CAPÍTULO 6: Interpretaciones (Final)

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Lo que habían calificado de despacho no estaba tan mal. En realidad, estaba bastante bien. La habitación, lógicamente, no era tan amplia y eminente como la que había estado ocupando el Círculo en la planta alta, pero gozaba de ciertas similitudes con esa en cuanto a aspecto pulcro y estilo del mobiliario, no en vano, seguía en el mismo edificio. Rhö había estado examinando y cotilleando a fondo todo lo que había en el interior del cuarto donde habían tenido a bien confinarlo durante un rato, sin embargo, los herveríes no habían querido dejar a su alcance nada interesante. Lo más destacado era una mesa de escritorio grande, adecuada para un escriba o un funcionario, que había dispuesta en el centro de la estancia, con unos cuantos asientos alrededor, aparte del sillón reservado para quienquiera que fuese su usuario habitual. Sobre el tablero y minuciosamente guardados en los cajones que ya había revisado con tranquilidad, había dado con escribanías, tinta, documentos, papeles en blanco y algún que otro pergamino, los cuales, por descontado, no se había detenido a leer por falta de interés, más que de tiempo. Se recostó otra vez en la butaca que había ido a ocupar, estirando las piernas en el suelo, dado que la altura del mueble no era suficiente como para sentarse normalmente, y echando la cabeza hacia atrás. El respaldo era lo bastante bajo como para poder quedar mirando al techo, aunque dudaba mucho que el detalle fuese intencionado. Suspiró, dejando caer la mano hasta casi rozar el suelo: los muebles herveríes eran muy pequeños. La diferencia no saltaba a la vista, porque las proporciones eran las correctas, sin embargo, el sutil cambio de dimensiones volvía todas las sillas un tanto incómodas, a pesar de que él nunca se había considerado a sí mismo grande ni aparatoso.

Obviando el molesto, pero irrelevante detalle, si no andaba muy equivocado en sus cálculos, habían pasado como mínimo un par de horas desde que los herveríes lo metieron allí. Le habían ofrecido mantas para que pasase la noche con un mínimo de comodidad, una palangana para que se lavara un poco, ropa limpia y comida. Mucha comida porque, al parecer, los pequeños pensaban que, por ser el doble de alto que la mayoría de ellos, necesitaba comer el doble. Del breve intercambio con los herveríes que habían preparado aquello según la orden del Domago, Rhö había extraído dos grandes conclusiones. La primera de todas era que la gente de Henmark no parecía tener tanto interés en matarlo o castigarlo como Ethel había dado a entender, en caso contrario no entendía a cuento de qué venía tanta hospitalidad. Era cierto que los pequeños lo miraban con cierta desconfianza, pero no eran tan crueles como había esperado o como podrían haber sido, dadas las circunstancias. La segunda era que, a juzgar por la forma en la que los herveríes habían insistido en ello, debía de tener el aspecto de un mendigo. O, al menos, olía como uno, pero creía haber solucionado parcialmente eso último. Lo importante era que, al contrario de lo que los herveríes daban por sentado, no iba a quedarse allí quieto hasta que decidieran qué iban a hacer con él porque, independientemente de que quisieran ajusticiarlo o no, no entraba en sus planes permanecer en Henmark más tiempo del imprescindible. Rhö se había pasado aquel rato aprovechándose de todo lo que habían puesto a su disposición: había comido, había empaquetado las sobras en trapos para llevárselas y hasta se había lavado, pero solo porque lo aburría esperar. En cuanto viese su oportunidad, huiría de allí y el momento estaba cada vez más cerca.

En el tiempo que se había pasado encerrado, Rhö había podido escuchar muy lejanamente las voces que resonaban en el pasillo al otro lado de la puerta de su sala, la cual estaba cerrada con llave. De acuerdo con lo que había oído, iban a dejar a un par de soldados en su puerta como refuerzo, pues habría otros tantos en la puerta principal de la torre, la cual, lógicamente, estaría también cerrada con llave. Salir por donde había entrado no parecía una opción muy viable, pero eso no era ningún problema porque los herveríes habían tenido la feliz idea de meterlo en un despacho con ventanas. El ventanal, que había estado inicialmente oculto por unas cortinas, daba a la parte de atrás de la torre, esto es, al lado opuesto a la plaza del árbol grande y, por tanto, estaría fuera de la vista de los guardias que habría allí apostados. Sabiendo eso, su estrategia era simple e infalible: abrir la ventana, salir por la ventana. El tiempo que había pasado sin hacer nada había servido para que los herveríes bajaran la guardia y, de paso, comer algo. Bufó de nuevo, volviendo la vista al frente, a la puerta, que había permanecido en silencio desde hacía un rato largo. Sus centinelas habían estado hablando entre ellos al principio, pero ya habían parado.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now