CAPÍTULO 22: Una señal (Parte 2)

2 1 0
                                    

El hogar estaba encendido, el fuego ardía con vigor, la estancia estaba caldeada, sumida en un hogareño fulgor naranja. Todos hablaban a la vez. Las palabras que, al principio, se habían formulado como murmullos cohibidos, habían cobrado fuerza gracias a la abundante comida que les habían servido y al tiempo de descanso bajo la seguridad de un techo. El nerviosismo y el alivio habían dado alas a las muestras de agradecimiento, a los relatos excesivamente adornados acerca de su periplo hasta allí y de lo ocurrido en Claumar, y a los intercambios con respecto a la continuación de su viaje. Porque nadie había renunciado a la idea de seguir adelante.

En su camino hasta allí, a través de los árboles y la niebla, ninguno de sus rescatadores les había dado muchos detalles acerca de dónde iban, fundamentalmente porque nadie había llegado a preguntarlo. Cualquier opción se había antojado mejor que seguir vagando por esos bosques, sin comida ni agua, incluso la aldea remota que, al menos ella, había tenido en mente. Sin embargo, sus expectativas no podían haber estado más lejos de la realidad.

Los pequeños los habían conducido a una ciudad en toda regla: Herveria. Los edificios de piedra y madera que habían visto no tenían nada que envidiarle a los de Claumar, aquellas calzadas adoquinadas no habrían desentonado en una capital, sin ninguna duda la envergadura de aquella urbe era mayor de lo que daría a entender la falta de luces que delataran su ubicación en la noche. Pero la sorpresa por encontrar semejante lugar en pleno corazón del Eoin no superaba la extrañeza que causaban sus anfitriones, los herveríes.

En un primer momento, había dado por sentado que eran niños, pero, llegados a aquel punto, se había dado cuenta de que no lo eran. No se habían cruzado con un solo adulto en la ciudad desde que llegaron, todos los lugareños aparentaban ser niños de diez u once años, nunca mayores, aunque no se comportaban como correspondería a esa edad. En fin, no del todo. Tenían el aspecto, la carita, la voz, su forma de moverse también se parecía a la de un niño, pero, la manera en la que hablaban, las ideas que expresaban, lo que hacían y cómo lo hacían... Ningún niño, por muy precoz que fuese, se comportaría como habían hecho los herveríes en la situación en la que estaban, y eso sin mencionar la particularidad de sus manos.

Tenían cuatro dedos, no cinco, y el detalle no daba la sensación de ser algo fortuito, pues era común a todos ellos, así que no parecía probable que fuesen humanos. Solo que nadie parecía haberle dado importancia a esa conclusión por el momento.

Habían pasado jornadas muy duras en el Eoin, apenas habían transcurrido unas horas desde que se pusieron verdaderamente a salvo, y ni siquiera habían descansado una noche completa en Herveria, dudaba mucho que nadie se estuviese planteando qué eran los herveríes o por qué los estaban ayudando. Tal vez, por la mañana, todas esas incógnitas terminaran de traducirse en desconfianza hacia sus muy generosos benefactores, pero, por entonces, primaban el alivio y el agradecimiento. La verdad fuera dicha, ella no pensaba que los pequeños tuviesen malas intenciones. Estaba dispuesta a aceptar que actuaban por simple altruismo, al fin y al cabo, saltaba a la vista que eran inofensivos y, sin duda, su ayuda había resultado trascendental.

Lo único que lamentaba era que no hubiesen podido cambiar el curso de acontecimientos.

Saira cerró los puños en el regazo, mirando el fuego con una fijación tal que la obligaba a parpadear con frecuencia. Las personas a su espalda seguían hablando sobre adónde irían y con quién se encontrarían, familiares, amigos... Ninguno había hecho comentarios sobre lo ocurrido.

Ella era consciente de que hablar del tema no serviría para nada. Sabía que ninguno de los allí presentes tenía la culpa de lo sucedido, no era responsabilidad de los herveríes, ni tampoco suya, los únicos responsables eran esos indeseables que los habían perseguido sin piedad desde Claumar, sin embargo... Bajó la mirada y parpadeó otra vez. Sin embargo, saberlo no la consolaba lo más mínimo.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum