CAPÍTULO 3: Malos presagios (Parte 1)

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Oyó el crujido de la puerta solo un momento después. El murmullo amortiguado de los pasos sobre la macilenta hierba otoñal se fue haciendo más intenso conforme se acercaba. En condiciones normales, tal vez, no habría sido capaz de oír un sonido tan débil, sin embargo, a aquellas horas, el pueblo estaba sumido en los últimos coletazos del silencio nocturno. Acababa de amanecer, retazos de nubes blancas adornaban un cielo pálido. El día, como había sido de esperar en aquella época del año tan cerca de las montañas, prometía ser tan frío como el anterior y como serían los siguientes. El invierno no solía tardar mucho en hacer acto de presencia por aquellos lares y aquel año no iba a ser ninguna excepción.

Derek terminó de ajustarle la cincha a la yegua, que no opuso ninguna resistencia, y se irguió de nuevo para mirar a Rosalie, que acababa de salir de la casa llevando unos cuantos paquetes consigo. Provisiones para el viaje, las justas para llegar adonde querían, ni más ni menos. Tendrían que comprar más para volver una vez hubiesen cobrado o resultaría una vuelta a casa de lo más desagradable, aunque, en realidad, esa no sería la peor consecuencia de no tener éxito. Dejó aquella perspectiva a un lado y premió el buen comportamiento de la yegua con unas palmaditas antes de retomar su labor con la mula que también formaría parte del tiro de la carreta. Edmond recogió lo que Rosalie había traído para guardarlo debajo del pescante.

- Así que, si lo piensas bien – continuó Edmond con su exposición –, está tirado. Te plantas allí, entregas la mercancía y listo – asintió para sí, como si se convenciera de ello – El resto del tiempo podremos dedicarnos a echar un vistazo a la capital, ¿no?

La cuestión iba dirigida a Derek, sin embargo, Rosalie no le dio la oportunidad de responder, pues intervino de inmediato.

- No es justo – se quejó ella –, yo también quiero ir, ¿por qué me tengo que quedar?

Derek suspiró, lo último que le apetecía en ese momento era abrir un debate con respecto a quién se marchaba y por qué, pero se temía que la verborrea de su hermano, al final, había logrado convertir en atractivo ese viaje a ojos de Rosalie.

- Bueno, alguien tiene que hacerlo – respondió Edmond, encogiéndose de hombros.

- ¿Y por qué tengo que ser siempre yo? – insistió la otra – ¿No podemos cambiarnos?

Derek también había estado dándole vueltas a ese asunto, aunque por razones muy diferentes a las de su hermana. Bresinoff era un lugar muy tranquilo, lo sabía por propia experiencia: allí nunca había sucedido ni sucedería nada, así que, la expectativa de dejar solas a su madre y a su hermana no lo preocupaba lo más mínimo, sin embargo, esa certeza no justificaba la decisión que había tomado su padre. No era realmente necesario que fueran ellos tres a Almont, dos personas eran más que suficientes para transportar la mercancía hasta su comprador, lo había comprobado él mismo. Cierto era que las otras veces que había ido con su padre a la capital habían viajado con otros tantos carros, formando una caravana, sin embargo, el que, en aquella ocasión, ese no fuese el caso, no cambiaba la evidencia de que uno de ellos podría perfectamente quedarse en el pueblo. Derek se había dado cuenta de que la participación de su hermano en todo aquello era irregular y, si tuviese que apostar, diría que se debía a que su padre, aunque se negara a reconocerlo de viva voz, se había dado cuenta de que los rigores del viaje serían demasiado para él. El accidente de la cantera lo había dejado tocado y, aunque, a esas alturas, se hubiese recuperado, había secuelas con las que tendría que convivir para siempre y que, a entender de Derek, resultarían muy inconvenientes en aquella travesía. Estarían en una carreta solitaria al filo del invierno durante una semana como poco, harían noche en establos o incluso al aire libre si no quedaba otro remedio, por no mencionar las incomodidades propias del camino en sí y las actividades de cargar y descargar el carro de piedras. Sabía que su padre tenía mucha experiencia en ese trayecto, no obstante, en su opinión, esa vez no debería ir. Edmond y él debían de ser capaces de llevar a cabo la tarea sin su ayuda, al fin y al cabo, Derek lo había hecho antes.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now