CAPÍTULO 18: Blanco (Parte 2)

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Aquel camino llevaba directamente hasta el portón de la ciudad, pero no llegaron a entrar en las murallas. El cartel de una posada situada en las cercanías convenció a Rhö de permanecer en los extramuros de la ciudad y Ethel no estaba segura de qué pensar al respecto.

Por una parte, el jinete de dalar había estado en lo cierto al afirmar que nadie iba a reconocerla como herverí, siempre que no se pusiera en evidencia de alguna manera, podía pasar desapercibida con bastante facilidad, sin embargo, el detalle no terminaba de aplacar su inquietud. 

Había roto el Aislamiento, es decir, ya lo había roto cuando habló con Rhö y lo llevó a Henmark, pero entrar en aquel lugar suponía dar un paso más en su transgresión. Se había metido directamente en el dominio de los hombres, estaba literalmente rodeada de humanos por todas partes e, incluso aunque no se hubiesen dado cuenta de lo que era, el hecho no podía dejar de resultarle un tanto incómodo. Tenía muy asumido que los humanos eran peligrosos y, además, todos eran mucho más altos que ella, ¡era normal que estuviera inquieta!

Quedarse a las afueras, donde teóricamente había menos gente, le habría parecido buena idea de no ser porque había un grupo de adoradores justo al lado. En cualquier caso, mientras conservara la calma, no tenía por qué pasar nada, había pasado demasiado tiempo como para que fuese razonable asumir que seguían siendo una amenaza, ¿verdad? Al fin y al cabo, los adoradores también eran humanos, lo más probable era que se hubiesen olvidado de la existencia de los herveríes y ella no tenía previsto recordársela.

A pesar de esa certeza, caminaba muy cerca de Rhö, con las manos ocultas para que nadie las viera, y sin mirar a nadie a los ojos. Se sentiría mejor si los monjes no estuviesen allí.

Recorrieron esa calle por la que acababan de girar, esquivando a las personas que iban y venían, ocupándose de sus asuntos, y se asomaron al local, cuya puerta estaba abierta de par en par. El lugar estaba sumido en una penumbra hogareña, dado que toda la iluminación provenía de la luz diurna que se colaba por las ventanas. Había bastantes mesas distribuidas sin ningún orden aparente en la sala, la mitad de ellas estaban ocupadas por personas que comían o bebían, charlando entre ellas despreocupadamente, a pesar de que, como mucho, debía de ser mediodía. Rhö, que se había parado en el umbral para echar un vistazo, asintió.

- Parece un buen sitio para quedarse – comentó para sí, pues recientemente había adquirido cierta tendencia a pensar en voz alta.

Ethel no estaba segura de poder darle la razón, sea como fuere, lo siguió al interior del establecimiento con cautela. Ninguno de los clientes que comían y conversaban les prestaron mucha atención, a lo sumo, una ojeada rápida, sin embargo, el hecho de haber entrado los convirtió en el objetivo de un hombre orondo y sin pelo en la parte de arriba de la cabeza, que acudió raudo a saludarlos. Ethel se refugió detrás de Rhö.

- Bienvenidos, bienvenidos – los recibió muy sonriente y con un tono de voz estridente – Esto es el Rincón de Cortadete, donde el vino es diversión y la comida no es un brete. ¿Qué va a ser, muchacho?

Ethel no creía que esa rima tuviese verdadero sentido, en cambio Rhö se tragó una risita.

- Eh, quería una habitación para esta noche – el posadero asintió.

- Estás de suerte, hijo, tengo una libre – le hizo una seña para que lo siguiera hasta un mostrador que había al fondo de la sala. Ethel fue con ellos – ¿Solo para esta noche?

- Sí – le confirmó Rhö, observando cómo lo anotaba en un libro muy gordo que, suponía, debía ser el registro.

- Muy bien, ¿tu nombre?

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora