CAPÍTULO 4: Pese a la oscuridad (Parte 5)

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- Reconoce de una vez que no tienes ni idea de lo que estás haciendo – le pidió, sin moverse de donde estaba, cruzado de brazos.

El otro gruñó por respuesta, pero no le dio importancia, al fin y al cabo, llevaba gruñendo entre dientes desde que había empezado con eso y ya había pasado un buen rato desde entonces. La luz del día se había marchado, las sombras se alargaban bajo las copas de los árboles que se sucedían a uno y otro lado del camino, una punzante humedad intensificaba el siempre notorio frío que imperaba tan cerca de las montañas. Habían encendido una lámpara para ahuyentar la oscuridad nocturna, pero no daba la impresión de que el detalle fuese a servir para algo al final.

- He visto – empezó su hermano con timbre áspero y sin apartar la mirada de lo que tenía entre manos – a padre arreglar esto cientos de veces – Edmond bufó.

- Eso no significa que sepas cómo se hace – señaló la obviedad.

Cuando la rueda se desprendió, por razones evidentes, se vieron obligados a parar. En ese momento Derek, visiblemente cabreado, recordó que habían traído una caja de herramientas y que podía intentar repararlo lo suficiente para continuar hasta su siguiente parada y, una vez allí, hacer un arreglo algo más definitivo. Edmond, por supuesto, aplaudió su iniciativa y la simplicidad del planteamiento, aunque luego no resultó tan fácil de llevar a cabo como se le había antojado en un primer momento. Tuvieron que descargar la carreta para poder empezar las labores de reparación, toda la carreta, y el hecho les llevó un rato largo. Luego, usaron un par de los bloques de piedra para levantar la carreta por el lado que había perdido la rueda, lo que implicó, necesariamente, que uno alzara a pulso el vehículo mientras el otro colocaba las piedras, operación que era fácil de decir, pero agotadora a la hora de realizarla. Y también decidieron desenganchar a los mulos del tiro y dejarlos atados a un árbol para que no molestaran, aunque esa fue la única parte sencilla. En resumen, habían perdido mucho tiempo, estaban cansados de tanto trajín y, al parecer, Derek había sobrestimado sus conocimientos de carpintería.

Su hermano, agachado en el suelo embarrado como había estado durante todo el rato, con la caja de herramientas a un lado y la lámpara al otro, lo fulminó con la mirada ante su comentario, a pesar de que las dudas de Edmond estuviesen más que justificadas.

- Hazme un favor y cierra el pico, Edmond – le espetó Derek, retomando su labor – Ya tengo bastante con esto.

- Te recuerdo que eres tú el que quiere hacerlo solo – gruñó el aludido, dado que su hermano ya había rechazado su ofrecimiento a ayudar varias veces.

- Porque creo que ya has hecho suficiente – le reprochó el otro.

- Ah, claro, porque la culpa es mía.

- Por supuesto que es tuya – le confirmó Derek – Te dije que no lo movieras ...

- ¡Pero lo dijiste muy lento! – lo interrumpió Edmond.

- No, es que tú no escuchas – le replicó el otro – Hemos perdido unas horas muy valiosas aquí y, por si no te has dado cuenta, no andamos sobrados de tiempo. Y eso sin hablar de lo que habrá que pagar para que nos arreglen esto – abarcó el estropicio.

Edmond suspiró con pesadumbre y su aliento se convirtió en vaho rápidamente. Él también se había dado cuenta de eso, no hacía falta que su hermano se lo recordara con ese tono acusador. No había tenido la culpa de que la rueda se hubiese roto ... No del todo, al menos. La carreta llevaba crujiendo todo el puñetero camino, aquel incidente podría haber pasado en cualquier momento, aunque a Derek le resultara más fácil culparlo a él que admitirlo. Su hermano devolvió su atención a la rueda y al modo de engancharla de nuevo al eje con expresión tormentosa.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now