CAPÍTULO 9: Esperando un principio (Parte 1)

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Salió del templo agitado y un poco decepcionado, aunque, siendo completamente sinceros, no había tenido verdaderas esperanzas de que aquella conversación fuese a ser capaz de tranquilizarlo. No había sido el único en percatarse de la evidencia de que el ambiente de Claumar estaba enrarecido de un tiempo a esta parte. La gente miraba por encima del hombro cuando andaba por la calle, en el mercado proliferaban mendigos, ladronzuelos y timadores, oradores de muy diversa índole se habían adueñado de las plazuelas, alentando con discursos incendiarios el descontento que se extendía poco a poco, palmo a palmo, por los rincones de la ciudad. En su humilde opinión, no habría tenido sentido esperar otro resultado cuando la escasez amenazaba y no se ofrecía ninguna alternativa real a pasar necesidad, aunque ni le correspondía a él desentrañar las causas del problema, ni se creía capaz de ponerles remedio. La verdad era que tenía en mente otras preocupaciones de muy diferente calado. Suspiró, apesadumbrado y preocupado, mirando fugazmente el templo por encima del hombro antes de, finalmente, emprender el camino de vuelta a casa. Al fin y al cabo, debía atender otros asuntos.

Timus Birionde no se consideraba a sí mismo una persona relevante dentro de Claumar, aunque debía admitir que su opinión era tenida en cuenta por algunos de los que sí que podrían tildarse de tal modo. Suponía que el hecho se justificaba porque, en un sentido estricto, no había ningún otro que supiese hacer lo que él hacía. Los médicos escaseaban, era de todos sabido, se podían encontrar muchos charlatanes vendiendo remedios para todo, algunas personas tenían ciertos conocimientos de botánica aplicada, había algún cirujano hábil entre las filas de la soldadesca, pero las personas que aunaban conocimiento práctico y teórico que poder aplicar a algo más que dolencias estomacales o suturas superficiales se podían contar con los dedos de una mano. Timus, desde luego, no había encontrado a ninguna, a su pesar, porque, indudablemente, le vendría bien una segunda opinión en el tema que lo ocupaba. No sabía si podría hallar una solución él solo. Anduvo por la Vía Principal de Claumar con paso presuroso, respondiendo a los saludos que algunos de sus vecinos le dedicaban, temiendo llegar tarde a su próximo compromiso.

El llamamiento por parte del templo no había sido del todo inesperado. A Timus le constaba que los hermanos de la adoración siempre se habían preocupado de desempeñar una labor social, atendiendo a los más necesitados, especialmente a huérfanos y a niños que se encontraban en situación de desamparo, aunque, gracias a Griam, estos casos nunca habían sido mayoritarios en Claumar. Es decir, al menos, no lo habían sido antes de que empezara la escasez, era de esperar que las presentes circunstancias terminaran por afectar esos asuntos ya de por sí complejos, dando lugar a nuevos problemas de los que preocuparse y agravando los que ya había. En este sentido, no le habría resultado extraño que lo convocaran para que revisara la salud de algunas de las personas que recogían de las calles o que sabían que requerían atención médica, no en vano, ese otoño estaba siendo más frío de lo habitual y no debía de faltar mucho para que comenzaran las heladas. No obstante, en esa ocasión, los hermanos lo habían hecho llamar con muy poca antelación y el motivo para ello no había sido el habitual. Los monjes habían podido ser testigos, como él mismo, de los llamativos y preocupantes síntomas de una enfermedad rara para la que, tristemente, no había encontrado una cura. Durante el pasado mes y medio, Timus había visto morir a seis personas distintas, dos mujeres, cuatro hombres, todos aquejados de lo mismo, las mismas pústulas, los mismos humores, y todos ellos provenientes de Belrege o sus alrededores. ¿Podía tratarse de una coincidencia? Llegados a aquel punto, deseaba que lo fuera, pero no tenía ninguna certeza al respecto. Las últimas dos semanas no había habido ningún nuevo caso que hubiese llegado a su conocimiento, sin embargo, tal y como le había trasladado a los monjes, no deberían bajar la guardia. Los hermanos estaban preocupados, ellos solo habían visto a una de las víctimas de aquella enfermedad, no obstante, eso había sido más que suficiente para que se diesen cuenta de que, si se convertía en una epidemia, los destruiría por completo, por eso habían querido que él les contase sus impresiones al respecto, dado que había tratado o, mejor dicho, intentado tratar a todos los casos que habían trascendido. A Timus le hubiese gustado tener algo que decirles, ofrecerles algún consejo o medida de prudencia para prevenir nuevos casos, sin embargo, se temía que no tenía mucho que contar. Había intentado reconstruir las horas previas de todas las víctimas de las que había tenido constancia, buscando momentos de convivencia entre unos y otros, potenciales focos de contagio o fuentes de infección, pero no había tenido ningún éxito. Lo único que había podido sacar en claro de sus indagaciones y que había decidido compartir con los monjes era que todas esas personas habían vivido o pasado por Belrege, de lo cual se desprendía que la enfermedad estaba localizada sobre esa villa. Timus había barajado fugazmente la opción de que tuviese su origen en un pozo o en alguna otra cosa que estuviese en el pueblo, de lo que todo el mundo hiciera uso, no obstante, si ese fuera el caso, no habrían tenido solo seis afectados. El patrón epidemiológico era completamente incomprensible, desconcertante, casi diría que directamente discrecional, y el detalle arrojaba más dudas que certidumbres sobre el problema.

Se desvió a la derecha, tomando la curva que salía de la Vía Principal hacia una calle aledaña, algo más estrecha, pero igualmente destacada en la ciudad. En el tramo más recto que había más allá de aquella encrucijada, en el lado izquierdo de la calle, se sucedían una docena larga de grandes casonas, todas ellas propiedades relacionadas directa o indirectamente con la aristocracia brenesa. La mayoría habían estado vacías la última década, en manos de terratenientes o lacayos de confianza cuyo único cometido había sido mantenerlas en un estado adecuado, sin embargo, recientemente habían vuelto a no pocas de ellas sus dueños o parientes de estos. Timus era consciente de que la corte imperial nunca se había caracterizado por ser amable o indulgente, más bien al contrario, no obstante, había oído comentar que, en los últimos tiempos, la inestabilidad política había escalado en la capital y, en consecuencia, había quien ya hablaba de una nueva guerra de casas perfilándose en el horizonte. El detalle no contribuía a mejorar su percepción acerca de la situación general, el riesgo de desabastecimiento era demasiado alto como para que fuese razonable o cabal emprender acciones políticas en palacio, ahora bien, la aristocracia, probablemente, no compartiría su punto de vista. En cualquier caso, esa turbulencia palaciega que algunos tildaban de ineludible y otros de consumada, le había inspirado a contemplar otras posibilidades que, hasta el momento, había pasado por alto.

Timus tenía una hipótesis. Se trataba de una hipótesis preliminar que, hasta cierto punto, permitiría explicar lo sucedido, pero que, de ser cierta, implicaría problemas. Y no sabía con seguridad hasta qué punto podrían considerarse preferibles esos problemas a la epidemia, no en vano, se temía que ambos escenarios podrían dar lugar a resultados igualmente nefastos entre la población civil. No había querido compartir con los hermanos esas teorías, no cuando no tenía ninguna evidencia real que las respaldara, no cuando eran de índole tan controvertida. No pensaba que valiese la pena alborotar más la situación con meras conjeturas, además tenía la seguridad de que los monjes sabrían desenvolverse independientemente de cómo evolucionaran las cosas.

De todos modos, no debería adelantarse. Todavía no tenía ninguna certeza respecto a nada, solo especulaciones y unos hechos que no entendía del todo. Necesitaba algo de luz para poder sacar conclusiones y confiaba en que un oportuno cambio de perspectiva le sirviera para aclarar sus ideas. Siguió caminando, manteniendo el paso vivo mientras remontaba la leve cuesta que ascendía por esa calle. No tardó demasiado en divisar su casa en la distancia y darse cuenta del movimiento de personas en la puerta. Aceleró el paso, tal y como había pensado, llegaba tarde. 

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now