro, les había costado reconocer algo de sus rasgos debajo de tantos moretones y heridas abiertas, lo más seguro es que ni tan siquiera hubiese sido capaz de defenderse. Si solo hubiesen estado allí, si no se hubiesen marchado, tal vez, habrían podido hacer algo. Derek suspiró, pesaroso, arrepintiéndose de las decisiones que había tomado desde que dejaron Bresinoff y emprendieron el camino hacia la capital.

- No he podido hacer las paces con él – se lamentó en voz baja.

En el momento, no había dado ninguna importancia al desencuentro que tuvo con su padre antes de partir, no consideró que la tuviera, pero entonces no podía evitar verlo de otra manera muy diferente. Su última conversación con él había sido una disputa. Edmond negó con la cabeza.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now