CAPÍTULO 2: Lo que se espera de ti (Final)

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Abrió los ojos repentinamente, como si una pesadilla la hubiese despertado, solo que no recordaba haber tenido ninguna. Parpadeó un par de veces, sin moverse, hasta que su vista se aclaró, revelándole que la habitación permanecía a oscuras y en silencio. La falta de un motivo claro para haberse despertado no fue un obstáculo para que se desvelara enseguida, tal vez por la inquietud que le provocaba la jornada que estaba a punto de empezar. Ante la repentina imposibilidad de volver a cerrar los ojos, decidió incorporarse, notando de inmediato el familiar aire frío que siempre había más allá de las mantas como un zarandeo que terminó de despertarla del todo. Suspiró y se restregó los ojos, echando un vago vistazo alrededor que le valió para darse cuenta de que era más temprano de lo que había esperado. Los gruesos cortinajes impedirían la entrada de la luz del día, no obstante, la ausencia de movimiento apuntaba sin lugar a dudas a que todavía no había amanecido, no en vano, dio instrucciones para que la despertaran con las primeras luces. Aquel día partían hacía Firga en un viaje a través de la Carretera de las Estribaciones que podría prolongarse semanas, era obligado aprovechar las horas de luz. Volvió a suspirar, poco contenta ante la expectativa de aquella travesía.

Katherine no había tenido exactamente unos meses tranquilos desde que, en esa lejana recepción en Velana, el pasado verano, se anunciara su compromiso con Allan Keuck antes de lo previsto y sin avisar, aunque el hecho no podía resultar muy sorprendente, dadas las circunstancias. Desde el primer momento en el que le comunicó sus futuras nupcias con Keuck, su madre, uno de los principales artífices de la tesitura actual, ya le había advertido de lo delicado de la situación y de la importancia de que todo saliera según lo acordado. Katherine era consciente de que no podía permitirse el lujo de cometer ningún error, muy numerosos eran los que querrían ver fracasadas sus pretensiones y contados los que consideraban acertado acercarse a Gromta y los Keuck, estaba en sus manos que la desconfianza mutua y el patente rencor no terminaran por desencadenar otra guerra como la que tan encarecidamente estaban intentando superar. Personalmente, le gustaría poder decir que tenía claro cómo lidiar con esa presión y que confiaba en sus capacidades para llevarlo todo a buen término, pero estaría mintiendo. La simple idea de que fuesen a casarla, aunque predecible y común, ya habría sido suficiente, por sí sola, para inquietarla, dado que no conocía a su prometido más allá de haberlo visto un par de veces, de modo que difícilmente podía sentirse cómoda cuando se habían formado tantas expectativas en torno a su matrimonio. Pero eso no importaba, no importaba nada. Tal y como dijo su madre, lo único que importaba era hacer honor a lo ya firmado y garantizar que esa inevitable tensión que había generado la llegada de un Keuck a Almont no produjera ningún resultado indeseable. El cometido de Katherine estaba muy claro, solo tenía que aguantar hasta que llegara el día de la boda y semejante propósito se había antojado sencillo cuando no había habido programado ningún evento más al que tuviera que acudir con Keuck. Pero, entonces, todo se le había complicado.

A ver, estrictamente hablando, ella no conocía a Keuck, es decir, a Allan. Estaba empezando a conocerlo entonces que tenían que pasar, forzosamente, más tiempo juntos, pero no le había dado la sensación de que fuera una mala persona. Era posible que la apreciación no fuese del todo imparcial, al fin y al cabo, lo último que quería era amargarse la existencia pensando que iba a casarse con un ... indeseable de alguna clase, sea como fuere, el hecho era que Keuck, o sea, Allan, había demostrado hasta el momento altura de miras y se ceñía con estoicismo al protocolo incluso cuando los demás trataban de pincharlo sin descanso. Katherine había esperado que lo hicieran y, presumiblemente, Keuck también habría estado a la expectativa de ese tipo de reacción por parte de un sector importante de la corte. El único que se había mostrado verdaderamente conforme con el planteamiento seguido y que, consecuentemente, había sabido comportarse como se debía, era Guzmán von Desla. Con una opinión diametralmente contraria, Anne Lathulla siempre se mostró contraria al acercamiento a Gromta y había tirado de influencia para convencer a otros de su postura, aunque todavía un número significativo de nobles se limitaba a observar el desarrollo de acontecimientos, a la espera de que la situación se decantara antes de pronunciarse abiertamente. Su madre le previno de aquello, le advirtió con mucho acierto acerca de quiénes podrían apoyarla, directa o indirectamente, quiénes pondrían palos en sus ruedas y quiénes se mantendrían al margen, no obstante, hubo una persona que escapó de sus cábalas y que le estaba dando más problemas de los esperados: Roland. Katherine no consideraba a su hermano un idiota, sin embargo, entonces se estaba comportando como uno. Él conocía, tal vez mejor que ella misma, la importancia de toda aquella empresa, estaba al tanto de las consecuencias que tendría un fracaso por su parte, debía de comprender que mantener la paz pasaba necesariamente por entenderse con Keuck y, sin duda, sería uno de los principales perjudicados si estallaba otra guerra, pero, por razones que se le escapaban, parecía empeñado en lanzarle pullas a Keuck cada vez que tenía ocasión. ¿Qué pretendía ganar con eso? ¿Es que no se daba cuenta de que le estaba complicando la labor? Bastante tenía ella con mantener a Keuck a resguardo de los constantes ataques de Lathulla y los otros, ¿por qué no quería ayudarla? ¿Tan repelente le parecía la idea de confraternizar con un Keuck? La verdad era que no lo sabía y tampoco había tenido la ocasión de preguntarle al respecto, aunque, tal vez, debería hacerlo.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora