CAPÍTULO 21: Con un golpe de autoridad (Final)

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Negó con la cabeza. Notaba el corazón redoblándole en el pecho, el frío del aire pinchándole la garganta con cada respiración y la humedad de la niebla en los dedos. Crispó la mano sobre su brazo. Entonces que, por fin, se habían detenido, se daba cuenta de que estaba temblando.

- ... aunque Véndel pidió que te lleváramos de vuelta – una voz desde alguna parte se volvió audible en su silencio.

- Podemos solucionarlo aquí – opinó otra voz diferente – Hay muchas ramas, solo haría falta una cuerda. Ya es más de lo que merece esa escoria.

- Este sitio no me gusta, esta niebla no es natural, no creo que...

- Eres un cagón – sentenció alguien, cortando esa intervención a medias – Estas pisadas deben ser las suyas, seguro. Parece que se ha escondido ahí abajo.

Negó una segunda vez, con más fuerza. Él se había girado un tanto, como si pretendiera ocultarle lo que ella ya había visto, como si el hecho de no verlo fuese a hacerlo desaparecer. Estaban uno frente a otro, a menos de un paso de distancia, dado que no habían vuelto a moverse, pero incapaces de mirarse a la cara. El aliento se convertía en vaho con cada respiración. La niebla que los envolvía ocultaba a los causantes de ese alboroto de bravatas y malas intenciones, sin embargo, aquel velo blanco no los protegería para siempre.

- Van a venir – Peeter habló en un tono tan quedo que las palabras apenas fueron un susurro áspero. Puso su mano sobre la suya para que lo soltara – Debes irte ya.

Probablemente no debería discutir con eso. Era cierto que se acercaban, los había visto en el barranco hacía apenas un instante y ellos no estaban tan lejos de allí, era una cuestión de tiempo que los encontraran y, en cuanto lo hicieran, resultaba fácil adivinar que cumplirían todas y cada una de las amenazas que habían proferido hasta ese momento. Sin embargo, no podía obedecerlo.

- No – la réplica empezó antes incluso de que ella tuviera la oportunidad de pensar con detenimiento lo que quería decir exactamente, pero ni ese detalle ni el tono comedido de sus palabras le restó un ápice de convencimiento – No voy a dejarte aquí.

El otro negó lenta y rígidamente, disconforme con su resolución. Probablemente, si hubiese contado con las fuerzas o el tiempo necesarios para ello, habría reiterado lo que ya le había dicho: que no podía hacer nada, que debía marcharse, sin embargo, Saira no estaba dispuesta a aceptar esa conclusión como un hecho cuando ni tan siquiera había podido examinarlo con cuidado.

Todavía era posible que no fuese tanto como parecía, probablemente, su caída por ese barranco le estaba dando una apariencia más grave de la que realmente tenía, pero resultaba complicado detenerse a comprobarlo cuando esos rufianes se estaban acercando.

- Escucha, esto es lo que vamos... - Peeter se interrumpió como si fuese a toser, pero, al final, no lo hizo – Lo que haremos. Y-yo saldré y, mientras los... - respiró roncamente. Saira volvió a negar – Los distraigo, tú huyes. ¿De acuerdo?

Ella siguió negando, disconforme con el planteamiento, porque sabía lo que esos rufianes le harían en cuanto lo vieran. Ellos mismos habían advertido con toda clase de malas palabras lo que se proponían y Peeter no estaba en condiciones de hacerles frente de nuevo, no creía que pudiera ni tan siquiera huir. Estaba completamente indefenso y esos indeseables no iban apiadarse de él, más bien al contrario, aprovecharían la ocasión para hacerle aún más daño.

- Te van a matar – Saira se sorprendió a sí misma formulando tan aterradora evidencia sin un solo atisbo de vacilación, aunque respetando el tono quedo.

Esa era la verdad. Esos malvados querían matarlo, lo habían querido desde el principio, seguramente había sido esa intención la que los había llevado a abandonar Claumar y emprender una persecución en primer lugar. La revolución los había erigido a todos ellos como los enemigos del movimiento, a los nobles, a los propietarios, a los lacayos, mayordomos, a cualquier persona que remotamente se les antojara de clase alta, y, por supuesto, a los extranjeros. Y los nietlavos ocupaban un lugar especial en esa lista, no sabía por qué, aunque el motivo no importaba.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora