CAPÍTULO 21: Con un golpe de autoridad (Parte 1)

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Contra todos sus pronósticos, fue capaz de dormir algo. Había dado por sentado que hacía demasiado frío, que aquel lugar era demasiado incómodo, que estaba demasiado inquieta y hambrienta como para que se antojara posible la perspectiva de cerrar los ojos siquiera, no obstante, claramente, subestimó su agotamiento. No creía haber estado mucho rato dormida, tal vez, una hora o dos, no obstante, esa cabezada bastó para que, al abrir los ojos, en lugar de una oscuridad casi total, la sorprendiera algo de claridad diurna.

Después de haberle permitido atender sus heridas, Peeter había mandado apagar todas las lámparas y, tras un pequeño tira y afloja con respecto a la conveniencia de hacer eso, los otros habían accedido, convirtiendo su mal llamado campamento en algo indistinguible de la negrura densa que reinaba en aquel bosque cuando caía la noche. Todavía no había mucha luz arriba, no estaba segura de que hubiese amanecido del todo, sin embargo, el hecho de poder volver a ver casi resultaba chocante en comparación.

El grupo ya se había estado moviendo cuando Saira se despertó y no esperó mucho antes de retomar la marcha. Desde entonces, solo se habían limitado a caminar a través del bosque con paso cansino, exactamente de la misma manera que habían hecho el día anterior.

Los árboles se sucedían a su alrededor uno tras otro, más o menos igual de altos, los anchos troncos rugosos bloqueando buena parte de lo que fuera que hubiese en la distancia y las tupidas ramas ocultando el sol, suponiendo que hubiese salido ya. 

El terreno parecía seguir empeorando a medida que avanzaban, los agujeros embarrados, las piedras sueltas y las raíces levantadas se alternaban con los altibajos abruptos, las pendientes pronunciadas y las malas hierbas que, a ratos, adquirían suficiente densidad como para bloquear el camino. Una niebla blanca manaba del suelo, ignoraba si por la hora del día o por la propia humedad del ambiente, sea como fuere, daba la sensación de que hacía más frío que las jornadas precedentes. 

El aliento se convertía en un vaho que parecía acrecentar la bruma que se enredaba en sus pies.

El grupo avanzaba en algo parecido a una fila cuyo grosor variaba en función del tramo. Había cierta distancia entre unos y otros, pero todos seguían el mismo sendero que Peeter elegía, dado que iba el primero en la única compañía del caballo. 

Le había aliviado comprobar que el hombre no parecía haberse resentido de sus heridas, aunque no había tenido la oportunidad de preguntarle cómo se encontraba. Ella estaba en un punto intermedio de la fila, demasiado lejos de él como para que fuese posible entablar esa o ninguna otra conversación, y, además, Niva y Nora ya habían estado reprendiéndola por sus acciones de la noche anterior.

Según ellas dos, lo que había hecho era justamente lo contrario a lo que dictaba el sentido común, lo cual dejaba de manifiesto que no coincidían en lo que calificaban de "sentido común". Podía entender que se preocuparan por ella, ahora bien, ya había quedado suficientemente demostrado que Peeter no representaba ningún peligro, y si pretendían convencerla de lo contrario, estaban malgastando saliva, por eso tampoco quería reavivar esa conversación. 

Estaba demasiado cansada como para hablar de absolutamente nada, mucho menos para discutir, caminar ya se antojaba suficientemente complicado por sí solo, y la niebla daba la sensación de adquirir más altura sobre el suelo a medida que avanzaban. Deberían centrarse en seguir adelante.

Saira había estado más que dispuesta a estar en silencio toda la jornada si hacía falta, reservando sus energías para la ingrata labor de buscar un lugar estable donde poner un pie detrás de otro en esa condenada niebla. Pero la quietud que había seguido al amanecer, no duró mucho.

En primer lugar, oyó un sonido que no supo identificar, una especie de chasquido que atribuyó al crujido de una rama. Tuvo que pasar un momento más para que ese ruido se repitiera y, aunque esa reiteración no le aclaró su procedencia, si la invitó a levantar la vista del suelo un instante y mirar alrededor. Se encontró con la mirada extrañada de Nora, que también debía de haberlo oído, pero que tampoco parecía tener una pista de qué era. Fue necesario que sonara una tercera vez, aunque, de nuevo, no fue el ruido lo que le desveló su naturaleza.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderOnde histórias criam vida. Descubra agora