CAPÍTULO 9: Esperando un principio (Parte 2)

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El lugar no estaba muy lejos, un par de casas calle arriba, de modo que no tenía ninguna necesidad de apresurarse. Enfiló por el camino adoquinado con tranquilidad, a sabiendas de que iba bien de tiempo, echando un nuevo vistazo a la que, sin duda, era una de las zonas más pudientes y mejor avenidas de la localidad, familiarizándose con el entorno. La villa, en términos generales, había superado con creces las expectativas que se había formado al respecto, pues, a pesar de que le habían advertido de que no se trataba de ninguna aldea remota, había albergado serias dudas acerca de si sería preciso calificarla de ciudad, sabía que existía cierta tendencia a la exageración en ese sentido. Por supuesto, había estado al tanto de la magnitud e importancia del mercado local, de los volúmenes de personas y mercancías que pasaban por aquellos lares diariamente, ahora bien, sabía por propia experiencia que esos detalles por sí solos no bastaban para reflejar la actitud de los habitantes de ningún lugar. Él acababa de visitar Belrege, una villa al sur de allí por la que corría un trasiego de mercaderes comparable, y que, sin embargo, sería generoso considerar un pueblo. Difícilmente podría tener menos en común con Claumar.

Peeter Zirgo había estado en muchos lugares de diversa consideración a ambos lados de la frontera, así que tenía criterio a la hora de afirmar que Claumar contaba con todos los elementos que definirían una ciudad importante. Las calles empedradas y concurridas, las amplias plazas llenas de gente, el bullicio de un mercado abarrotado, las viviendas adosadas que se sucedían una tras otra, alternadas con pequeños comercios ... Si hasta tenía un templo de la Orden en el centro. Sin duda, no tenía nada que envidiarle a Cretos, Milos o incluso la propia capital. Lo único que podría echarse en falta era una muralla, aunque, en realidad, aquello no era habitual en las ciudades brenesas. De todos modos, no estaba seguro de que esa defensa le hubiese resultado especialmente útil en la tesitura actual. No era ningún secreto que Brenol en su conjunto estaba pasando por una mala racha y Claumar no era ninguna excepción a la regla. Si él estaba allí, era justamente porque había ciertas posibilidades de que surgieran problemas más graves en adelante. Él siempre acababa donde había problemas o donde se esperaba que los hubiera, así funcionaba.

Continuó caminando tranquilamente, mirando alrededor sin detenimiento, pero con atención. Como ya había observado en Belrege, algunos de los vecinos de Claumar no se alegraban especialmente de verlo deambulando por allí, aunque se mostraban bastante comedidos en cuanto a la expresión de sus opiniones, al menos, cuando él andaba cerca. Peeter no quería tomarse como una afrenta personal el patente desdén que parecía estar extendiéndose por todas partes hacia los nietlavos, prefería pensar en aquello como un síntoma de la frustración que sentía esa gente y, hasta cierto punto, entendía que les resultase más sencillo y entretenido señalar culpables que lidiar con sus problemas en silencio. El rey cuervo nunca había despertado mucha simpatía a ese lado de la frontera, es decir, los Pactos de la Asolación, esas cuotas que todavía estaban vigentes, habrían hecho complicado que los breneses tuvieran una buena imagen de él, mucho menos en época de escasez, y, de un tiempo a esta parte, en su propia experiencia, sus súbditos estaban empezando a correr su misma suerte. De todos modos, no creía que esa antipatía se debiera tanto al odio como al miedo. La gente de Brenol estaba asustada, al fin y al cabo, el invierno se acercaba y las reservas brillaban por su ausencia, ¿cómo no iban a estarlo? No era extraño que la inquietud se hubiese adueñado de la población cuando la pobreza estaba escapando de los rincones y las personas en los que había estado confinada hasta el momento, escalando poco a poco, cada vez alcanzando cotas más altas, convirtiendo a campesinos en mendigos, a artesanos en rateros y a ciudadanos modélicos en criaturas temerosas e impredecibles. Por el momento, ese deterioro había estado exento de consecuencias, al menos, en Claumar, el problema radicaba en que había personas que veían la triste realidad como una oportunidad para hacer ruido. Todo el mundo sabía lo que pasó en Milos no hacía tanto tiempo, no era descabellado dar por hecho que la historia se repetiría, aunque tampoco había ido allí a tratar de impedirlo.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now