CAPÍTULO 7: Cuando se oyen pasos (Parte 5)

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Mirándolo con la perspectiva del tiempo, quizás estaban cometiendo un grave error. Habría sido más cómodo y más sensato quedarse en Nargis hasta la mañana siguiente tal y como les habían ofrecido, es decir, ¿qué más daba dejar pasar un solo día cuando el camino hasta allí les había llevado más de una semana completa? Darse prisa entonces no tenía demasiado sentido y, desde luego, no creía que fuese a suponer ninguna diferencia. La familia de la señora que había estado viajando con Berend cuando se lo encontraron y cuyo nombre, irónicamente, no supo hasta que se lo oyó decir a sus parientes, una vez llegaron a la ciudad, se había mostrado agradecida por su amable servicio y había insistido en corresponderles con comida y un lugar donde descansar, oferta que ninguno había sido capaz de rechazar de buenas a primeras. Llevaban mucho camino a sus espaldas y la mayor parte habían tenido que recorrerla a pie, al paso lento y cansino que impuso la señora o, literalmente, cargando con ella cuando le dolían los pies, de modo que era de agradecer parar un rato, sin embargo, la agradable sensación del deber cumplido se evaporó en cuanto sus benefactores les preguntaron qué había ocurrido, pregunta que, por otra parte, tenía todo el sentido que les plantearan.

Edmond no le había dado muchas vueltas al asunto mientras estaban de camino, no porque se hubiese propuesto olvidarlo, sino más bien porque su cabeza había optado por centrarse en lo más inmediato, lo que era sencillo y tenía solución. No era la primera vez que alguien les preguntaba, ni tampoco era la primera vez que alguno de los tres se veía en la necesidad de responder. "Atacaron nuestro pueblo", fue la escueta explicación de su hermano en esa ocasión, "tuvimos que irnos de allí". Y, entonces, los otros quisieron saber por qué se habían marchado, ¿es que eran muchos bandidos?, ¿tomaron el pueblo? Ni Derek ni el propio Edmond podían dar su testimonio al respecto, como él mismo se apresuró a aclarar, pues, cuando llegaron, el daño ya estaba hecho, de modo que fue Berend quien respondió, como ya había hecho en otras ocasiones. "Vinieron miles por la Carretera de las Estribaciones", comenzó, su relato depurado después de haberlo contado varias veces. "Por el este. Traían carretas y caballos y no nos dieron tregua. No dejaron nada ni a nadie por esos lares". Y, como siempre, la historia fue motivo de escepticismo y preocupación a partes iguales. Había ocurrido lo mismo cuando lo contaron en Pica del Rey y Matakeck, Edmond no había esperado que en Nargis fuese a ser diferente. La mayoría de sus oyentes no terminaban de dar crédito a sus palabras, se limitaban a asentir, darles la comida que se había pagado o lo que fuera y no volver a preguntar al respecto. Había habido algunos que empezaron a elucubrar sobre quiénes eran esos maleantes, surgieron varias teorías distintas, pero la más repetida hablaba de un grupo de forajidos que se habría afincado en algún punto de la ribera del Merín. Edmond no tenía ni idea de si había algo de verdad en eso o no, en cualquier caso, esos devaneos faltos de fundamento no ayudaban mucho porque, hablando con sinceridad, no tenía nada claro qué deberían hacer entonces.

Derek y él no tenían ningún plan más allá de llevar a la señora a casa, con su familia, de manera que ver cumplido ese humilde objetivo los había devuelto a ambos a la misma situación en la que estaban al principio, solo que con mucho menos dinero y lejos de su propio hogar. O de lo que quedaba de él. Por su parte, Berend ya le había dicho que tenía la intención de ir a Almont y meterse a soldado, que llevaba queriendo hacerlo desde hacía tiempo y entonces tenía la perfecta oportunidad para, finalmente, llevar a cabo ese propósito. En definitiva, Edmond había creído que sus caminos se separarían en Nargis porque ¿para qué iban a ir Derek y él a la capital? La última vez que quisieron ir allí, las cosas terminaron un poco torcidas ... En fin, el caso era que, en contra de lo esperado, después de su relato y de la charla posterior, los parientes de la anciana quisieron darles un consejo concreto. Les dijeron: "Deberíais contar eso en la capital. Si esa gente es tanto como decís, la guardia debe saberlo. Deben hacer algo". Y ese consejo, bueno o malo, había precipitado su salida de la casa. Edmond no había llegado a hablar con su hermano largo y tendido al respecto, fundamentalmente porque llevaban caminando a muy buen ritmo desde que dejaron atrás Nargis y no había tenido ni la opción ni el aliento necesario para mantener el ritmo de la caminata y una conversación seria a la vez, no obstante, daba la impresión de que Derek creía que comunicar a la guardia lo sucedido iba a solucionar sus problemas de un plumazo. Puede que fuese verdad, probablemente, avisarles era buena cosa, pero Edmond no quería hacerse muchas ilusiones, pues no le gustaría llevarse una decepción.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWo Geschichten leben. Entdecke jetzt