CAPÍTULO 8: Pase lo que pase (Final)

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- El mundo no va a cambiar – repuso con absoluta convicción, pero sin levantar la voz, dado que los otros se habían callado en el momento en que él había abierto la boca.

El hombre que, cometiendo un pequeño, pero significativo desliz a la hora de elegir sus palabras, había dado a entender lo contrario, se lo quedó mirando, sin entender. La reunión se había improvisado en una suerte de patio terrizo ubicado en la parte de atrás de unas cabañas, no muy lejos del centro de la localidad. Aquel era uno de los contados lugares de aquel pueblo que le hacían la competencia a la única taberna que había en Belrege, en el sentido de que proporcionaba al viajero un banco donde descansar, un pajar donde pasar la noche y alcohol casero de muy alta graduación para entrar en calor. Ante él, se encontraban personajes selectos de todos los rincones del pueblo, la mayoría dedicados a las siempre poco agradecidas labores del campo, que, hasta hacía escasos instantes, habían estado discutiendo entre ellos. Algunas de sus mujeres, hijas o hermanas deambulaban por la periferia del patio, unas fingiendo atender sus labores, otras queriendo enterarse de la conversación sin el más mínimo disimulo, a pesar de que las habían echado a todas en el mismo momento en que él había tomado asiento en el banco que solía. Dio un trago al aguardiente que le había servido el dueño de la casa más cercana, artífice del destilado y también presente en el grupo, ignorando abiertamente las muecas de incomprensión que esos amables y ceñudos paisanos le dedicaban.

- Ah – uno de ellos tomó la palabra con patente vacilación y desconcierto – Pero tú dijiste ... - se calló en cuanto le hizo un gesto con la mano.

Terminó de beber y, a continuación, recorrió con la mirada a esos hombres que se consideraban a sí mismos el alma de Belrege. Todos parecían cortados por el mismo patrón, las mismas arrugas en los ceños fruncidos, las mismas manchas en la piel provocadas por el sol, las mismas barbas enmarañadas, crecidas y sucias, esos ojos entrecerrados en gestos desconfiados, casi diría que hostiles. Y todos ellos aquejados por exactamente los mismos males. Echó un vistazo también a las mujeres y niños que escuchaban a hurtadillas con más o menos fortuna desde diferentes lugares, consciente de que también eran una audiencia digna de tenerse en cuenta.

- Respondedme una cosa – empezó, pasando por alto esa última intervención, hablando en general sin ninguna necesidad de alzar el tono, pues lo estaban escuchando –, ¿alguna vez habéis visto un río remontar hacia la cumbre de una montaña?

La cuestión causó confusión entre sus barbudos interlocutores, como no habría podido ser de otro modo. Los hombres se turbaron ante lo que se antojaba como una pregunta absurda porque ¿cómo iba un río a subir por una montaña? Los hombres dedicaron un instante a murmurar y gruñir al respecto, rascándose la cabeza ante lo que les había sonado a acertijo, rebullendo en sus posiciones con nerviosismo, pues estaban todos en pie, a su alrededor. No tardaron mucho en llegar a la conclusión de que lo que decía no tenía ningún sentido.

- Que un río suba una montaña – añadió, antes de que su incomprensión se convirtiera en una ofensa – es algo que nunca ocurrirá. Va en contra de las leyes del mundo.

Los otros se lo quedaron mirando, obviamente, conformes con tan simple razonamiento porque, en realidad, era muy fácil de entender. El mundo se regía por unas reglas más que obvias, las cuales ordenaban los eventos e individuos, confinándolos a una estabilidad, una suerte de equilibrio. Se podía salir puntualmente de ese estado perpetuo de orden impuesto, pero, mientras las reglas persistieran, el río bajaría la montaña, nunca la subiría. El orden ataba, no aprobaba la rebeldía, rara vez la permitía y, desde luego, buscaba ahogar cualquier chispa que de ella surgiera para asegurar su propia pervivencia. El cambio real, el cambio profundo, el cambio permanente, exigía unas nuevas reglas. Necesitaba un mundo nuevo.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now