CAPÍTULO 13: El primer paso (Parte 6)

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Estaba lloviendo mucho y no tenía pinta de ir a escampar próximamente. Wed puso un mohín, observando las nubes negras que, de tanto en cuanto, regalaban rayos y truenos, con mucha preocupación. La tormenta no les convenía en absoluto, limitaba el vuelo de los buteri y, también, su fuego, no podrían poner en práctica la estrategia que Bongüi había sugerido hasta que no amainara. Y cada instante que pasaban sin hacer nada, el frente del norte se desgastaba un poco más. Suspiró, inquieto, pero sin poder hacer nada más allá de esperar. Aquel plan le pareció temerario desde el principio, no obstante, debía reconocer que las posibilidades de retirada habían estado muy limitadas, es decir, el Viejo y los suyos estaban en algún lugar de los bosques, no habrían podido llegar a Huanta sin contratiempos ni aunque hubiesen encontrado una manera de sortear la horda que había aparecido para atacar su ciudad. Por otro lado, la falta de opciones no lo libraba de la pesada sensación de responsabilidad sobre lo que fuese a ocurrir a continuación.

Bongüi, a despecho de ostentar el ilustre cargo de Domago, se había escaqueado de la Torre en cuanto se le presentó la primera oportunidad. Acordaron en asamblea que no era conveniente ni necesario que se uniera al frente del norte, a pesar de sus quejas al respecto, así que se había terminado yendo al este, con los jinetes de buteri, para supervisar personalmente que todo salía según lo planeado. Wed se había quedado solo en la Torre, a cargo de las trece personas escasas que no contaban con fuerzas para pelear, es decir, niños y ancianos. O sea, solo ancianos, porque hacía mucho que por aquellos lares no correteaba ningún niño... Eso sin mencionar la encomiable labor simbólica de custodiar el báculo y todas las demás cosas del Domago en su ausencia.

Wed llevaba parado en el umbral de la torre de los Noscem un buen rato, mirando la nubes y escuchando los pocos ruidos que el monótono golpeteo de las gotas sobre los adoquines no acallaba. Al principio, había intentado dar mensajes tranquilizadores a los ancianos o mantener vivas las comunicaciones con otras ciudades, sin embargo, llegados a aquel punto, había dejado de engañarse a sí mismo. Él no era un Noscem de verdad, estaba convencido de que esos ancianos podrían cumplir sus funciones mil veces mejor que él, de modo que ¿para qué perder tiempo pretendiendo lo contrario en la situación en la que estaban? El báculo, junto con la tablilla que usaban para comunicarse con los otros Círculos, estaban donde debían, en la sala de la asamblea. De todos modos, tampoco que creía que fuesen a serle de mucha utilidad entonces.

Un movimiento recortado sobre las nubes tormentosas llamó su atención. Wed entornó los ojos. Naturalmente, se trataba de un buteri, pero ¿qué hacía tan cerca de la muralla? Las posibles respuestas a tan simple pregunta lo llenaron de una inquietud cuyo fundamento quedó probado justo un instante después. Cuando los chillidos se perfilaron sobre el incesante fondo de la lluvia.

Wed se tragó una maldición soez, abandonó su acomodo en el umbral de la puerta y cerró el portón de inmediato, pues los monstruos ya habían irrumpido en la plaza y solo un tonto esperaría que no lo hubiesen olido ya. Mil pensamientos acudieron a su mente en el brevísimo instante que tardó en echar la tranca y los pestillos, sobre lo que había ocurrido en el lado oriental de la ciudad, sobre la ubicación de Bongüi, sobre el resultado de su estratagema... Pero todos ellos se extinguieron al recordar que había metido a todos los ancianos en una habitación de ahí al lado. Se dio la vuelta en redondo, cruzó el vestíbulo, enfiló el pasillo a la carrera y entró en la sala, que tenía la chimenea encendida para ahuyentar el frío de ese duro otoño.

- ¡Almaoscura! – clamó Wed antes siquiera de terminar de abrir la puerta, no obstante, los numerosos ventanales de la estancia, todos empapados por la lluvia que caía fuera, daban justamente a la plaza. Ya estaban allí.

Los cristales estallaron en mil pedazos con un sonoro crujido que se sumó a los chillidos de las bestias, los gritos sorprendidos y el ulular furioso del vendaval que entró a raudales en la habitación, robando el calor. Dos ancianos cayeron en el momento, a otros tres no habría podido ayudarles y cinco tendrían que cruzar por entre los recién llegados para poder llegar a la única puerta de la sala, en cualquier caso, Wed sacó la lanza.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now