CAPÍTULO 6: Interpretaciones (Parte 2)

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Las llamas habían ido empequeñeciendo conforme las horas pasaban y la leña se consumía. La brisa que había agitado el fuego cada tanto provenía desde sus espaldas, aullando quedamente sobre lo que suponía que serían los páramos de Mereth, aunque no le habían facilitado mucha información con respecto a su ubicación actual. No tenía la sensación de haber dormido nada, no obstante, la brevedad con la que había transcurrido la noche invitaba a pensar que aquella era una percepción errónea o, tal vez, el amanecer no había sido tan lejano como había estimado. Su confusión no era nada descabellado dado que ni tan siquiera sabía con certeza cuánto tiempo había pasado desde que encontraron las ruinas y aparecieron los carus. Desechó ese pensamiento, pues de poco serviría lamentar lo sucedido entonces, y volvió a enfocarse en los rescoldos de la hoguera, que estaban prácticamente extintos del todo. La claridad mortecina que precedía la aurora adquiría fuerza poco a poco, anticipando la salida del sol.

Ethel, tumbada de lado, echa un ovillo, desvió la vista desde el montón de leña ennegrecida que quedaba del fuego hacia lo que había más allá, como ya había hecho más de una vez desde que se había despertado, cuando todavía estaba oscuro. El humano que se había presentado como Rhö, jinete de dalar para cuya presencia a ese lado de Shalon Tore no tenía explicación, permanecía exactamente en la misma posición en la que había estado en todo momento: profundamente dormido, dándole la espalda. No se había movido un ápice desde que había empezado a observarlo y se antojaba poco probable que fuese a hacerlo próximamente, pero, cuanto más esperara, más aumentaría ese riesgo. Porque, sin duda, era un riesgo.

Rhö no le parecía una mala persona, a pesar de que no siempre se mostraba amable, su brusquedad no quitaba que la hubiese ayudado. Tenía razón cuando señaló que Zereth y él la habían salvado, Ethel era consciente de ello y se lo agradecía más de lo que probablemente se podría expresar con palabras, sin embargo, el detalle no cambiaba lo que tenía que hacer. Siendo precisos, solo se lo ponía más complicado porque, hablando con franqueza, no se le daba bien mentir. Estaba bastante segura de que a ninguno de los suyos se le daba bien. En cualquier caso, esa certeza no la eximía de tener que hacerlo porque no podía hablarle a Rhö de Henmark y él no había parado de preguntarle al respecto. Era humano y, como tal, no debía saber acerca de la existencia de la ciudad, mucho menos de su ubicación, así lo prescribía el Aislamiento, de modo que se había visto en la necesidad de mentir o, mejor dicho, de omitir la verdad, aunque las dos cosas se le daban igual de mal. A Ethel no le gustaba pagar con mentiras la inestimable ayuda que Rhö le había brindado, no le parecía nada justo, pero se temía que no había tenido otra opción. Ignoraba si su interés en la ciudad radicaba en la necesidad de hallar suministros, como había mencionado, o en la simple y llana curiosidad, sea como fuere, Ethel no podía perder de vista la necesidad de preservar el Aislamiento a todo coste. Justamente por eso estaba despierta entonces. Porque la solución más simple a ese embrollo era marcharse de allí.

Con movimientos muy lentos, haciendo mínimo ruido indispensable, apartó la manta y se incorporó, quedando sentada en el suelo. Rhö no se movió de modo apreciable. Muy bien, si no andaba muy errada en sus suposiciones, se encontraban en el límite entre el desierto de Mereth y el bosque de Volg, imposible saber con exactitud dónde, pero probablemente eso no importaba. El hecho era que Henmark estaba en el extremo sur de los páramos, de modo que, siguiendo la linde del bosque hacia el sur, es decir, alejándose más del lejano perfil de Shalon Tore, se estaría acercando a la ciudad. Naturalmente, la falta de certezas acerca de su situación actual hacían difícil aventurar cuánto tiempo tardaría en volver a Henmark, más aun yendo a pie, sin embargo, teniendo presente la larga travesía que fue necesaria para llegar a las ruinas de Volg desde la ciudad, dando por sentado que Rhö no la habría transportado muy lejos de donde la encontró, no era optimista en cuanto a la duración del viaje. No tenía provisiones, ni una ruta definida, por no mencionar que, si se pasaba de largo siguiendo la linde del bosque, podría llegar a territorio de los hombres, pero esa era la única alternativa que se le había ocurrido para seguir el Aislamiento y sus normas. Se levantó con tiento, sin perder de vista a Rhö, logrando que el roce de la tela fuese el único sonido que delatara su partida. La verdad era que no le hacía mucha ilusión emprender el incierto camino de regreso a casa, le daba un poco de miedo perderse o que la encontrara gente menos considerada que Rhö y Zereth, pero no le quedaba otra opción. Si seguía con ellos, estaba segura de que terminarían descubriéndolo todo y no podía permitir que tal cosa sucediera. Dio un prudente paso atrás, aumentando la distancia entre ella y Rhö para minimizar el riesgo de que este se despertara, con la intención de dar un rodeo amplio al campamento, pero chocó con algo.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora