CAPÍTULO 12: La causa del efecto (Parte 2)

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Estaba lloviendo otra vez. El tiempo había estado muy revuelto los últimos días, aunque, en realidad, el detalle no era nada desacostumbrado, estaban demasiado cerca de las montañas como para que los otoños fuesen benignos. No debía de faltar mucho para que empezaran las nieves. Suspiró, apesadumbrado, pese a que la expectativa del paisaje blanco siempre había sido capaz de animarlo en el pasado, pues las últimas noticias que había recibido no eran buenas en absoluto.

Habían empezado a moverse otra vez. Mai, la Domago de la ciudad de Huanta, ya le había advertido, tanto a él como al Círculo provisional, de que lo que habían visto en el Rainieri durante el verano había sido muy irregular, ya les aconsejó que se prepararan para lo que pudiera pasar, sin embargo, al margen de todas las precauciones que habían tomado, Bongüi se sentía totalmente sobrepasado por los acontecimientos. Llegados a aquel punto, se arrepentía de haber aceptado aquel puesto de "Domago".

Él sabía que su posición era un formalismo, hacía ya años que no había un Círculo de Noscem que rigiera la ciudad, mucho menos un Domago que guardara los antiguos preceptos, no tenía sentido que lo hubiese, dadas las circunstancias. No obstante, a pesar de esa evidencia, todos estuvieron de acuerdo en que era adecuado tener un portavoz que los representara a la hora de comunicarse con otras ciudades y, también, que se encargara del báculo. El objeto en sí no tenía ninguna utilidad real en su situación de Aislamiento, pero seguía siendo un símbolo que convenía mantener, especialmente en esos momentos en los que las cosas se les estaban poniendo difíciles. El propio Bongüi había coincidido en que situar a alguien en una posición de autoridad similar a la que tendría un Domago de derecho contribuiría a mantener un clima más ordenado y estable en la ciudad, aunque, entonces que se veía a sí mismo interpretando ese papel, se daba cuenta de lo triste que era haber llegado a ese extremo.

Todo el mundo sabía que las cosas no deberían ser así y, sin embargo, ya no vivía nadie que hubiese conocido algo diferente. Habían pasado siglos desde la última vez que su ciudad tuvo un Círculo como tal, aunque nadie solía señalar esa evidencia. Desde su fundación, aquella urbe había estado llamada a ser un puesto de defensa, un baluarte fundamental a ese lado de Shalon Tore destinado a controlar el Paso del Norte y, dado que las circunstancias habían convertido en innecesaria la institución de los Noscem o de un Domago, ellos habían terminado tomando el control del lugar. Bongüi era consciente de que, en su momento, hacía mucho tiempo, fue apropiado calificar esa plaza como "ciudad", no obstante, se temía que esos días habían quedado atrás y no daba la sensación de que fuesen a volver. Aquel sitio, su hogar, había quedado reducido a un fuerte, un bastión cuya única finalidad era repeler a los monstruos y mantenerlos alejados de las montañas, por esa razón tenía todo el sentido que ellos, los guerreros, estuviesen al mando.

El arreglo había funcionado bien durante todos aquellos años, en colaboración con Huanta, habían cumplido con creces su cometido de confinar a los almaoscura en el norte, más allá del Rainieri, habían minado sus fuerzas, habían controlado sus incursiones al sur del río, habían eliminado muchos superiores e incluso habían conocido largos periodos de tranquilidad en los que no hubo ningún movimiento por parte de los monstruos, sin embargo, entonces era diferente. Por eso habían creído necesario nombrar algo parecido a un Domago, en primer lugar.

Bongüi no tenía su propia inteligencia en alta estima, al fin y al cabo, era un guerrero, no un erudito, no obstante, hasta él se había dado cuenta de que el largo tiempo transcurrido desde esa lejana época de prosperidad había desgastado su ciudad hasta un límite peligroso. La prolongada ausencia de un árbol había dañado la tierra y disminuido sus provisiones poco a poco, el fuerte estaba por debajo de su capacidad defensiva en cuanto a número de efectivos y dos tercios de sus fuerzas gozaban de una veteranía excesiva. Tradicionalmente, habían llegado colonos y refuerzos desde Huanta de forma regular, pero, en los últimos años, esos recursos habían ido disminuyendo hasta extinguirse. Para su desgracia, Huanta también parecía estar apagándose y, francamente, a Bongüi le asustaba un poco pensar en qué sucedería si terminaba corriendo la misma suerte que su ciudad. Intentaba no darle demasiadas vueltas a ese tema.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now