CAPÍTULO 4: Pese a la oscuridad (Parte 2)

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El sol todavía no había terminado de asomar por levante cuando se pusieron en movimiento una vez más. La comitiva, a pesar de no ser tan grande como podría haber sido, ocupó por sí sola buena parte del camino que salía de Matakeck hacia el este, aunque se antojaba poco probable que fuesen a cruzarse con nadie de frente. No tardaron en alejarse del pueblo, los dos carros que llevaban con ellos marcando el ritmo con el que avanzaban a través del sendero que ascendía sutilmente, siguiendo el perfil de las montañas. Se había barajado la opción de tomar el desvío que discurría a través del bosque, sin embargo, al final, llegaron a la conclusión de que merecía la pena tomar el sendero más corto para llegar a Pica del Rey, sobre todo porque el viaje ya era lo bastante largo en sí mismo como para que resultara apetecible la idea de prolongarlo más tiempo. Cierto era que la ruta de las estribaciones en aquel tramo no gozaba del buen estado que debería y, en consecuencia, no era del agrado de los mercaderes que iban y venían por aquellos lares, no obstante, el camino seguía siendo tan seguro y practicable como cualquier otro. La jornada había amanecido soleada, la vegetación que crecía a un lado del camino iba adquiriendo espesor conforme avanzaban hacia delante. No tardó en ocultar el pueblo del que habían partido. A pesar de que mantenían una buena velocidad y estaban cumpliendo los tiempos previstos, Roland no se sentía contento, más bien estaba molesto y el motivo estaba tan claro como el sol.

El estúpido, inoportuno e inexplicable interés que Allan Keuck había mostrado en participar de aquella expedición le dio mala espina desde el momento en el que lo planteó en voz alta, ahora bien, no había existido ningún motivo de peso para negarle su petición más allá de la antipatía que le despertaba aquel tipo, argumento que no sería procedente esgrimir en una conversación abierta. Dado que su hermana tampoco había sido capaz de convencer a ese imbécil para que renunciara a esa supuesta pretensión de acercar posturas con él, finalmente, se había visto obligado a compartir camino con ambos. Roland quería a su hermana, no le habría importado que ella lo acompañara, no le molestaba, pero el hecho de que su presencia implicara necesariamente la de Keuck le hacía desear que se hubiese quedado en Almont. Eso habría sido lo procedente, al fin y al cabo, el objetivo de todo aquel viaje, aparte de tantear a sus homólogos de Seinbride, era, justamente, esquivar a Keuck durante una larga temporada. Pero se había echado a perder. Roland suspiró con pesadumbre. No le gustaba Keuck, no le había gustado desde el principio y en ningún momento había fingido lo contrario, pero sabía lo que había en juego. Era muy consciente de que existía una línea que no podía cruzar, el límite de lo admisible para la situación en la que se encontraban, la frontera que separaba la manifestación inequívoca de su postura y la abierta hostilidad. Aunque Katherine no parecía haberse dado cuenta, Roland cuidaba mucho no cruzar esa línea ya que sabía las consecuencias que ello podría tener. Por esa razón y porque su hermana se lo había pedido expresamente, se había propuesto limitar su interacción con Keuck al mínimo imprescindible, sustituyendo la tolerancia con la indiferencia y la estrategia funcionaba. Funcionó muy bien desde Almont hasta Nargis y, seguramente, lo habría hecho todo el resto del camino, pero lo que ocurrió en ese pueblo lo obligó a cambiar de táctica. Todo por esa carta.

A Roland le habría sorprendido recibir noticias de cualquiera en esas circunstancias, pero el detalle de que hubiese sido su propio padre quien le hubiera escrito solo servía para aumentar su inquietud al respecto. El mensaje en sí mismo no pretendía ser alarmista, simplemente le informaba de que los reyes se ausentarían de Almont durante unos días porque, al parecer, el rey de Gromta los requería. Y Roland no dejaba de encontrar curioso que el rey Keuck los hubiese convocado al mismo tiempo que Allan Keuck, por su deseo expreso, viajaba con él. Cierto era que no parecía haber ninguna conexión evidente entre ambas cosas, pero la coincidencia le parecía demasiado sospechosa en sí misma como para poder dejarla correr, no en vano, estaban hablando de los Keuck, uno no podía fiarse de ellos. Por esa razón, Roland había cejado en su poco convencido empeño de ignorar a Keuck y se había decantado por presionarlo un tanto. Ignoraba cuánto conocía de aquella trama, pero, a esas alturas, debía dar por sentado que existía, de lo que no estaba tan seguro era de si Allan estaba metido o solo era un participante casual. Tenía la certeza de que el noble no disponía de los medios necesarios para hacer nada en Almont, mucho menos para ocultárselo a él, lo tenían muy vigilado, sabían con toda seguridad que, en el tiempo que llevaba allí, no había hecho nada reprochable ... Al menos, no en ese sentido. Claramente consciente de que todos en Almont lo observarían con ojo crítico, Allan había sido cuidadoso, no se había metido en ningún lío ni empresa que pudiera resultar mínimamente sospechosa, pero eso no significaba nada. Roland creía que habría podido sonsacarle algo a la larga, que, a fuerza de insistir, habría sido capaz de engañarlo o sacarlo de quicio lo suficiente para que cometiera un error y se descubriera, pero su hermana se había interpuesto. Se estaba tomando muy en serio la labor de mantener a su futuro esposo de una pieza: apenas le había dado ninguna oportunidad de acercarse los últimos días. Roland ya estaba harto.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now