CAPÍTULO 8: Pase lo que pase (Parte 3)

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Aquello no iba bien en absoluto. Elgun Natele corría por el pasillo, abriéndose paso a codazos entre una multitud confusa que no tenía nada claro adónde iba con tanta prisa o por qué. Los voceríos que soltaban unos y otros retumbaban entre las cercanas paredes de piedra, levantando una reverberación feroz que hacía directamente imposible mantener la calma, aunque diría que ese era el menor de sus problemas en esos momentos. Debía llegar al frente cuanto antes. No tenía ni idea de quién había tomado la iniciativa ahí fuera de saltarse todo lo que habían planeado hacer, mucho menos si esas personas eran las mismas que, entonces, lideraban la marcha por aquel pasillo, en cualquier caso, aquel caos tenía que parar. Elgun lo había dicho mil veces y Noyan lo había repetido otras tantas, los hombres que había en el Muro no eran labriegos, como ellos, eran soldados y, como tales, pelearían mucho mejor que ellos y tendrían mejores armas. Por eso el plan había consistido en entrar silenciosamente, por eso el primer paso debería haber sido encontrar la armería y, luego, buscar al sargento. Por eso era crucial recuperar un mínimo de orden. Pero habían perdido el control. La pretensión de evitar un conflicto abierto y directo con el pelotón de soldados al completo, como había sido su primera intención, se antojaba irrealizable a esas alturas. Reconoció a uno de los que le quedaban más cerca y lo cogió por el cuello. Dadas las circunstancias, Kerb no pudo evitar reaccionar con nerviosismo ante el brusco acercamiento, pero Elgun lo ignoró por completo.

- ¿Quién está delante? – le gritó, pues habría resultado imposible que lo oyera de otro modo, dándole un empujón, frustrado – ¿Quién es?

Kerb, que no destacaba precisamente por su fuerte constitución, tardó un instante en recomponerse de su zarandeo. Él había estado moviéndose de un grupo a otro antes de que todo se precipitara, luego debía saber quién era el artífice de aquel desastre en el que estaban metidos hasta el cuello y que no tenía forma de saber si iba a salir bien. Kerb se encogió de hombros.

- Fueron varios – le respondió, también a gritos, rehaciéndose después de su golpe gratuito – Hablaron. Dijeron que era mejor entrar y entraron.

Resultaba difícil pedirle más detalles referidos a la identidad de esas personas en aquella situación, apenas oía bien lo que le decía y los hombres que iban y venían los empujaban para que se hicieran a un lado, de tal modo que decidió dejar esa charla para otro momento. Tenía una idea aproximada de quién estaba detrás de todo eso, solo que hubiese preferido mil veces estar equivocado. Bufó y volvió a dirigir una mirada a la parte de delante de la gente, que continuaba avanzando, ajena a su breve intercambio o al grave riesgo al que se exponía. Los otros los seguían. Elgun echó a andar a zancadas en esa dirección, sin prestar atención a si Kerb iba con él o no.

Elgun nunca se había fiado de Jaun. Cierto era que el noble no le había hecho nada que pudiera justificar su falta de confianza, no obstante, sus acciones tampoco habían contribuido a lo contrario. Él no era como Noyan, para Elgun, el barón solo era un noble, uno del que la gente no se quejaba, que era bastante respetado en el pueblo, pero, al fin y al cabo, un noble. Y, a no ser que se estuviera incondicionalmente de su parte, de los nobles uno no se podía fiar porque siempre iban a barrer para lo suyo. Sabiendo eso, no le gustó que Jaun se metiera en sus asuntos, no le gustó que acelerara las cosas. Noyan y él habían pensado muchas veces lo que esa noche habían emprendido, no obstante, estaba claro que las formas estaban difiriendo significativamente de lo que cualquiera de los dos había tenido en mente. No podía evitar pensar que, quizás, el barón había decidido intervenir de alguna forma para garantizarse el oro de la recaudación, no en vano, eso era lo único que parecía importarle y Elgun no creía que le hubiese resultado muy complicado comprar a un puñado de aquellos hombres. Él conocía a la mayoría de siempre, eran gente de Tesdes, vecinos y paisanos suyos que compartían sus inquietudes, sin embargo, la celeridad con la que se había fraguado aquel ataque había obligado a convocar a otros individuos, extraños para él, que ni tan siquiera eran del pueblo. Elgun se manifestó en contra de la medida, pero Noyan arguyó que necesitaban a tantos como pudieran reunir y, a su pesar, tenía razón en eso. Su amigo no cayó en la cuenta de que podrían volverse en su contra, pero no iba a culparlo a él por lo que estaba ocurriendo. Aquel movimiento, ese levantamiento, no era solo de Noyan, ni de Elgun, mucho menos del barón Jaun, era de los Patrios. Tomó aire.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now