CAPÍTULO 16: Un punto de encuentro (Parte 3)

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Había pasado una hora. O, al menos, eso creía. La verdad era que no estaba segura. No estaba segura de nada. Le resultaba muy difícil pensar.

El sol todavía no había salido, la claridad mortecina que precedía al amanecer arrojaba sobre el espacio bajo los árboles una sombra tenue que no era comparable con la tiniebla densa que reinaba en esas noches interminables que la llenaban de un terror que ni siquiera el alba era capaz de vencer. Un terror al que había renunciado a enfrentarse. Tomó aire entrecortadamente, la cabeza gacha y la vista fija en el suelo, encogida sobre sí misma para hacerse pequeña en medio de la multitud que se agolpaba a su alrededor, confundida.

El ruido era atronador, gritaban y empujaban, moviéndose de un lado para otro en torno a ellos, que permanecían quietos, sin entender qué estaban pasando, pero deseando que terminara de una vez. Elise jamás habría creído que fuese a haber un escenario peor que el de caminar sin rumbo ni descanso, en medio del frío y del hambre, sin saber cuál era su destino, no obstante, ese interminable momento de ruido y desconcierto empezaba a resultarle angustiante.

- ¡Ese! ¡Fuera! – indicó una voz que sonaba por encima de las demás.

Encajó otro empujón sin expresar queja alguna. Uno de los hombres cogió por el cuello de la camisa a un señor canoso y lo apartó de la compacta formación que habían improvisado en un patético intento por resguardarse de la vorágine con la que les habían sorprendido. 

En cuanto tuvieron al hombre en una posición más accesible, lo soltaron de la cadena larga que los había mantenido a todos irremediablemente unidos desde que abandonaran sus hogares, hacía lo que se antojaba una eternidad. Elise echó un vistazo furtivo. Al igual que habían hecho con otros tantos, se lo llevaban a otro lugar, pero no había reunido valor suficiente como para mirar adónde.

- ¡Ponedlas ahí! – la voz que ordenaba el tumulto continuaba sin pausa, a juzgar por los cambios que apreciaba en el volumen de sus palabras, desplazándose a lo largo de la comitiva – No, ahí no, más atrás.

Sabía a quién pertenecía esa voz, no creía ser capaz de olvidarlo ni aunque quisiera. El recuerdo de esa noche todavía persistía con nitidez en su memoria, cuando esa gente llegó a su casa, cuando Harold salió a la lluvia... Esa voz que hablaba entonces era la misma que había irrumpido sin avisar esa noche, evitando que sucediera lo que ella había considerado inevitable, aunque no albergaba ningún sentimiento de gratitud hacia la voz o su propietario. 

Elise no conocía el nombre de esa persona, el hombre de los anteojos y la libreta, ni tan siquiera sabía con certeza cuál era su papel en todo aquello, no obstante, no le cabía duda de que tenía cierta autoridad dentro del grupo. Lo demostró aquella noche tan lejana y estaba volviendo a demostrarlo entonces.

Varias personas a caballo daban vueltas alrededor de ellos, sin embargo, todas sus proclamas y acciones se hacían eco de lo que esa voz indicaba. Estaban cambiando a la gente de sitio. No tenía ni idea de por qué, tampoco podía tener la certeza de que existiese un motivo, sea como fuere, parecía evidente que era eso lo que hacían. Y se diría que tenían prisa.

- Todos esos atrás – insistían las voces, reiterando lo que ya se había dicho.

Elise avanzó unos cuantos pasos, sin apartarse de la pequeña aglomeración de personas encadenadas que habían terminado juntándose en medio de la confusión. No sabía qué podía esperar de lo que fuera que estaba pasando, en cualquier caso, ya la habían zarandeado varias veces y, dadas las limitaciones que le imponía esa cojera que no se le curaba, debía estar atenta para encajar los empujones que le seguirían llegando. 

Le daba miedo que la pisotearan si llegaba a caerse al suelo y era ese temor el que la impulsaba a mirar alrededor de tanto en cuanto, en contra de la que sería su reciente costumbre de mantener en todo momento la cabeza gacha.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now