CAPÍTULO 8: Pase lo que pase (Parte 4)

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El filo cayó sobre él como un rayo desde una nube de tormenta. Soltó la manilla de la puerta, dejando que la hoja de madera continuara en solitario el movimiento que él había iniciado al empujarla. Se echó a un lado, chocando el hombro contra el quicio, girando un tanto sobre sí mismo para evadir el acero al tiempo que levantaba el garrote, aun a sabiendas de que ya iba muy tarde. O todo marchaba demasiado deprisa. La puerta golpeó la pared de piedra y rebotó. La espada dio en el garrote que, sostenido sin fuerza suficiente, no llegó a frenar su trayectoria del todo, pero sí la modificó un tanto, apartándola de sí. La hoja de madera empezó a cerrarse de nuevo. La espada volvió con su dueño, que, seguramente, se preparaba para otro ataque. Aprovechó la pequeña oportunidad para dar dos pasos y entrar en la sala. La puerta se cerró sola con un chasquido, confinándolos a ambos en una habitación cuadrada y sin ventanas, pobremente iluminada, a la que no prestó verdadera atención. Puso a prueba el brazo, se pasó una mano por la cara, solo para confirmar la impresión de que no le había dado. Estaba ileso.

Noyan se dio cuenta en ese momento de que respiraba muy deprisa, casi jadeando. Quiso achacar su falta de aliento a lo mucho que había corrido antes de entrar en esa estancia, no obstante, a su pesar, debía reconocer que eso había estado cerca. Muy cerca. Escrutó al hombre que tenía delante y que había estado a punto de atravesarlo de parte a parte casi sin pestañear. A despecho de la hora de la noche, todavía llevaba el uniforme de los de su clase, con las distinciones que señalaban a los oficiales. El tipo lo miraba a su vez con gesto severo, la espada enarbolada con la pericia que solo la experiencia podría proporcionar. En aquella habitación solo había encendida una vela cuya pequeña llama creaba casi tanta tiniebla como claridad, no obstante, supo de inmediato quién era él. Estaba ante el tirano que los había estado oprimiendo durante una década completa, el hombre cruel que se había vendido a los extranjeros, ignorando el dolor del pueblo. El sargento Ernizábal Delambre negó levemente con la cabeza, sin dejar de mirarlo.

- No deberías haber entrado aquí – le advirtió el sargento.

Noyan no respondió, observándolo con una mueca crispada, ceñudo, vigilando la espada. La vela se agitaba a merced de una brisa que helaba el aire. Su silencio resaltaba el alboroto estruendoso que se oía abajo. Voces, gritos y golpes con los que no debía distraerse entonces.

- Ninguno de vosotros debería haberlo hecho – puntualizó el militar.

Noyan aprestó el garrote, apretándolo con fuerza. El sargento parecía estar previniéndolo con la mirada al tiempo que lo amenazaba con la espada. La luz tremolaba sin extinguirse.

- No me gusta matar campesinos – resumió Delambre, sereno.

Noyan no pudo esperar más y se lanzó hacia delante, levantando su rudimentaria arma con furia. El otro alzó la espada y repelió ese primer golpe sin mucho desafío. Noyan se revolvió, girándose para volver a atizarle con el garrote exactamente con el mismo resultado, pero el hecho no lo disuadió. Gruñó y empezó a encadenar un golpe tras otro, tan rápido como podía, queriendo alcanzar al sargento, espoleado por el estruendo que sonaba abajo y que no quería detenerse a analizar. Delambre desviaba el garrote con movimientos medidos, dando pasos pausados, consciente de las limitaciones del lugar donde habían empezado a pelear. La habitación apenas tenía mobiliario como tal, le había parecido ver una estantería de madera pegada a una pared, junto a la puerta, y una mesa de escritorio, aunque no había prestado excesiva atención al entorno, dadas las circunstancias. En cualquier caso, a pesar de que no había espacio suficiente para luchar propiamente, el sargento repelía sus ataques sin aparente dificultad, forzando a Noyan a dar vueltas a su alrededor para tratar de rodearlo con escaso éxito. La espada se trabó una vez más con el garrote. Noyan empujó, pero no pudo hacer retroceder al sargento, que lo miraba fijamente.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora